Estas parábolas no son solamente relatos entrañables del pastor con la oveja al hombro o la vecina barriendo hasta debajo de la cama. Más bien enmarañan nuestros valores y nos enseñan cuál es el verdadero valor de cada uno, la dignidad humana y la condición de «único» que tenemos cada uno. Ve tú a saber si la oveja perdida era la más bonita o la más necesitada; si la moneda extraviada era de oro o tenía un significado especial como las arras. El caso es que en ambas parábolas se nos repite, como un mantra: «¡Alégrense conmigo, he encontrado la oveja (la moneda) que se me había perdido!». Pero ¿acaso tiene sentido tanta alegría por una simple moneda, o por una oveja díscola, distraída, o por un pecador en quien quizás ya nadie espera un cambio o algo bueno? Parece, a primera vista, que aquella moneda que perdió la mujer en su casa no puede ser de tanto valor; o nos parece tal vez que una oveja entre cien no significa gran cosa como para que el pastor arriesgue su vida descolgándose incluso por barrancos para ir en búsqueda de aquella oveja perdida. Pero, en pocas palabras Jesús nos muerta cómo nos ama nuestro Dios. La moneda era única para aquella mujer; la oveja era única aunque tuviera noventa y nueve más en el redil. Por eso su alegría, tanto de la mujer cuando encuentra la moneda extraviada, como el pastor cuando encuentra la oveja perdida; llamará a sus amigos y vecinos para decirle que la ha encontrado. No olvidemos que somos únicos para Dios.
¿Qué nos está queriendo decir Jesús? Somos únicos para Él y siempre querrá nuestra salvación. Nos ama con un amor único, entrañable e irrepetible. Aunque seamos lo que seamos, aunque seamos los pecadores más horribles del mundo, Dios sigue amándonos y buscándonos, sigue ofreciéndonos su perdón y su amor, quiere cargarnos sobre sus hombros como hace el pastor con la oveja herida. Me vienen como anillo al dedo estas parábolas ahora que estoy en Ejercicios en esta bendita casa en Cuernavaca... ¡El Señor me ama como a la oveja perdida, como a la moneda extraviada y me ha encontrado! ¿Cómo pagar que me haya elegido para ser suyo desde el bautismo y luego regalarme el gozo de ser misionero, religioso y sacerdote? ¡Aquí está todo resumido! y ¡esa es la alegría de Dios en estos días de retiro! Que María interceda por mí y mis hermanos religiosos para que aprovechemos estos días que valen oro y que no dejemos de dar gracias por haber sido alcanzados por Cristo, encontrados por Él, redimidos. ¡Bendecida tarde de jueves, sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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