jueves, 13 de noviembre de 2025

«Como en los días de Noé y Lot»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

Jesús consideró que el Antiguo Testamento era la voz indiscutible de su Padre Dios resonando a través de varias narrativas históricas, leyes morales, poesías y profecías. Esta percepción proviene de una vasta colección de enseñanzas en las que Jesús cita el Antiguo Testamento con las figuras contenidas en sus páginas y alineando sus enseñanzas con sus apotegmas. Jesús también vio el Antiguo Testamento como una predicción de su vida y ministerio. Sostuvo la convicción de que su misión divina era no solo entregar el cumplimiento destinado de las profecías del Antiguo Testamento, sino también defender las enseñanzas y leyes por excelencia presentadas por él. Por lo tanto, no había una dicotomía en sus percepciones entre el Antiguo Testamento y su mensaje que quedaron plasmados en dos aspectos congruentes de Sabiduría divina y revelación. Jesús se refirió a muchos pasajes del Antiguo Testamento no como alegóricos, sino como verdad histórica. Tomó escenas de Adán y Eva, Noé y el Diluvio, Lot, Moisés o Jonás y la ballena, 

En el Evangelio de hoy (Lc 17,33) Jesús advierte que, como en los días de Noé y de Lot, la gente vivía ocupada en lo suyo, comiendo, bebiendo, comprando, vendiendo, sin percibir el momento de la salvación. La rutina, como a muchas personas de hoy, les adormecía el alma. La vida cotidiana, con sus urgencias y búsquedas, puede robarnos la capacidad de ver con claridad y discernir lo esencial. Con esto Jesús no condena las cosas ordinarias de la vida, sino la superficialidad con que las vivimos. El peligro, por supuesto no es trabajar, ni comprar lo necesario aprovechando los descuentos del «Buen Fin» o disfrutar de un descanso necesario en esas vacaciones que todos anhelamos. No, el peligro no esta en eso sino en hacerlo sin memoria de Dios, sin horizonte, sin amor. Cuando el corazón se acostumbra a vivir sin referencia a lo eterno, todo se vuelve fugitivo y vacío.

Hoy el Señor quiere recordarnos, empezando por este eterno aprendiz de escritor, que el Señor nos llama a vivir despiertos, a vivir atentos a su presencia, a vivir sin miedo a perder lo que pasa para ganar lo que permanece: «Quien quiera guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.» Perder la vida por Cristo, como hemos meditado los padres y el hermano que participamos en la Asamblea General en estos días, no significa destruirla, sino entregarla con amor, viviendo de tal modo que cada gesto, cada palabra y cada decisión tenga un sabor de eternidad. Caminando al lado de María, que seguro tuvo que hacer los mismos trabajos que las mujeres de su tiempo; que tuvo que aprovechar ofertas para comprar lo que en la casita de Nazareth se necesitaba para el diario y que con su esposo Jesé y el Divino Niño disfrutó de paseos, por lo menos al ir a la visita anual del templo... lo que hacemos, tendrá sabor de eternidad. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

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