Esta festividad tiene sus orígenes en la celebración del sacerdocio de Cristo que se realiza en la Iglesia desde siempre, pero que en diócesis cobró una forma particular al dedicársele un día del año en particular. Después de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II esta fiesta ha venido recibiendo un impulso creciente. En algunas diócesis se le denomina «Jornada por la santificación de los sacerdotes». San Juan Pablo II, en su encíclica «Ecclesia de Eucharistia» señalaba que «el Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de alabanza, a Aquel que lo hizo de la nada… De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida. Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad».
El Evangelio de este día (Lc 22,14-20) nos invita a adentrarnos en el asombroso corazón sacerdotal de Cristo. Dentro de pocos días, la liturgia nos llevará de nuevo al corazón de Jesús, pero centrados en su carácter sagrado. Pero hoy admiramos su corazón de pastor y salvador, que se deshace por su rebaño, al que no abandonará nunca. Un corazón que manifiesta «ansia» por los suyos, por nosotros: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer» (Lc 22,15). Este corazón de sacerdote y pastor manifiesta sus sentimientos, especialmente, en la institución de la Eucaristía, por eso hoy les invito a rezar, bajo el amparo de la María, por todos los sacerdotes para que no nos falte la Eucaristía nunca. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico en este día de fiesta!
Padre Alfredo.
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