La primera lectura de este viernes es del libro de Joel, un profeta del que no conocemos su biografía pero según algunos datos del libro hay quienes lo sitúan hacia el año 830 antes de Cristo. Su lenguaje tiene una marcada belleza poética y cuenta una tremenda plaga genérica de langostas que asoló el país de Judá, anclado por aquel entonces en la agricultura y la ganadería. El profeta destaca, entonces, por ser un elegante cronista de epidemias y de amenazas de guerra. Manifiesta sentimientos de cercanía para con sus semejantes y busca, además, un camino de salida abriéndose al misterio de Dios. Joel invita a los sacerdotes a reunirse en la casa de Dios para aclamar al Señor pensando en los tiempos últimos. Dios muestra su mano misericordiosa, acepta las lágrimas de arrepentimiento y tiene piedad de su pueblo; recibe los corazones desgarrados, no entrega su heredad al oprobio, en sus planes tiene abierto el camino de retorno hacia él y enviará al Mesías.
Ese Mesías, encarnado, dará al hombre vuelos de eternidad hacia esos últimos tiempos para gozar luego de la contemplación eterna del Señor. ¡Hacia allá anhelamos todos llegar! El lastre del pecado original impedía a las criaturas humanas despegar hacia las alturas de un horizonte infinito pero, gracias al Mesías, la llegada al Cielo se hace realidad. La omnipotencia divina ha salido al paso de los intentos vanos del hombre por ascender hacia donde se sentía impulsado, es decir, a la plenitud de unión con Dios. Esta era su meta: «Creó Dios al ser humano a imagen suya» (Gen 1, 27). De esta manera, con ayuda del profeta Joel y del Evangelio de hoy (Lc 11,15-26) nos llenamos de consuelo sabiendo que no estamos distanciados de Dios, sino unidos a él. La unión perfecta de Jesús con Dios, buscando siempre la elevación del hombre, no la entendieron algunos de la multitud que asistieron a la expulsión de un demonio. Estos tales sentenciaron: «Por el poder de Belzebú, el príncipe de los demonios echa los demonios». ¡Nada más lejos del discernimiento de Jesús! Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. La bondad de Dios es lo más opuesto a la maldad procedente el pecado de Belzebú y de sus secuaces que, con plena libertad, eligieron el mal del pecado.
Jesús no descansa de estarnos llamando continuamente al bien, incluso en medio de «las plagas» que se presentan en nuestra vida. Él busca la manera de llamarnos hacia el bien, a la unión con Dios y con el prójimo. Él nos pone en guardia, sin embargo, frente a las fuerzas del mal, que saben unirse también para causar la ruina del hombre. Pero la victoria está conquistada por el Señor: «Tomen las armas de Dios, para que puedan resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manténganse firmes» (Ef 6, 13). Que la Virgen María nos ayude a estar alerta para experimentar, como dije al inicio de esta reflexión, la mano misericordiosa de Dios y nos aleje de las insidias del enemigo que no descansa. ¡Bendecido viernes ya desde la Ciudad Eterna!
Padre Alfredo.
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