lunes, 3 de noviembre de 2025

«Hay que dejarse alcanzar por la misericordia de Dios»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

La primera lectura de hoy, tomada de la carta a los Romanos (Rm 11,29-36), es un pequeño fragmento en el que brilla la palabra «Misericordia», pues en unos cuantos renglones se repite cuatro veces. Para San Pablo la misericordia es la infinita bondad de Dios que se manifiesta en el perdón y la compasión hacia los pecadores, a pesar de sus rebeldías. Y es que hay que recordar cómo él mismo experimentó eso en el proceso de su conversión. San Pablo utiliza su propia experiencia de perseguidor convertido en apóstol como muestra de esta misericordia para inspirar a otros a creer. Así, él logra captar que la misericordia divina es el acto divino de ofrecer clemencia en lugar de castigo, lo que permite a la humanidad alcanzar la fe, la salvación y recibir su gracia y amor de forma abundante. Eso se manifiesta claramente en este cachito de esta carta que, para muchos estudiosos, es la carta magna del Apóstol de las Gentes.

Nuestra existencia terrena está siempre necesitada de esa misericordia que viene lo Alto, pues nuestra vida se amalgama como un mosaico de luces y sombras, éxitos y fracasos, esperanzas y abatimientos que se van alternando como los veinte misterios del Santo Rosario. Dios nos conoce completamente, conoce nuestras luchas, fallos y debilidades. Aun así, él elige tener compasión de nosotros, abriendo la puerta para la reconciliación y el perdón de nuestros pecados. Por su misericordia, Dios no nos da el castigo que merecemos, sino que, por medio de Jesús, nos ofrece la oportunidad de recibir su perdón y la vida eterna. Esa misericordia, nos la muestra el Señor cada día. La vemos en cada amanecer y en las nuevas oportunidades que cada jornada nos presenta. Nosotros le fallamos a Dios, pecamos, cometemos errores y merecemos ser castigados. Sin embargo, Dios permanece a nuestro lado, nos muestra su bondad y nos extiende su mano. Por eso entrar en el Misterio de Dios es algo que escapa a la capacidad del ser humano. El libro de Lamentaciones, en el Antiguo Testamento, proclama la misericordia del Señor en medio de una situación en que el pueblo sufre, como sucede hoy en nuestro México lindo y querido con la que parece casi perenne violencia en Michoacán y otros lugares de la tierra como Nicaragua, Rusia, Ucrania, Palestina, Israel, Myanmar, Sudán y tantos pueblos más. El escritor sagrado anota: «Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad» (Lam 3,22-23). 

Ya he hablado en estos días de lo duro que es contemplar la arrogancia, la falta de solidaridad, la soberbia y demás parientas pecaminosas que se atraviesan atractivas como tentaciones en la vida del hombre. Nuestros hermanos Misioneros de Cristo de nuestra comunidad de «El Tigre», están prácticamente atorados, sin poder venir a reunirse con los que ya estamos en la Casa Madre por los bloqueos, protestas y cercos debido al asesinato a quemarropa del alcalde de Uruapan y por otros actos de violencia que el gobierno no puede controlar y más bien parece querer abrazar. En medio de este dolor y luto nacional no solo por la muerte de uno, sino por la agonía de todo un pueblo, el hombre y la mujer de fe saben que Dios es fiel y no desechará a su pueblo para siempre. Dios muestra su misericordia y compasión. Los miembros de los cárteles siguen pecando y entristeciendo al Espíritu Santo, porque sé que la mayoría de ellos fueron bautizados y su corazón ha cambiado a Dios por el dinero. Pero el perdón de Dios siempre está disponible (1 Jn 1,8-9). La misericordia de Dios está dispuesta a perdonar todos los pecados, ya que la sangre derramada por Jesucristo en la cruz los ha expiado. Servimos a un Dios grande, amoroso y misericordioso, y gracias a Su gran amor no hemos sido consumidos. Nuestro Dios está a favor de nosotros, no en contra de nosotros y el mal no prevalecerá. Unos domingos atrás, asistí en Roma a la canonización de San Bartolo Longo, un laico italiano que llegó a ser «medium» de primer rango y sacerdote espiritista. Dios fue desapareciendo de su andar día en día y «el indecente», como llamaba la madre Esthela Calderón al demonio, parecía tenerlo totalmente atrapado odiando a la Iglesia. En determinado momento se dejó alcanzar por la misericordia divina y quedó aferrado a Dios. Todos podemos ser objeto de la misericordia y compasión de Dios si nos dejamos prender por Él. Encomendemos a «los malitos» a María rogándole que interceda para que todos los involucrados en estas organizaciones de violencia desmedida se topen con esa misericordia divina y cambien. ¡Bendecido lunes y dispensen lo largo de mi reflexión!

Padre Alfredo.


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