El tema de «el granito de mostaza» es siempre actual. El Evangelio de este lunes lo contiene (Lc 17,1-6). Cuando veo este pedacito del Evangelio me remito a mi propia experiencia. De hecho llamo a mi reflexión diaria «Un pequeño pensamiento» no por la cantidad de palabras que lo componen, sino porque es algo pequeño que sale del puño de alguien que se sabe así, pequeño y que solamente algo pequeño es lo que podrá aportar para que, en el corazón que lo reciba se haga grande. Dice San Pablo que el Señor escogió a un grupito de personas débiles para convertir al Imperio más grande de aquella época. Dice que Dios eligió a los necios del mundo para confundir a los fuertes (cfr. 1 Cor 1,27-28,30-31). Los apóstoles eran humildes y pequeños, pescadores y publicanos, gente de «poca monta». Eran la semilla de mostaza que, cuando se la siembra, es la más pequeña, pero después crece y llega a ser la más grande de los arbustos, llegando a tener hasta poco más de tres metros de altura.
La historia de la iglesia, con la gran diversidad de santos y beatos que nos ha dejado, ha demostrado que esta parábola de la semilla de mostaza es verdadera. La iglesia ha experimentado que, alrededor de estos hombres y mujeres llenos de fe, desbordantes de amor y plagados de esperanza, por más pequeños que sean, el reino de Dios c rece, se robustece y se consolida para dar sobra a muchas almas y albergarlas bajo su cobijo. Esta semilla se encuentra esparcida en todo el mundo y es una fuente de sustento y refugio para todos los que buscan la bendición de Dios. Basta ir al dicho tan común entre nosotros: «Dime con quién andas... y te diré quien eres». A pesar de la persecución y los intentos repetidos de erradicar esta semilla en la Iglesia, esta sigue floreciendo. Y solo es una pequeña muestra de la manifestación final del reino de Dios, cuando Jesús regrese a la tierra para gobernar y reinar por los siglos de los siglos.
Jesús, con sus parábolas, hablaba proverbialmente y con exageraciones, como solemos hacerlo nosotros cuando decimos: «está lloviendo a cántaros» durante una fuerte lluvia, o «muriéndonos de calor» en las oleadas del verano regio. En el ambiente judío, sembraban y cosechaban entendiendo que el grano de mostaza era el más pequeño de lo que normalmente sembraban. Aun así, podía germinar, echar raíces, florecer y servir de residencia para algunos pájaros. A la luz de esta enseñanza pidámosle al Señor que nunca olvidemos que somos tan pequeños como el granito de mostaza, pero que somos portadores del reino de Dios que ha de abarcar el mundo entero. El Evangelio mismo nos dice que el reino está ya en medio de nosotros (Lc 17,21). Y si está entre nosotros es porque nosotros mismos lo hacemos presente. Que la Virgen María también nos ayude intercediendo ante su Hijo por nosotros. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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