Por muchos siglos, la Iglesia fue la vanguardia de descubrimientos maravillosos que fortalecían el ser y quehacer del hombre en cuanto a su dignidad de hijo de Dios. Por muchos siglos la Iglesia también marcó la pauta para dar sentido al progreso de las naciones invitando siempre a construir un mundo mejor. El llamado a ser sal de la tierra y luz del mundo, como tarea misionera, no puede enviarse al olvido, porque constituye la esencia del hombre y mujer de Dios que, convencidos del amor de Dios, buscan impregnar el corazón de cada ser viviente de una presencia, la presencia de Dios que llama a cumplir en plenitud la tarea para la que fuimos creados: Hacer de cada uno de nosotros, una copia fiel de Jesús. ¿De qué sirve llegar a Marte o a Júpiter, si no se ha llegado al corazón del hombre para que descubra lo valioso de su ser y de su quehacer y no se aplacan las guerras y las discordias aún entre las propias familias?
El Evangelio de hoy nos dice finalmente, que seamos como una ciudad puesta en lo alto de un monte, como punto de referencia que guía y ofrece cobijo. La Plegaria Eucarística V b de la Misa dice: «que tu Iglesia sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando». Qué hermoso el testimonio de aquellas comunidades parroquiales, conventos y casas de familia que están siempre abiertas, disponibles, para niños y mayores, parientes o vecinos siendo sal y luz, haciendo un espacio que da cabida a los demás para encontrarse con Dios y en él consigo mismos. Que María nos ayude a no perder nuestra identidad y el gozo de esta tarea. ¿Eres sal? ¿Eres luz? ¿Eres punto de referencia? ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario