En el Evangelio de este domingo misionero (Lc 18,1-8), Jesús, el Misionero del Padre, que nos conoce bien, a través de una parábola, nos enseña cómo debemos orar siempre, sin desfallecer, sin desanimarnos porque esa es la principal ocupación de todo misionero, como dice la Beata María Inés, quien por cierto en una de sus cartas escribió: «Nuestra misión en tierras paganas consistirá especialmente en la oración y sacrificio, pues estamos perfectamente convencidos de que, si esto falta, todo lo demás se vendrá abajo». (Carta del 2 de octubre de 1945). El papel de la oración, en nuestro ser de misioneros es imprescindible. La oración, en el misionero, es la expresión de una relación profunda de amistad con Dios, una relación llena de confianza en el Padre, al estilo de Jesús mismo. Y una oración que ayuda, en definitiva, a vivir en cercanía con los misionados. En la oración, los misioneros ponemos nuestro corazón a la escucha de Dios, y también nos ayuda a escuchar a nuestro prójimo.
El Papa León, a la muchedumbre que le acompañamos en la plaza de San Pedro esta mañana, nos dijo en la homilía: «Así como no nos cansamos de respirar, del mismo modo no nos cansemos de orar. Como la respiración sostiene la vida del cuerpo, así la oración sostiene la vida del alma. La fe, ciertamente, se expresa en la oración y la oración auténtica vive de la fe». Una oración perseverante y confiada debe ser necesariamente una oración de sensibilidad y preocupación especialmente por los débiles y por los pobres, que han de ocupar un lugar muy especial en el corazón de todos los que somos misioneros y que esa preocupación debe expresarse administrándoles justicia. En este DOMUND pidamos de nuevo al Señor Jesús: “¡Señor, enséñanos a orar!” y renovemos nuestro compromiso misionero para lograr todos juntos, con esa fuerza que da la oración unida a nuestro trabajo en la misión universal, que todos le conozcan y le amen. Que la Virgen Santísima nos ayude. Termino mi reflexión con las palabras finales de la homilía para este domingo del Santo Padre: «Mientras peregrinamos hacia esa meta, no nos cansemos de orar, cimentados en lo que hemos aprendido y creemos firmemente (cf. 2 Tm 3,14). De ese modo, la fe en la tierra sostiene la esperanza en el cielo». ¡Bendecido DOMUND!
Padre Alfredo.
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