En la época en que vivimos, el mundo tiene miedo de muchas cosas. Tiene miedo de una guerra nuclear, tiene miedo de la sobrepoblación, tiene miedo de la contaminación pero… no tiene miedo de no vivir por Cristo, con Él y en Él, como dice la «Doxología final de la consagración» en la Misa y con la cual el cristiano expresa solemnemente la glorificación de Dios. El mundo actual rechaza a Cristo, lo esconde, lo ignora. Y ¿Qué nos diría Cristo si viniera ahora y viviera entre nosotros? Creo que nos volvería a decir lo mismo que el Evangelio ha consignado por escrito, el mismo Evangelio.
Ese Evangelio que es la fuerza de Dios, ese Evangelio que abre cadenas, que quita los yugos, que muestra camino, que siembra libertad y habla de esperanza; Evangelio que es paz y lucha, que es compartir, amar, mirar y reír; Evangelio que es vivir como un pobre que mira al cielo con ojos de niño, que ama sin egoísmos y perdona al enemigo; Evangelio que es dar gracias al Padre como el Hijo, inundado por el amor del Espíritu Santo; Evangelio que es mirar al Hijo en brazos de su Madre al nacer y al morir; Evangelio que es continuar la misión de Cristo para ser testigos por excelencia.
Parece que el mundo de hoy, no quiere saber de Cristo ni de su Evangelio… pero no sabe que vivir el Evangelio no es un pasatiempo, sino páginas que no se pueden arrancar del libro de la historia de nuestra salvación, de la historia de la humanidad misma y que tenemos que vivir. El Evangelio no puede cesar jamás de ser verdadero y posible porque viene de Cristo. No es un libro de anécdotas, sino vida. Detrás de cada palabra y detrás de cada hecho hay que encontrar un mensaje teológico, una doctrina y enseñanza. La cristología nos enseña que Jesús sigue hablando, aunque el mundo no lo quiera escuchar. Jesús sigue enseñando, aunque el mundo no tenga tiempo para aprender. El conocer a Cristo y seguirlo sigue siendo gracia y conquista para todos.
Vivir el Evangelio es de todos, no hay rebajas para nadie, porque en esto, la iniciativa no es del hombre. En el hecho Evangélico es Dios quien tiene siempre la iniciativa y ha enviado a su Hijo Jesús para salvar al mundo. El Padre envía al Hijo y en él decide salir al encuentro de cada hombre para establecer con él una alianza que excluye toda posible idea de mérito y que supone gratuidad absoluta. El Evangelio es un don, sí, un regalo; en él todo comienza siendo iniciativa divina, don gratuito de Dios, amor del Padre manifestado visiblemente en Jesucristo.
Así, el estudio de la cristología debe llevarnos a vivir el Evangelio para conocer más, amar más y creer más en Jesús, acogiéndole como camino, como verdad, como vida.
El don que Cristo nos ha hecho, especialmente en el Evangelio transforma todo el ser y el obrar del ser humano, lo convierte en una nueva creación (cf. 2 Cor 3,17). Transformado por el contacto del Hijo de Dios en el Evangelio, el hombre es recreado en Cristo como hombre nuevo y vivificado por su Espíritu, el hombre queda convertido en «Sacerdote» de un nuevo culto, pudiendo ofrecer «Sacrificios Espirituales» adorando al Padre en Espíritu y en verdad (cf. 1 Pe 2,9; Jn 4,23). La vivencia del Evangelio como encuentro con Cristo es un don libre del hombre, ofrenda y sacrificio espiritual de su propio sacerdocio, porque a nadie se le puede obligar a amar.
Cuando alguien va conociendo a Jesús y va viviendo el Evangelio, siente que en su ser se va imprimiendo el semblante de Jesús como el del ser al que más ama… Él llama y uno se va configurando con Él en respuesta a una vocación, la vocación a ser como Él... «otro Cristo». Sí, para eso es la cristología: «Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20).
La persona de Jesucristo, en su modo histórico de vivir en totalidad para Dios, y para los hombres, constituye el fundamento último y la definitiva justificación de nuestra vocación cristiana. La vida de Jesús, o sea todo su comportamiento, que es la palabra más solemne que él pronuncia y la clave para entender su mensaje; y sus palabras, que revelan y esclarecen el sentido de su vida, nos va llamando a seguirlo. La vida del discípulo–misionero de Cristo es la presencia y el signo vivo en la Iglesia del modo de vida y de existencia de Cristo. Es la presencia real, verdadera y visible de Cristo obediente al Padre en la Iglesia. Santa Isabel de la Trinidad decía que somos «como otra humanidad de Cristo». La norma última de la vida de todo cristiano tendría que ser siempre el seguimiento de Cristo, tal como se propone en el Evangelio, que ha de ser tenido por todos como regla suprema.
Así, vemos que la vida cristiana es una consecuencia del Evangelio, de tal manera que nuestro primer deber y nuestro mayor privilegio debe ser, después de profundizar en la cristología, el de vivir plenamente la vida evangélica en el seguimiento de Jesús, y para vivir esta vida no hay otro camino que no sea una continua meditación del Evangelio para seguir teniendo un conocimiento amoroso de Cristo más profundo y más comprometido, según nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n˚. 429).
Sí quitamos el Evangelio de nuestra vida de católicos… no quedará nada porque con él se va Cristo de nuestras vidas.
Bien, hasta ahora parece que no he dicho nada de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento y de su cristología, porque no he citado frases textuales, pero no he hecho otra cosa sino contemplar a la beata desde fuera para que veamos su amor y docilidad a Cristo y al Evangelio… la vida y la misión de la beata María Inés no es sino una consecuencia de su conocimiento amoroso de Cristo y de la vivencia de su Evangelio.
«Vivir el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo» es el fin principal de la beata María Inés Teresa siempre; desde seglar, cuando trabajaba en un banco; en la clausura y en la misión. Toda su vida es transparencia evangélica, toda su vida es como la de Jesús: «Docilidad al Padre».
Madre Inés dice en un estudio sobre la regla y el Evangelio que tiene, que nos comprometemos a guardar todo el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, para poder así llegar a la cumbre de la perfección religiosa, glorificando a Dios, en la sublimidad de nuestra vocación... ¡y vaya que ella logró llegar! Un pensamiento que ella dijo una vez a una de sus hijas religiosas, Rosario Salazar, nos muestra su orientación cristológica: «Enamórate de Él, aprendiendo a conocerle en los Santos Evangelios y por una meditación seria, en paz, aprovechando para ello no sólo los tiempos de oración en la capilla sino también cuantos ratos puedas darte (…) y a solas con Él, medita (…) saboreando lo que nos refieren los Evangelios, a través de los cuales conocerás más y más el corazón inmenso de Nuestro Esposo Celestial» (Consejos de una madre).
¿Verdad que en estas cuantas palabras queda reflejado como vivió el Evangelio Madre Inés? De la abundancia del corazón habla la boca dicen. La beata vivió el Evangelio así… ¡Viviéndolo! Lectura, meditación, oración, contemplación, aplicación…¡Viviéndolo! Ley de su obrar, regla de su caminar, la persona misma de Jesús… La beata vivió el encuentro amoroso con Cristo en el Evangelio como realidad dinámica que la mantuvo siempre en acción… siempre en misión… una misión que no se redujo —como debe ser— a tareas apostólicas o benéficas que tuvo que realizar. Para ella la misión fue algo mucho más sustantivo y esencial, fue el mismo ser entendido como ya dije en su sentido más dinámico.
Madre María Inés Teresa así vivió el Evangelio, como algo muy de ella que le urgía a actuar. Ser en la Iglesia y para el mundo, presencia sacramental de Cristo virgen, obediente y pobre fue su ser y quehacer, identificada con Cristo en la misión, en su consagración, y en el mismo ser de su vida como religiosa, es decir, con la consagración, con la alegría de la escucha, con docilidad al Padre hasta ser transparencia del Cristo en todos los momentos de su vida... Así vivió ella por Cristo, con Cristo y en Cristo de la mano de María, diciendo en todo momento: «¡Vamos María!».
Para los que conocemos la vida y la obra de la beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento y, para quienes la van conociendo apenas, basta abrir el Evangelio en cualquiera de sus páginas para recordarla. Su corazón era puro, como el de Jesús, vivía llena de alegría, como el que vino a cumplir la voluntad del Padre, respiraba humildad como el que era conocido por «hijo de carpintero»; su buen humor nos habla y nos enseña como Jesús maestro; su sencillez es como la de Jesús, sin complicaciones…. Dios lo quiere, María Inés Teresa también, eso es todo.
Y así, misionera siempre, con el Evangelio en el corazón y en los labios, supo darse a todos: «Mi madre y mis hermanos son éstos, los que oyen la palabra y la ponen por obra» (Lc. 8,21). Manuelita de Jesús, que era su nombre de bautizo y que luego la cambiaron en el convento, se consagró a la misión con un gran ardor, siempre con los brazos abiertos, sonriendo en todo momento, infatigable e invencible en la caridad.
Yo mismo pude darme cuenta de que el Evangelio la invadía; me tocó participar del gozo que fue para ella vivir el Evangelio y de escucharle en conferencia frases evangélicas como esta: «Quien quiera salvar su vida, la perderá, y quien pierda la vida por mí y el evangelio, ese se salvará» (Mc. 8.35)
Hoy la beata no está físicamente con nosotros, su fe y su valentía, su seguridad en la providencia, su vida evangélica, la marcaron para un destino excepcional: los altares. Beata que cumplió su deber allí, donde Dios la colocaba, vivió para ser santa y hacer santos con el rostro radiante, colmado del conocimiento amoro de Cristo, colmado de Evangelio.
Fiel a la Palabra, sin ostentación, sin prisas, ni regateos, sin queja, así, como era ella, como una humilde campesina que sembró ese Evangelio en el campo de las almas y que sigue animando, desde el cielo a quienes continúan su trabajo aquí en la tierra. No fue otra la razón de su existencia, de sus afanes, de sus desvelos: «Que todos te conozcan y te amen es la única recompensa que quiero».
La Madre María Inés leía los Evangelios, se llenaba de Evangelio para hacerlo vida. No leía con una lectura fría, sino personal, fructuosa, transformante… Vivencial. Tan es así que en sus escritos no solo encontramos las citas exactas de la Sagrada Escritura, sino que hay referencias expresas, frases que sin ser palabras exactas nos llevan a la Sagrada Escritura; hay también alusiones que parece le brotan entre sus escritos sin que ella misma se diera cuenta. De esta manera vemos que la beata Madre Inés no solo leía sino meditaba, contemplaba, vivía y celebraba cada encuentro con Cristo en la Palabra, en los sacramentos, en los hermanos. Ella escribe en estudio citado: «¡Qué preceptos! ¡Qué reglas! ¡Qué Consejos! ¡Qué Detalles!»... «Guardar el Santo, el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Quién pudiera guardarlo perfectamente?»
Solamente en su librito «La lira del corazón» (Gracias al análisis que la Madre Martha Gabriela Hernández nos presenta en su libro «Cantaré eternamente las misericordias del Señor», hay 50 referencias al Evangelio de San Mateo; 15 al de San Marcos; 66 al de San Lucas y su evangelista preferido, sin duda alguna, San Juan, aparece 62 veces, digo que San Juan es su evangelista preferido porque de él hay mas citas textuales. Y esto es solo viendo la «Lira del corazón», faltaría ver los demás escritos —más de 10,000 folios— de los cuales algunos se refieren directamente a los Evangelios. En esto, aparte de su vida, podemos constatar que Madre Inés respiraba Evangelio.
Tiene una composición —así ella a ese escrito— titulada: «Sobre los Evangelios» en ella anota como subtitulo: «Pequeños estudios, sacados de la narración de los cuatro evangelistas, para mi propia utilidad». Aquí está su escuela, la Universidad a la que fue la beata Madre Inés: «Pequeños Estudios para mi propia utilidad».
En nuestra época, «estudiar» es accesible a muchos laicos gracias a Dios... pero, no podemos olvidar que la escuela principal es el Evangelio, y lo tenemos en el buró o en el escritorio. No podemos concebir la Biblia de un católico que no este gastadita sobre todo de la parte de los Evangelios... porque si la Biblia está «flamante como nueva» a ese cristiano los estudios, los retiros, los cursos, los ejercicios, los seminarios, no le han hecho nada… Porque para nosotros, todo debería tener referencia al Evangelio.
Si podemos seguir estudiando... ¡Qué bueno! Pero sino, es que no lo necesitamos para ser santos.
La Madre Inés tiene otro escrito que ya cité al inicio: «Sobre la Regla y el Evangelio», que hizo cuando la nombraron maestra de novicias y en el cual nos presenta una interpretación espiritual de los 16 primeros capítulos del Evangelio de San Mateo. Este estudio ayuda también mucho para ver como vivió ella el Evangelio. Hay además, entre sus escritos, otros que nos muestran cómo el Evangelio era parte de su vida.
En «Exposición de alma» nos muestra la intimidad que vive con Cristo y con María y nos platica de la promesa que le hizo la Madre de Dios el día de su profesión religiosa, promesa que, por su contenido, se percibe que la Santísima Virgen solo haría a alguien que viviera el Evangelio de su Hijo. La beata está llena de amor a María, porque ella, como mujer, como consagrada, como cristiana, esta colmada de vida Evangélica.
En «Hija, ¿Me amas?, apacienta mis corderos» nos ofrece una meditación sobre Jn 21,15-17. Aplica a su propia vida este hecho en el que se mete por completo en su situación de maestra de novicias. En «¡Viva Cristo Rey!» con sencillez y claridad, va haciendo una especie de reminiscencia de la Encarnación del Verbo. Luego está «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt. 11,29), que muestra la humildad y mansedumbre de Jesús y que al final en una oración, pide estas dos cosas para sí a imagen de Jesús y de María. Quiere que tales palabras queden esculpidas en su corazón «con letras de fuego». «Lo que me dice el cuadro de la anunciación de nuestra capilla» es otra de sus meditaciones en torno a un cuadro que está en el presbiterio del Convento del Ave María en donde ella vivió como religiosa de clausura por 16 años; allí dice que ve el Evangelio abierto en todas sus páginas”. En «Excelencia de la vida religiosa» anota que los votos son «como tres clavos” que la fijan a la cruz de Cristo.
En su escrito titulado «Postula a me, et dabo tibi gentes haereditatem tuam et possessionem tuam terminos terrae», muestra su seguridad del triunfo de Jesús sobre el mundo, en cada nación y en cada corazón. Después, en «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?», nos hace una meditación sobre el pasaje de Jesús sobre las aguas (Mt, 14,31) y se pone en el lugar de Pedro, lo cual le alienta a reavivar su confianza en la voluntad de Dios. Lo que debe hacer es lanzarse en un abandono absoluto, ya que el realiza todo.
En «Meditaciones», transcribe Juan 16,25-31 para hacer una exégesis frase por frase con un gran realismo, como que ella está allí: «Allí nuestras miradas se fundieron», dice refiriéndose a la Última Cena. Su meditación titulada «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos» nos muestra al Padre Celestial como viñador que poda, riega y purifica su amada viña a través del Verbo, que quiere ser con nosotros una realidad sola (Jn 15,1). En una carta dirigida a sus amigas de la Acción Católica, cuando tenía unos 17 años de edad, habla de su papel en la viña del Señor. Desde entonces puede verse que la beata leía el Evangelio y conocía bien algunos pasajes. En el libro que reúne algunas de sus experiencias de varios ejercicios espirituales, habla mucho de Cristo y del Evangelio, allí cabe destacar un pequeño escrito llamado «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». Y finalmente puedo mencionar sus escritos del libro donde está l meditación «Soy Creatura», en la que se respira la vivencia del Evangelio.
Después, encontramos entre sus cartas, algunas que están llenas de Evangelio, como en una en la que expresa la necesidad de vivir las bienaventuranzas y las va comentando de una en una.
La Madre María Inés hizo suyo el Evangelio subrayando todos los aspectos de la vida de Cristo: ternura, paciencia, energía, amor, entrega y caridad… así, llena del Evangelio se hace como Jesús y se deja conducir por el Espíritu Santo durante toda su vida.
En su precioso libro que ya cité: «La lira del corazón», la Madre expone el gozo de haber vivido el Evangelio en las obras de misericordia (Pag. 216). Ella apunta: «Escucha entonces la dulcísima voz de su amor que le dice: “Tuve sed y me diste de beber, tuve hambre y me diste de comer, estuve desnudo y me vestiste, encarcelado y me visitaste»… diste a muchas almas con tu oración, tu sacrificio y tu acción fecunda el agua de mi doctrina saludable… ven bendita de mi Padre a la gloria que te tengo preparada…Virgen prudente que saliste a recibir al esposo con la lámpara bien provista del aceite de la caridad, y encendida; entra llena de gozo a las bodas del Cordero».
«Siete palabras solamente«, dice en uno de sus escritos: «guardar el Santo Evangelio de Nuestro Señor», pero ella misma afirma que se necesitarían muchos tomos para explanar todo ese Divino Evangelio en el que cada palabra, cada concepto, cada sentencia, cada parábola, son toda la doctrina, plena de luz para aquellas almas sencillas a los que Dios ha revelado su verdad.
Madre Inés, en cuanto al estudio y vivencia de la cristología, nos ofrece un solo tomo: «Su vida», eso basta. Imitó fielmente a Jesucristo en todos sus deseos, pensamientos y acciones. Buscó amar al Padre con la docilidad del Hijo. Sirvió al prójimo como Cristo nos enseñó. Todo, cada punto, detalle a detalle lo fue inscribiendo en las circunstancias concretas de su vida. ¿No podremos hacer nosotros lo mismo? Tomemos el Evangelio a diario y leámoslo y vivámoslo como norma concreta.
P. Alfredo
* Conferencia que en 2018 impartí en la Parroquia de Nuestra Señora de Fátima en la Cd. de México.