Esa serie de pecados de debilidad que asaltan continuamente aún a los que no quieren de ninguna manera separarse de Dios habla de la presencia en este mundo del enemigo, que, como dice la Escritura: «Ronda buscando a quién devorar» (1 Pe 5,8). Estos pecados no sólo existen, sino que Dios permite muchas veces que hagan en nosotros un largo recorrido y nos veamos agobiados y dominados por ellos. El estipendio del pecado es la muerte y, en parte, nos viene bien experimentar el peso de nuestra condición pecadora. «Ha sido conveniente a lo largo de la historia de la salvación, dice santo Tomás de Aquino, que Dios permitiera al hombre caer en pecado, para que experimentando su debilidad, reconociera la necesidad de la gracia» (I-II, 106,3c).
Por eso, en estos días de Adviento, ante la llegada ya inminente de la Navidad, le pedimos al Señor Dios todopoderoso que venga a liberarnos de esta esclavitud del pecado, y eso se logra cuando nos dejamos alcanzar por Cristo, que nace para nuestra salvación y nos mueve a ir a confesar nuestros pecados, esos escondidos, y acoger el perdón de Dios, para pedir perdón a quien hemos ofendido. Así comienza una nueva vida. Y la vía es una sola, la de la humildad. Pidámosla a María santísima, para que ella, a su vez, nos la alcance de Dios y podamos recibir con alegría a su Hijo Jesús en el corazón libres de nuestros pecados. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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