Hoy, miles de años después, nosotros celebramos esta fiesta de la Ascensión como lo hacían los primeros cristianos para recordarnos algo que siempre necesitamos oír y que está en el Evangelio: «sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». El plan que estableció Cristo movido por su Padre no tiene opciones ni alternativas. No hay plan B. Él nos ha dejado la misión de continuar con su tarea. Hemos recibido poder, el poder del Espíritu que nos hace actuar como testigos del resucitado. A la misión cumplida de Jesús se suma ahora la misión a cumplir por nosotros, en este hoy de la Iglesia que nos toca vivir. Nos toca en herencia este tiempo de la Iglesia, este tiempo de la misión, este tiempo, como he dicho en otras ocasiones, de dejar huellas de trascendencia, de justicia, de verdad, de mirar al cielo y al mundo y de ser testigos del Señor que nos envía.
En su libro «La Lira del Corazón», la beata María Inés Teresa escribe: «La misión de Jesús visible en el mundo ya terminó, Él ya acabó su carrera, más se quedó en la Eucaristía hasta la consumación de los siglos». (Lira del Corazón, p. 34). Y en una carta que escribe en 1977 a sus hijas Misioneras Clarisas en Japón, les dice: «El amor a la misión, el celo por las almas, se comprenden cuando se vive en el diálogo con Cristo. Tanto la vocación misionera como la entrega a la misma, son de Dios». Sí, nuestro ser y quehacer en el mundo como discípulos–misioneros de Cristo es un encargo y no hay plan B. Es de esta manera, de la mano de María, como hemos de continuar la obra del Resucitado que sube a la derecha del Padre. No perdamos tiempo... hay mucho que hacer. ¡Bendecido domingo, solemnidad de la Ascensión del Señor!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario