Estamos de manteles largos en nuestra Asamblea General aquí en la Casa Madre de nuestro carisma Inesiano en Cuernavaca. Es que el padre Arturo Torres, nuestro hermano Misionero de Cristo está celebrando su XXXI Aniversario de ordenación sacerdotal. ¡Cómo no darle gracias a Dios por el regalo que en su infinita misericordia que a lo largo de 31 años se ha derramado sobre el padre Arturo y, a través de él, en muchas almas! Dios nos da un gran regalo porque el tema coincide con el Evangelio de hoy (Lc 17,11-19). En el episodio que San Lucas nos narra, Jesús sana a diez leprosos y es uno solo el que regresa para agradecer. Este acto de gratitud es profundo y nos invita a agradecer, en este caso concreto, el don del sacerdocio de quien ha recibido la gracia de la Ordenación y de quienes de alguna u otra manera, son beneficiaros de ese sacramento. ¿Cuántas veces no agradecemos este don? pensamos en los sacerdotes cuando los necesitamos.
En este episodio del Evangelio, Jesús va hacia Jerusalén, y pasando entre Galilea y Samaria —cuyos habitantes eran considerados extranjeros por los judíos— se le acercan diez leprosos que, desde lejos, como indica la ley, a gritos pedían a Jesús que les curase diciendo: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Es el grito que todo sacerdote escucha muy seguido. Jesús, al verlos, les dijo que fueran a presentarse a los sacerdotes —judíos obviamente— como marca la ley. Ellos obedecieron el mandato de Jesús y se pusieron en camino enseñándonos cómo se pasa de una fe interesada —busco mi curación— a una fe agradecida —creo en su palabra y cumplo lo que me dice—.Lo paradójico del relato es que los diez tuvieron la intención de cumplir el mandato, pero únicamente uno es el que, al verse limpio, le puede más su espíritu de agradecimiento que el cumplimiento de la ley y vuelve alabando a Dios dando gracias. Jesús inquiere... ¿No eran diez los curados? ¿Dónde está el resto?
Aquellos nueve creyeron en la palabra del Señor, y cumplieron lo que manda la ley a rajatabla, para conseguir certificar su curación y su reinserción en la sociedad; pero sólo uno se dio cuenta de que hay algo más importante que esto y sumamente necesario, el reconocer en el Hijo de Dios un milagro y ser agradecidos. Ayúdenme a agradecer el don del sacerdocio en el padre Arturo. Agradecer el don de su celibato, por haber renunciado a una esposa e hijos para desposarse con la Iglesia y engendrar muchos hijos. Agradecer la infinidad de domingos y días de entre semana para celebrar la Misa. Agradecer tantas homilías, bautizos, confesiones, funerales y tantas cosas más. Agradecer el ejemplo de una vida vivida con un propósito muy claro. Roguemos al Señor que siga siendo fiel a sus compromisos, celoso de su vocación y de su entrega, claro espejos de la propia identidad y que siga viviendo con la alegría del don recibido que le ha caracterizado. Hagámoslo contemplando a María y rogando su intercesión de Madre de los Sacerdotes y diciendo a ella también: Gracias. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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