domingo, 29 de octubre de 2023

«El centro de la vida ha de ser el amor»... Un pequeño pensamiento para hoy


Definitivamente todo discípulo–misionero de Cristo ha de tener claro que el centro de la vida ha de ser el amor. Ya lo decía santa Teresita: «Mi vocación es el amor». Cuando la beata María Inés Teresa habla de su conversión escribe: «Cuando él me atrajo sobre su pecho, cuando dijo a mi oído las dulces palabras de su amor, vi que había encontrado el único amor que podía saciarme, el único que podía hacerme feliz» (Viva Cristo Rey). San Carlos de Foucauld, en una carta a su amigo converso Luis Massignon le anota: «El amor consiste no en sentir que se ama sino en querer amar: cuando se quiere amar, se ama; cuando se quiere amar por encima de todo, se ama por encima de todo. Si ocurre que se cae en una tentación, es que el amor es demasiado débil, no es que no haya amor.» (Carta del 15 de julio de 1916).

El Evangelio de hoy (Mt 22,34-40), que toda el tema del amor, y los ejemplos de vida de tantos beatos y santos, me hace reflexionar que los vacíos de la vida de muchos en la época actual, el desaliento, la tristeza que poco a poco embarga su vida, el martirio de la enemistad familiar, la falta de comprensión y perdón y el miedo son producto de no comprender lo que es el amor a Dios y al prójimo. Ante la pregunta que un doctor de la ley, es decir, un especialista, un letrado, le hace a Jesús sobre cuál es el más grande todos los mandamientos, el Señor le responde que amar a Dios y al prójimo debe ser lo más importante en esta vida, por encima de nuestras posesiones, logros y responsabilidades. Por eso, entre más alguien se aleje de esa instrucción de Jesús, menos cerca podrá estar de alcanzar la felicidad y más tormentoso será su cotidiano vivir.

El corazón es el lugar del cuerpo donde la persona siente. Nuestro Padre Celestial y el prójimo, quieren que les expresemos nuestros sentimientos de amor, pero, para eso, debemos amarnos a nosotros mismos, respetarnos, querernos, cuidarnos. Por su parte, el alma es donde toma las decisiones, donde hacemos nuestra elección de amar a Dios por ser Dios y al prójimo porque es «hermano», un hijo de Dios como yo. La mente es donde uno piensa. Es en nuestra mente que los pensamientos, las impresiones, la inteligencia y el aprendizaje cobran vida. Allí pensamos en cómo amar a Dios y en como hacerle amar. Allí caben las ilusiones, las esperanzas, las inquietudes, los anhelos, las vidas de nuestros hermanos y allí entendemos que, lo que queremos para nosotros, lo anhelamos para el otro. Que María nos ayude a amar así, como Jesús nos marca. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario