sábado, 4 de junio de 2016

«CONSAGRACIÓN DE LOS SACERDOTES AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA»... Oración de Benedicto XVI


Madre Inmaculada, en este lugar de gracia, convocados por el amor de tu Hijo Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, nosotros, hijos en el Hijo y sacerdotes suyos, nos consagramos a tu Corazón materno, para cumplir fielmente la voluntad del Padre.

Somos conscientes de que, sin Jesús, no podemos hacer nada (cfr. Jn 15,5) y de que, sólo por Él, con Él y en Él, seremos instrumentos de salvación para el mundo.

Esposa del Espíritu Santo, alcánzanos el don inestimable de la transformación en Cristo. Por la misma potencia del Espíritu que, extendiendo su sombra sobre Ti, te hizo Madre del Salvador, ayúdanos para que Cristo, tu Hijo, nazca también en nosotros.
Y, de este modo, la Iglesia pueda ser renovada por santos sacerdotes, transfigurados por la gracia de Aquel que hace nuevas todas las cosas.

Madre de Misericordia, ha sido tu Hijo Jesús quien nos ha llamado a ser como Él: luz del mundo y sal de la tierra (cfr. Mt 5,13-14).

Ayúdanos, con tu poderosa intercesión, a no desmerecer esta vocación sublime, a no ceder a nuestros egoísmos, ni a las lisonjas del mundo, ni a las tentaciones del Maligno.

Presérvanos con tu pureza, custódianos con tu humildad y rodéanos con tu amor maternal, que se refleja en tantas almas consagradas a ti y que son para nosotros auténticas madres espirituales.

Madre de la Iglesia, nosotros, sacerdotes, queremos ser pastores que no se apacientan a sí mismos, sino que se entregan a Dios por los hermanos, encontrando la felicidad en esto. Queremos cada día repetir humildemente no sólo de palabra sino con la vida, nuestro “aquí estoy”.

Guiados por ti, queremos ser Apóstoles de la Divina Misericordia, llenos de gozo por poder celebrar diariamente el Santo Sacrificio del Altar y ofrecer a todos los que nos lo pidan el sacramento de la Reconciliación.

Abogada y Mediadora de la gracia, tu que estas unida a la única mediación universal de Cristo, pide a Dios, para nosotros, un corazón completamente renovado, que ame a Dios con todas sus fuerzas y sirva a la humanidad como tú lo hiciste.

Repite al Señor esa eficaz palabra tuya:“no les queda vino” (Jn 2,3), para que el Padre y el Hijo derramen sobre nosotros, como una nueva efusión, el Espíritu Santo.

Lleno de admiración y de gratitud por tu presencia continua entre nosotros, en nombre de todos los sacerdotes, también yo quiero exclamar: “¿quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? (Lc 1,43)

Madre nuestra desde siempre, no te canses de “visitarnos”, consolarnos, sostenernos. Ven en nuestra ayuda y líbranos de todos los peligros que nos acechan. Con este acto de ofrecimiento y consagración, queremos acogerte de un modo  más profundo y radical, para siempre y totalmente, en nuestra existencia humana y sacerdotal.

Que tu presencia haga reverdecer el desierto de nuestras soledades y brillar el sol
en nuestras tinieblas, haga que torne la calma después de la tempestad, para que todo hombre vea la salvación del Señor, que tiene el nombre y el rostro de Jesús, reflejado en nuestros corazones, unidos para siempre al tuyo. Así sea.

BENEDICTO XVI
Iglesia de la Santísima Trinidad - Fátima
Miércoles 12 de mayo de 2010

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