Estos días estamos leyendo como primera lectura la Carta a los Romanos. Hoy, en estas letras (Rm 1,16-25), San Pablo escribe poniendo de manifiesto la importancia del Evangelio y deja claro «que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, sea judío o griego». Él dirá que ha sido enviado a los gentiles para anunciarles el Evangelio, mediante el cual se revela la justicia de Dios y que la salvación llega por medio de la fe y no la originan solamente las obras. El amor de Dios ha hecho capaz al hombre de conocerle y encontrarlo en toda la creación, obra suya. Una hermosa reflexión se nos propone: «lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; todo lo contrario, se ofuscaron en sus razonamientos, de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas».
Quiero tomar este pasaje para seguirme examinando en lo que soy y en lo que hago como misionero para que el Espíritu me lleve a metas más altas sin quitarle, de ninguna manera, el lugar protagónico a Dios. Es muy necesario, actualmente en que hay tantas maneras de hacerse «famoso», escapar de la tentación de sustituir a Dios, ya sea colocándose en su lugar, o ya sea sustituyéndolo por la vanidad de endiosar la obra de nuestras manos. ¡Cómo me ayuda, este pasaje, en el contexto de esta hermosa experiencia del jubileo, a ser consciente de haber sido llamado a administrar y cuidar de todo cuanto existe, como misionero, en nombre del mismo Señor que a todos ha creado! Que María Santísima, la Madre de Dios y Madre nuestra me ayude en el examen, porque sin ella, sin su ejemplo de docilidad, de escucha, de servicio, de atención a la voluntad del Padre... repruebo. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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