Este día marca una fecha maravillosa para que todos los cristianos vivamos la alegría de redescubrir la grandeza de nuestra fe contemplando a todos nuestros hermanos, que ahora están junto a Dios y que se interesaron de todo lo que se les confió en la vida, lo hicieron objeto de un diálogo continuo con Dios y ahora interceden por nosotros allá en el cielo. Celebrar a los santos y santas, reconocidos y anónimos, de la Iglesia, pueblo de Dios, es adentrarnos en la vida en clave del kairós —tiempo oportuno para actuar—, sabiéndonos sostenidos, en nuestra entrega frágil y limitada, por la gracia de Aquel cuya llamada y don son irrevocables. La segunda lectura de la Misa de este día (1 Jn 3,1-3) me da la clave para reflexionar: Esta lectura se sitúa en el conocimiento de la inmensidad del amor de Dios por el cual nos llama hijos suyos y nos invita a ser «hermanos» que se quieren, que se respetan, que se aman en ese amor que viene de lo alto. Los santos no son santos «de chiripa» ni están prefabricados.
Vivir como hijos de Dios es un desafío de todo creyente que, la más de las veces, prefiere o tiende a situarse ante Dios como deudor o pecador y debe dar el paso a saberse «hijo» y «hermano». Al parecer, como lo he experimentado en estos días en que me toca estar en la misión de Michoacán, por un acontecimiento doloroso que se ha suscitado, veo cómo nos cuesta vivirnos como hijos y como hermanos, porque pensamos —como el caso del hijo mayor en la parábola del hijo pródigo— que tenemos derecho a todo solo «por no hacer nada malo» y no por amar más allá de los límites mundanos. Nos gana la arrogancia, la soberbia, la vanidad, la falta de fraternidad, la terquedad, la petulancia, la cerrazón, la falta de humildad, la prepotencia, la insolencia... ¿Cómo se puede ser santo así? Los verdaderos santos casi ni se perciben, caminan en la sencillez de vida en día a día del ser y quehacer de cosas ordinarias como María la humilde sierva de Nazareth. Que Ella y todos los santos intercedan para seguir edificando la Iglesia que sea irradiación de Cristo en el mundo. ¡Bendecido sábado, fiesta inmemorial de Todos los Santos!
Padre Alfredo.
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