Todos los días, especialmente de lunes a viernes, desde hace muchísimos años, a raíz de ya no poder practicar los deportes de contacto que llenaron los espacios de ocio en mi niñez, adolescencia y juventud, acudo diariamente al gimnasio a hacer un rato de ejercicio de fuerza para fortalecer ahora mis viejos músculos tratando de vencer los inevitables estragos de la osteoartrosis y hago, además, los inevitables cuarenta minutos de cardio que me marcan los médicos por ser tan achacoso. Al contrario de lo que muchos pueden pensar, en contemplar estos espacios como centros de vanidad y de cultura del cuerpo, yo los veo —en los diferentes lugares en los que he vivido—, como espacios maravillosos en donde se dispone al cuerpo, con disciplina, para que unido al alma esté en la mejor disposición respondiendo al llamado que Dios nos hace, al habernos creado así: cuerpo y alma. Ciertamente, como con muchas cosas en la vida, hay extremos en el área de ejercicio. Algunas personas se enfocan enteramente en la espiritualidad, hasta el punto de descuidar sus cuerpos físicos. Otros enfocan tanta atención en la forma y el cuidado de sus cuerpos físicos, que descuidan el crecimiento espiritual y la madurez. Ninguno de los dos indica un equilibrio, el equilibrio que debemos guardar y que el evangelio de hoy nos recuerda. Por eso me encanta ver gente disciplinada en el gimnasio que, para mantenerse bien, no fuma, no toma en exceso, no acude a las drogas, no se devela innecesariamente... porque hay que estar »«al cien» para rendir en el ejercicio.
Creo firmemente en la certeza de la expresión latina: «Mens sana in corpore sano», frase que se le atribuye al romano Décimo Junio Juvenal y cuya traducción es «una mente sana en un cuerpo sano». Escrita por este hombre que no era cristiano, entre los siglos I y II d.C. dice en su texto completo dice: «Orandum est ut sit mens sana in corpore sano», es decir «debemos orar por una mente sana en un cuerpo sano». Si esto lo dice alguien que no era creyente... ¿qué tendremos que decir nosotros? La biblia es clara en que debemos cuidar de nuestros cuerpos (2 Corintios 6,19,20). También advierte, por supuesto, contra la vanidad (1 Samuel 16,7; Proverbios 31,30; 1 Pedro 3,3-4). Nuestra meta en el ejercicio no debe ser mejorar la calidad de nuestros cuerpos para que otras personas nos admiren. Más bien, la meta del ejercicio debe ser mejorar nuestra salud física para que tengamos más energía física y así podamos dedicarnos a las metas espirituales recordando que somos un espíritu encarnado. Si vemos detenidamente el evangelio, vemos que Jesús caminaba mucho y con él quienes le seguían. ¿Qué piensas de todo esto? Y todo porque me llamó la atención que hay que evitar lo que puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo. Que María santísima nos acompañe hoy y siempre ayudándonos a librarnos del maligno. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
P.D. No escribiré nada hasta el viernes 30. ¡Me comiendo, como siempre, a sus oraciones!
No hay comentarios:
Publicar un comentario