Hoy comenzamos un nuevo año litúrgico y con él se abre el tiempo de Adviento, una de las etapas más significativas del camino cristiano. Cuatro semanas en las que la Iglesia nos invita a preparar el corazón para recibir al Señor que viene, no sólo en la memoria de su nacimiento sino también en su venida diaria a nuestras vidas y en su retorno glorioso al final de los tiempos. El Adviento es un tiempo de esperanza activa, de vigilancia y conversión en medio de un mundo que como veja extraviada se pierde entre los espinos del consumismo y del materialismo reinante. En medio de todo esto, la liturgia nos invita a detenernos, a mirar más allá de lo inmediato y descubrir los signos discretos de la presencia de Cristo entre nosotros.
La Palabra de Dios de este día —con la voz profética de Isaías que nos invita a «caminar» (Lc 2,1-5), la exhortación de San Pablo a «despertarnos» (Rm 13,11-14c) y el llamado de Jesús a «velar» (24, 37-44)— nos sitúa ante la urgencia de abrir los ojos a lo esencial. Este es el espíritu del Adviento: vivir atentos a la venida del Señor, con fe, con alegría y con esperanza renovada aún en medio de un mundo tan confuso que se pierde entre afirmaciones nada creíbles de algunos gobernantes de las naciones y de opiniones desacertadas de influencers que parecen no saber nada del tema que abordan. En medio de la falta de tiempo para Dios en la que la mayoría de la gente vive hoy, nosotros hemos de ser esperanza para el comienzo de una vida nueva.
Vivamos el Adviento como un tiempo privilegiado para reorientar el corazón. Que cada lectura, cada canto, cada oración de estas cuatro semanas, sea una invitación a dejar que su venida nos renueve por dentro. Preparémonos atentos para la segunda venida de Cristo, porque no sabemos ni el día ni la hora. ¿Cuándo llegará ese momento para nosotros? No lo sabemos. Puede ser nuestra propia muerte, un momento decisivo en el que se resuelva algo importante o una venida multitudinaria. El Señor puede encontrarnos «en el campo» o «moliendo». Y tomar conciencia de que lo más importante es lo que pueda encontrar el Señor en nuestro corazón. Tenemos por delante una hermosa tarea durante estas cuatro semanas: preparar nuestro interior como si fuera el pesebre que va a recibir a Aquél que nos da la vida. Seamos profetas de la esperanza, no del desaliento ni de un optimismo meramente pasajero. ¡Con María, esperemos la llegada del Salvador!
Padre Alfredo.
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