El Evangelio de hoy (Mt 22,34-40), que toda el tema del amor, y los ejemplos de vida de tantos beatos y santos, me hace reflexionar que los vacíos de la vida de muchos en la época actual, el desaliento, la tristeza que poco a poco embarga su vida, el martirio de la enemistad familiar, la falta de comprensión y perdón y el miedo son producto de no comprender lo que es el amor a Dios y al prójimo. Ante la pregunta que un doctor de la ley, es decir, un especialista, un letrado, le hace a Jesús sobre cuál es el más grande todos los mandamientos, el Señor le responde que amar a Dios y al prójimo debe ser lo más importante en esta vida, por encima de nuestras posesiones, logros y responsabilidades. Por eso, entre más alguien se aleje de esa instrucción de Jesús, menos cerca podrá estar de alcanzar la felicidad y más tormentoso será su cotidiano vivir.
El corazón es el lugar del cuerpo donde la persona siente. Nuestro Padre Celestial y el prójimo, quieren que les expresemos nuestros sentimientos de amor, pero, para eso, debemos amarnos a nosotros mismos, respetarnos, querernos, cuidarnos. Por su parte, el alma es donde toma las decisiones, donde hacemos nuestra elección de amar a Dios por ser Dios y al prójimo porque es «hermano», un hijo de Dios como yo. La mente es donde uno piensa. Es en nuestra mente que los pensamientos, las impresiones, la inteligencia y el aprendizaje cobran vida. Allí pensamos en cómo amar a Dios y en como hacerle amar. Allí caben las ilusiones, las esperanzas, las inquietudes, los anhelos, las vidas de nuestros hermanos y allí entendemos que, lo que queremos para nosotros, lo anhelamos para el otro. Que María nos ayude a amar así, como Jesús nos marca. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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