viernes, 31 de octubre de 2025

«LA LEY DE DIOS Y LAS LEYES DEL HOMBRE»... Un pequeño pensamiento para hoy

Desde épocas muy remotas el hombre ha necesitado de leyes. Es de todos conocido que la relación entre el hombre y la ley es tan antigua como la misma sociedad. Y es que las leyes nacen de la necesidad de regular la convivencia y evitar el abuso de unos cuantos. A lo largo de las épocas remotas, esta relación ha evolucionado desde costumbres primitivas y mandatos divinos hasta los sistemas legales codificados de la antigüedad. La ley marca el camino recto, por eso la senda que señala es un camino de libertad, porque conduce al bien. Es al mismo tiempo un aviso de peligro para la libertad egoísta de que puede acabar en un fracaso. En el Evangelio de hoy (Lc 14,1-6), Jesús cuestiona un aspecto importante de «La Ley»: La fidelidad a la ley no está en una observancia rígida o en la letra muerta, sino en el amor que guía nuestras acciones. Curar en sábado, a pesar de las leyes que regían en aquel entonces, no es una transgresión, sino una manifestación de la justicia y misericordia que debe estar en el centro de la ley.

Jesús nos hace ver que la ley más importante y de la que derivan todas es la ley eterna o ley divina, que se puede definir como: «El plan de la divina Sabiduría en cuanto señala una dirección a toda acción». El Concilio Vaticano II dice de la ley eterna: «La norma objetiva de la vida humana es la misma ley eterna, objetiva y universal, por medio de la cual Dios en su designio de sabiduría y amor, ordena, dirige y gobierna el universo y los caminos de la sociedad humana» (DH, 3). Esta ley, que está por encima de todas las demás es inmutable, no puede cambiar, porque viene de Dios que es el «Inmutable». No depende para nada de los cambios que puedan provocar los hombres. Es suprema porque está sobre los legisladores humanos, de tal manera que toda ley humana que vaya contra ella será injusta, falsa y engañará a los hombres. Por último, esta ley es universal, porque afecta a todos los seres creados sin excepción. Así que el camino para ser fieles a Dios, de acuerdo a la «La Ley» pasa por un amor que integra, discerniendo cuándo y cómo actuar con compasión, siguiendo el ejemplo mismo de Jesús.

La cosa es que nosotros muchas veces, como los fariseos, somos «convenencieros u oportunistas». Si nos conviene defendemos que hay que actuar de acuerdo a la ley natural, esta que está por encima de todo, pero si eso no nos conviene, entonces creamos leyes humanas buscando el interés propio y el beneficio personal queriendo ganar ventajas o un resultado práctico y beneficioso sin importar la ética. Los fariseos actuaban así, se adherían estrictamente a la «letra de la ley» solo cuando les beneficiaba o para evitar castigos, ignorando por completo el «espíritu» o el propósito ético de la norma basada en la ley natural. Ojalá que meditando este pequeño párrafo del Evangelio pidamos al Señor la capacidad e aplicar toda ley con el criterio de la caridad y de la justicia que Dios quiere. No podemos ni debemos ser excesivamente cuadriculados ni totalmente desentendidos para hacer lo que nos apetezca perjudicando a los demás. La caridad es la Ley suprema, y es la caridad la que nos dirá en cada momento lo que Dios espera de nosotros. Que María, que comprendió muy bien lo que esto significa, nos ayude. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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