Luego de un tiempo de descanso —no sé si merecido o no— regreso a escribir mi «pequeño pensamiento» para hoy sábado, último día del Tiempo Ordinario en la Iglesia. Ya esta tarde serán las primeras vísperas de Adviento y con ello la apertura del nuevo año litúrgico que se identifica en el calendario con el ciclo «A» en el que se lee el evangelio de San Mateo. Las lecturas de estos días tienen, tanto la primera lectura (Dn 7,15-27) como el evangelio (Lc 21,36), un tinte apocalíptico pero que al mismo tiempo son situaciones que suceden en nuestros días, y que por lo mismo alientan nuestra esperanza. Porque, ¿cómo tener esperanza cuando parece que todo parece que se acaba, que ya nada es estable, que las élites altas «viven en las nubes» lejos del pueblo que dicen que tanto defienden y en donde los valores son denostados y nuestra fe es cada vez más insignificante y pequeña frente a la globalización del materialismo?
El Adviento nos invita a tener esperanza, recordando que no es una época para caer en un optimismo fácil envuelto entre venaditos, pinos navideños, luces de colores y escasos «Nacimientos» que todavía se dejan ver, porque… ¡seamos sinceros, la cosa en México y en otras partes no está para ser optimistas ni siquiera con eso! ¡No!, a los católicos se nos pide ser esperanzados, que es tener puesta nuestra confianza en Alguien que tiene el poder para cambiar las cosas y a quien estamos «esperando» con fe. Este tiempo que vamos a iniciar nos mueve a poner toda nuestra confianza y anhelo en el Dios de la historia que hace que todo concurra para el bien de los que lo aman y de manera especial se dejan amar por él. La esperanza se nos presenta hoy como ese pequeñísimo grano de mostaza o esa poca levadura que fermenta la masa sin darnos cuenta.
Por eso el evangelio de este sábado nos lleva a recordar la misión del cristiano hoy día: estar vigilante para no dejar que se abalancen las tentaciones del enemigo, los males que nos acechan, las persecuciones, el pecado. Pero, a la vez, también mirar de reojo las inquietudes de la vida que con su superficialidad quieren distraernos de lo esencial de la vida cristiana, contagiando nuestra vida de banalidad, de superficialidad, de esa mundanidad espiritual de la que hablaba el papa Francisco. El Adviento es tiempo de esperanza que nos lleva a mantenernos ecuánimes en la fe y en la presencia del Señor. Vigilancia, oración y no mero optimismo, son actitudes esenciales de este tiempo litúrgico que pedimos al Señor con todo nuestro corazón. Todo esto nos ayudará a comenzar el año con un corazón renovado y entusiasmado por este nuevo Adviento que el Señor nos regala. Con María esperamos la llegada del Señor. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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