martes, 4 de noviembre de 2025

«De prisa, como San Carlos Borromeo»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Ya entrada la noche encuentro un espacio para compartir mi reflexión de esta mañana, pues, aunque parezca increíble para muchos, no alcanzo a escribir tempranito por cuestiones de horario y el día pasa a velocidad supersónica, de manera que cuando caigo en la cuenta ya son las diez pasaditas. No puedo dejar de escribir algo en este día en que la figura de San Carlos Borromeo, una persona que tomó muy en serio las palabras de Jesús; «Quien quiera ganar su vida, la pierde, pero el que gasta su vida por Mí, la ganará» me ha ocupado la mayor parte de los momentos de oración del día. 

La historia de San Carlos es simpática. Él se consagró a Dios porque siendo chico, su hermano mayor, a quien correspondía la mayor parte de la herencia, murió repentinamente al caer de un caballo. Ese hecho hizo que Carlos tomara el doloroso acontecimiento como un aviso enviado por el cielo, para estar preparado porque el día menos pensado llega Dios por medio de la muerte a pedirnos cuentas. Entonces renunció a sus riquezas y fue ordenado sacerdote y después arzobispo de Milán. Su vida como sacerdote no fue fácil, pues era sobrino del Papa Pío IV, que estaba en ese entonces al frente de la Iglesia y algunos envidiosos —que nunca faltan— decían que era nepotismo. Sus enormes frutos de santidad demostraron que su vocación fue, ciertamente, una elección del Espíritu Santo.

En una homilía, pronunciada el 27 de marzo de 1567 en la Catedral de Milán, de donde era Arzobispo, están estas palabras que cavilo en mi corazón rogando al Señor me regale la intercesión de este hombre santo para que sea lo que le prometí al Señor como sacerdote, como misionero, como religioso: «Queridos hermanos, quedo confundido cada vez que comparo mi soberbia, que no soy más que polvo y cenizas, con la humildad del Señor». La Virgen, a quien tanto quiso San Carlos, me ayudará a hacer a un lado las confusiones que de repente aturden el alma porque parece que uno no le atina a nada. ¡Estoy seguro! porque no quiero quedarme como una especie de pieza de museo al irme haciendo viejo, quiero mantenerme ajeno de la soberbia, de la arrogancia, de la pompa cómoda y seguir sirviendo con alegría a pesar de los pesares y de los tropiezos. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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