El Evangelio de hoy tiene una cosa importante a recordar: «aquel» a quien los judíos denominan Dios es el que nos ha enviado a Jesús; es, por tanto, el Padre de los creyentes. Con esto se nos dice claramente que sólo puede conocerse a Dios de verdad si se acepta que este Dios es el Padre de Jesús. Y esta filiación divina de Jesús nos recuerda otro aspecto fundamental para nuestra vida: los bautizados somos hijos de Dios en Cristo por el Espíritu Santo. Esta paternidad divina adoptiva de Dios hacia nosotros se distingue de la adopción humana en que tiene un fundamento real en cada uno de nosotros, ya que supone un nuevo nacimiento. Por tanto, quien ha quedado introducido en la gran Familia divina ya no es un extraño.
Por esto, mañana, en la fiesta de la Ascensión se nos recordará que todos los hijos hemos seguido los pasos del Hijo. Ningún auténtico discípulo–misionero tiene que sentirse desamparado. El Padre nos ama y nuestra meta es el cielo para verle cara a cara. Con María preparemos nuestro corazón para la celebración de mañana que debemos celebrar como verdaderos hermanos, buscando siempre el bien unos de otros, hasta que juntos podamos gozar de los bienes eternos, como hijos amados de nuestro Dios y Padre. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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