Hoy, en el Evangelio (Jn 15,9-11), encontramos que Jesús dice a sus discípulos: «Permanezcan en mi amor... les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena». La alegría, la verdadera alegría, brota de la permanencia del discípulo¬–misionero en el amor del Señor. Hoy hay muchos cristianos —incluidos por supuesto muchos católicos— que viven tristes, buscando, como dice el Santo Padre, la «dolce vita» de la alegría en un momento pasajero que se esfuma en unas cuantas horas y se olvidan de esta alegría que Cristo nos ha dejado y que envuelve todo nuestro ser.
Hace tiempo que no dejo preguntas para la reflexión. Hoy nos vendrían bien unas cuantas: ¿Existe todavía un lugar para la alegría? ¿Cómo es mi anhelo de felicidad? ¿Busco la alegría del Señor, que es la alegría del Evangelio? ¿Cuál es la medida de mi deseo de alegría?... Nuestra alegría testimonia la profundidad de nuestro compromiso con el Plan divino. Quien vive su fe con tristeza y abatimiento, no ha comprendido bien el núcleo del mensaje del Señor Jesús. En la Anunciación, el ángel invita a María a vivir la alegría mesiánica: «Alégrate, llena de gracia...» Igual el Magníficat es una hermosa expresión de alegría. De la mano de María, vivamos siempre la alegría cristiana en plenitud. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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