El libro de la Sabiduría es uno de los más fascinantes de todo el Antiguo Testamento. Es uno de los libros sapienciales que aunque no están contenido dentro del Canon Hebreo, están incluidos en la Septuaginta, la edición griega del Antiguo Testamento que los apóstoles usaron para evangelizar el mundo, así que ha pasado a las tradiciones cristianas, en particular a la católica, como un libro inspirado. Este libro recoge a modo de sentencias hiladas, narraciones figurativas y pequeños textos, todo un cúmulo de exhortaciones, amonestaciones y reflexiones heredadas sobre el arte de vivir. Sus reflexiones se cruzan entre el más evidente sentido común y la hondura más contemplativa, y tratan de que la «sabiduría» en sí misma sea la guía de conducta del ser humano.
El pasaje de la liturgia de hoy (Sab 2,23-3,9), aborda la eterna pregunta del mal y la muerte, animando al orante a lo único que la fe puede hacer ante ello: «confiar en el amor misericordioso de Dios», para el que nada queda perdido en las resacas de la historia. La última frase de este trozo de hoy, es sumamente reconfortante: «Los que confían en el Señor comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque la gracia y la misericordia son para sus devotos y la protección para sus elegidos». Las virtudes de la misericordia y la verdad —o el amor y la fidelidad— suelen ir juntas en el Antiguo Testamento para indicar la realización y el cumplimiento de los compromisos. «La misericordia y la verdad se encontraron», dice el salmista (Sal 85,10; ver también Sal 25,10; 57,3). «Con misericordia y verdad se corrige el pecado», afirma Salomón en Proverbios 16,6 (ver también Prov 20,28).
Éste es el primer texto de la Biblia en el que se habla de la esperanza bienaventurada de los justos. Los justos son esos: «los que confían en el Señor». O más bien dicho: «los justos somos nosotros», pues creo que mis 9 lectores, como yo, vivimos de nuestra confianza puesta en el Señor trabajando en esta vida, como dice la Beata María Inés: «En los intereses del Señor». Hace muchos años que se escribió esta obra. la vida del que quiere ser justo ha de ser entendida en el clima de la llamada de Dios a vivir en la esperanza de alcanzar el Cielo pasando por el mundo haciendo el bien, ayudando al necesitado, brindando una sonrisa, ayudando a resolver algún problema, en fin... Tratemos de hacer la voluntad de Dios guardando todas sus leyes, amándole con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, poniendo en práctica nuestra fe con los ojos puestos en Él y en el prójimo, porque Dios quiere llamarnos «justos». Que María, en su sencillez de Madre, nos ayude a lograrlo. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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