domingo, 12 de octubre de 2025


Con el gozo de estar en Roma, la que considero mi segunda casa, comparto feliz mi reflexión luego de haber tenido ayer el regalazo de contemplar de cerca la imagen original de Nuestra Señora de Fátima, que traída de Portugal para el jubileo de los movimientos marianos, nos reunió a su alrededor para rezar el Santo Rosario por las necesidades del mundo entero, así que, mis queridos lectores... ¡Aquí estuvieron conmigo! No se me hace casualidad que este domingo el Evangelio (Lc 17,11-19) nos narre el episodio de los diez leprosos que se acercan a Jesús suplicando que tenga compasión de ellos. Ayer nos acercamos muchos —tanto en Santa María Transpontina como en la vigilia en la plaza de San Pedro— a la Virgen Santa para orar y pedir por la «lepra» actual del mundo, la indiferencia y el olvido de los más necesitados.

El hombre y la mujer de fe, no puede ir con indiferencia perdiendo la visión de tantos necesitados que, en el Evangelio de San Lucas, para mostrar que se trata de una comunidad grande, como es el gran número de almas necesitadas de amor y compasión en el mundo, se muestra en diez leprosos —como son diez las monedas que la mujer tenía y le falta una (Lc 15,8); diez sirvientes entre los que hay un perezoso (Lc 19,13-25; cfr. Mt 25,28) y diez vírgenes, de las que cinco resultan previsoras y cinco imprudentes (Mt 25,1-13)—. Jesús escuchó la petición de los diez leprosos, y como vemos, les pide a cambio un gesto de confianza y una acción: «caminar». Será en el camino en donde encuentren la curación. Seguro que se llenarían de inmensa alegría, conocida de mucha gente, cuando los sacerdotes verificaron públicamente la curación del grupo. Pero solo uno, el samaritano, se acordó agradecido de su benefactor, Jesús, y supo «dar Gloria a Dios» volviendo con acción de gracias a sus pies.

Los diez leprosos —como el ciego de Jericó (Lc 18,35-43) y el Buen Ladrón (Lc 23,39-43)— llamaron al Maestro por su nombre: «¡Jesús, ten compasión de nosotros!». Todos se curaron, pero solamente uno de los diez, alcanzó la salvación plena: «¡Tu fe te ha salvado!». Nuestra acción de gracias da gloria a Dios y nos prepara para recibir la salvación. Por eso nos conviene fomentar en nuestro corazón, junto a la petición llena de confianza por lo que necesitamos y la compasión por los necesitados, la acción de gracias por todo lo que recibimos, incluso sin pedirlo. Como dice san Juan Crisóstomo: «Dios nos hace muchos regalos, y la mayor parte los desconocemos». Si somos agradecidos con Dios y le alabamos por todo, como María, atraemos para nosotros y para los demás las bendiciones del Cielo, la salvación. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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