domingo, 26 de octubre de 2025

LA MODA DE PONER LA FOTOGRAFÍA DEL DIFUNTO EN LA MISA DE CUERPO PRESENTE, CENIZAS, NOVENARIOS, TRIDUOS; LAS HOMILÍAS EN ESAS MISAS Y LOS ANIVERSARIOS DE DEFUNCIÓN, RECUERDO DEL CUMPLEAÑOS Y LA INAPROPIADA EXALTACIÓN DE LOS DIFUNTOS


En los últimos años, —copiando a nuestros hermanos separados «esperados»—, se ha puesto de moda poner la fotografía del difunto en la misa de cuerpo y presente, cenizas, novenario, triduo, aniversario de defunción, recuerdo del cumpleaños, etc. El uso de fotografías en los funerales protestantes se diferencia de la tradición católica porque ellos no tienen imágenes sagradas de santos o de la Virgen María que para nosotros tienen un significado litúrgico y espiritual. El protestantismo, en general, se enfoca menos en los rituales y más en la celebración de la vida de la persona fallecida. Los católicos, cuando celebramos una Misa pidiendo por un difunto, no podemos olvidar que el centro de toda Celebración Eucarística es siempre Cristo Resucitado, no la persona por la que estamos orando.

El funeral protestante coloca la fotografía del difunto porque ese momento se convierte, por así decir, en un espacio de libertad para exaltar la memoria de la persona y darle de las formas más originales un último adiós. Un funeral cristiano protestante nunca es exactamente igual a otro, porque no hay rituales y las denominaciones protestantes son muchas y muy diversas. Hay funerales sobrios o más festivos y emotivos; solemnes y más serios; íntimos o multitudinarios. El toque personal hace para ellos la diferencia y retrata la despedida con nombre y apellido. No hay límites para crear ese momento de agradecimiento por haber compartido con alguien. Siempre caben sus historias y anécdotas, su legado y enseñanzas, y los innumerables sentimientos que fue regando a su paso. 

Los protestantes, al no tener un mismo «Ritual de Exequias» como los católicos, hacen más y más creativas las despedidas, no solamente poniendo fotos o recuerdos del difunto sino haciendo celebraciones en diversos lugares. Si a la persona le encantaba el bosque, consideran celebrar su despedida entre árboles. Si la persona era la mejor cocinera, ofrecen algunas de sus mejores recetas para agradecerle tantas veces que cocinó para los familiares y amigos. Si el difunto era deportista y siempre andada en bici, llevan las cenizas en una caravana de bicicletas. Si le encantaban las rosas rojas, le piden a los asistentes que cada cual le lleve una... Todo esto ha motivado a algunos católicos a «ser creativos» queriendo ser originales.

Nuestra Misa, como todos los católicos sabemos, es Cristocéntrica —Cristo va siempre al centro— y no antropocéntrica —colocando el hombre en el centro—. Por eso los católicos hemos de entender que la Misa por un difunto no es una honra fúnebre con aires de homenaje. De hecho por eso el Papa Francisco, de feliz memoria, simplificó el rito para la Misa de exequias del Santo Padre.

Al celebrar la Misa de cuerpo presente, cenizas, aniversarios y demás cuestiones relacionadas con nuestros difuntos, celebramos a Cristo muerto y resucitado, celebramos al Viviente, al que vive para siempre, al que ha vencido a la muerte, por eso el centro de la celebración exequial no es el difunto, sino el Señor Jesús, cuya muerte y resurrección es el centro de nuestra fe y el motivo de nuestra esperanza. Por cierto, en la medida de lo posible, hay que tratar de celebrar las exequias de nuestros seres queridos en la parroquia a la que estos pertenecieron, porque en la parroquia está la comunidad que acompaña a los fieles a lo largo de la vida, desde su nacimiento hasta la muerte. La parroquia brinda al cristiano los dones de la salvación, los sacramentos, el anuncio del Evangelio y la formación cristiana. Es lógico, entonces, que la comunidad parroquial le acompañe con su afecto y su plegaria en su despedida de este mundo.

Desde esta perspectiva es fácil comprender que almas de las personas por las que oramos no necesitan en ninguna circunstancia ser el centro de la celebración o el centro de la atención de la comunidad o de la familia. El problema de las fotografías del difunto es que en lugar de centrar la atención en el altar, que representa a Cristo Sacerdote, que lleva la ofrenda de nuestra oración al Padre, desvía nuestra atención hacia las personas mismas de los difuntos. Incluso ha que hacer conciencia de que algunas Misas de difuntos —cuando son varios—, parecen competir con alguna galería fotográfica.

Cada vez que la gente lleva la foto a Misa —además de que la mayoría de los asistentes en muchos de los casos, se paran pocas veces en un templo—, en lugar de ayudar a esa alma con la oración personal, deja ver, muchas veces, que es más importante para ellos ese familiar o amigo que Dios mismo, que fue quien nos permitió en su Providencia compartir el amor o la amistad por un tiempo. Algunos, inclusive, van y se paran frente a la foto luego de saludar a los familiares que están en la primera banca para recordar deudas que tienen con los difuntos: «No alcancé a hacer esto que quería», «nunca le dije esto», «quedó pendiente una cosa» o lo más común: «Es que no me pude despedir».

En la misa por los difuntos, nuestro mayor anhelo debe ser que esa alma viva ya con Dios en su gloria y por eso oramos juntos, unidos por la fe, recordando que un funeral es para encomendar al difunto, afianzar nuestra fe en la resurrección futura y dejar su vida en las manos de Dios, de manera que esto también nos ayude a los vivos a pensar en la realidad de la muerte y nos anime a vivir mejor como cristianos.

Algunas personas incluso «pelean» el lugar de la fotografía de su difunto, exigiendo un mejor lugar cuando hay varios o quieren ponerlas en el presbiterio, cosa que ni para las cenizas esta permitido, ya que solamente las imágenes de los santos y beatos, y sus reliquias, son las que pueden estar en los templos, porque con la beatificación y la canonización, la Iglesia asegura que ellos pusieron a Dios y a la Eucaristía en el centro de su vida sin ser ellos el centro de atención. Estas imágenes son para veneración pública y para llevarnos a Dios, no un simple recuerdo o «un adiós».

De ninguna manera podemos considerar la Misa exequial no es un acto en honor del difunto, como lo sería una ceremonia de carácter civil, para honrar a una persona fallecida, por ejemplo a un buen gobernante por su labor en beneficio de la comunidad, o a un policía caído en el cumplimiento de su deber, en esos casos, es conveniente poner una fotografía del difunto en el lugar donde se realiza el homenaje, es decir en un recinto público. Las misas por los difuntos no pueden convertirse en una especie de show de exaltación del finado donde la familia aprovecha la misa para hacer un panegírico completamente desproporcionado.

Que pena que en algunas Misas de difuntos se encuentra uno con una monición de entrada más larga que la Cuaresma contando las maravillas del difunto y luego el celebrante hace una homilía en la que en lugar de explicar la palabra de Dios aprovecha para explicar que el fallecido está ya en el cielo y lo buenísimo que era... ¿Cómo sabe el celebrante o los familiares que el difunto salió exento del examen en el juicio ante Dios? Y es que, como se eligió a veces la fotografía más tierna y el celebrante pide reunirse con la familia antes... ¡para hablar bonito!

Está claro que, empezando por los celebrantes, los católicos debemos seguir el ritual de exequias, que pide que estas celebraciones cristianas no se conviertan en honras fúnebres, es decir, en una ceremonia para honrar al difunto y recalca que no se asuman elementos extraños a la tradición católica, como querer poner camisetas de clubes deportivos, peluches u otra clase de artilugios que nada tengan que ver con la fe. El ritual de exequias actual, aprobado por la Santa Sede, no contempla la colocación de una fotografía del difunto ni sobre el ataúd, ni cerca de él o junto a las cenizas, aunque sabemos que el Derecho Canónico deja ver que lo que no está prohibido está permitido, así que hay quienes seguirán buscando poner fotografías, aunque en la liturgia que se celebra en la Basílica de San Pedro, que sirve como modelo para la liturgia de toda la Iglesia Católica, no se colocan nunca fotografías de un Papa o de un Cardenal cuando fallece, solo se lleva su féretro.

En la Misa de exequias por uno o varios difuntos, lo que es conveniente, al final de la misma, es hacer un pequeño resumen de la vida de la persona y agradecer en nombre de la familia, la asistencia. Pero yo diría que en una cultura que se rige mucho por imágenes, una cosa es el momento de la Misa de exequias y de cenizas y otra la de novenarios, triduos, aniversarios y demás. Tal vez en la Misa de exequias o de cenizas sea suficiente una fotografía discreta y un pequeño arreglo floral en ese día y nada más, si eso ayuda a que los familiares cercanos vivan su duelo, aunque sería mejor poner una pequeña vela junto a las cenizas —si es el caso—que ayude a dirigir la mirada hacia el Cirio Pascual. Pero yo considero que el lugar más idóneo para colocar una fotografía del difunto es la capilla de velación, donde los familiares y amigos del difunto se reúnen para consolar a la familia y estar con el difunto y acompañarlo con la oración, especialmente con el rezo del Santo Rosario suplicando por la intercesión de la Virgen María para que ayude al difunto a llegar al Cielo. En especial creo que el mejor espacio es a la entrada de la capilla ardiente. Este momento es una oportunidad para orar por el difunto y honrar su memoria.

Distinto es el caso de un funeral de una persona que se ha distinguido por su fe profunda, su hacer obras de caridad y es conocida así, por la comunidad, ya sea sacerdote, religioso o laico. Este es el caso de quienes mueren «en olor de santidad» o el de quienes están en proceso de beatificación y canonización y para acrecentar su fama de santidad hay que dar a conocer su imagen.

Esto que comparto, por supuesto, no es un dogma de fe. Bien nos decía un maestro de liturgia en el Seminario en aquellos años, que los padrecitos y la gente terminarían haciendo lo que está de moda. ¡A ver qué sigue!

Padre Alfredo.

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