Pienso también en tanta gente que acude a estos templos pidiendo pureza de corazón y rectitud de intención para mantener vivo el compromiso bautismal. Las tradiciones de nuestro pueblo cristiano son todavía, a pesar de los embates de los antivalores de la época, sanas y robustas, aferradas a una fidelidad serena a la Madre de Dios. Mucha gente recurre a la Inmaculada buscando no dejarse engañar por el maligno, seguros de que ella disipa las tinieblas de la cultura de la muerte, como llamaba san Juan Pablo II a la oscuridad de tantas ideologías que, desde su pontificado, empezaban a invadir al mundo.
Pidámosle a María Inmaculada, estrella de la mañana, que aparte de nuestro camino tantas seducciones de la mundanidad; que ella robustezca las energías no sólo de los jóvenes, tan tocados de cerca por esas ideologías nefandas, sino de todas las edades, ya que todos estamos también expuestos a las tentaciones del Maligno. Contemplemos en este día a la más perfecta, a la más bella de las mujeres. «Tota pulchra est Maria» repetía la beata María Inés Teresa cada sábado en honor de María. Que ella, la Reina del cielo y de la tierra nos conserve santos e irreprochables ante Dios. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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