lunes, 8 de mayo de 2023

«Testigos de la presencia de Cristo Sacerdote»... Un pequeño pensamiento para hoy


El sábado celebramos en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás —en la que por puritita misericordia de Dios me toca estar al frente como párroco— la santa misa de acción de gracias por el XX aniversario del grupo «Búsquedas», un grupo parroquial de jóvenes por el que en estos 20 años ha pasado un buen número de muchachos entre los que ahora se encuentran algunos ya casados, formando bonitas familias. El caso es que, después de la celebración y las correspondientes fotografías y selfies, los jóvenes me invitaron a un famoso restaurante cercano a la parroquia y a los muchachos les llamó la atención, entre otras cosas, que algunas personas, al ingresar, clavaran sus miradas en un servidor que, como en muchas otras ocasiones, iba vestido con la camisa clerical. Una de las chicas del grupo me dice: «padre, como que la gente a veces piensa que ustedes son extraterrestres o no sé qué. A nosotros nos da gusto tenerlos siempre cercanos». Así empezó una conversación que nos hizo pasar un rato muy ameno mientras que algunos de los comensales se acostumbraban a ver a un sacerdote viejo rodeado de quienes son la esperanza del mundo por ser, como jóvenes, presente y futuro a la vez.

Pero la cuestión es que curiosamente, al hacer mi oración sobre la palabra de Dios de hoy, me topé con esta frase entresacada de la primera lectura de la misa de este lunes (Hch 14,5-18) en donde los apóstoles Bernabé y Pablo expresan: «Nosotros somos hombre mortales, lo mismos que ustedes. Les predicamos el Evangelio que los hará dejar falsos dioses y convertirse al Dios vivo, que hizo el cielo, la tierra, el mar y todo cuanto contienen». Obviamente el contexto es distinto, pues en aquella ocasión a Bernabé y Pablo los veían como dioses, a Bernabé como Júpiter y a Pablo como Mercurio... pero, lo cierto es que, de una o de otra manera, aparecemos a veces, para algunos y a veces muchos, como bichos raros. Los sacerdotes no pertenecemos a una humanidad superior, somos como todo el mundo. Participamos de la condición humana, vivimos con nuestros contemporáneos sin afán de ningún sentimiento de superioridad ni de ser protagonistas que opaquen la obra de Dios. 

Pero el apostolado del sacerdote no puede quedarse encerrado en el Templo, porque se puede predicar con tan solo la presencia en medio de un ambiente en el que parece que muchas veces el verdadero Dios está presente y reinan esos diocesillos que el hombre se ha creado. Me acordé con esto de una cosa que me pasó en Ciudad de México, mi querida Selva de Cemento en la que viví algún tiempo y un día, en el que también acudí a un restaurante —por cierto, muerto de hambre porque no había tenido tiempo de comer y ya era bastante tarde—, al pedir la cuenta me dijo amablemente la mesera: «no se preocupe padre, su cuenta ya está pagada y ya se fueron las personas»... Los sacerdotes no somos dioses, sino simples humanos, pero ciertamente, con una gracia especial que nos invita constantemente a ser un testimonio de la presencia de Cristo entre nosotros que a veces, se ve recompensada, por el cariño y el detalle de los jóvenes cercanos y de la gente que, sin conocernos, sabe lo que somos y lo que hacemos. Que María santísima cuide de nuestro sacerdocio y que con alegría sigamos dando testimonio de Cristo sacerdote en el Templo y fuera de él. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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