La omisión del amor y de la justicia es el gran pecado de nuestros tiempos y de siempre. «Acaso soy el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9), pregunta Caín al Señor apenas en los inicios de la creación. Se ven letreros que hablan del amor o ropa con corazones... ¿pero, cómo se vive el amor en nuestro mundo actual? Se hacen marchas, protestas, reclamaciones en favor de la justicia, pero en las cosas pequeñas de cada día... ¿cómo se promueve la vida de justicia? Estas dos cosas, bien sabemos los creyentes, se empiezan a vivir en la familia, que es fruto de la unión de un hombre y una mujer que son llamados a compartir su ser.
En el Nuevo Testamento, la parábola de los talentos (Mateo 25,14-30, Lucas 19,12-28) es siempre una invitación a reivindicar la eficacia del amor y la justicia bien entendida. No se trata de ver el pragmatismo de una eficacia inmediata, pero sí es la responsabilidad por los efectos profundos de nuestras acciones. No basta tener buenas intenciones para amar o para ser justos.
Cada vez somos testigos de menos celebraciones de matrimonio en nuestros templos. Muchos de nuestros hermanos y amigos, llenos de talentos, dones y cualidades que el Señor les dio para compartirlos, se contentan con irse a vivir juntos para evitar compromisos de amor y de justicia y buscan solamente pasar un tiempo juntos. Un matrimonio de nuestra época —de esta era de la postmodernidad en la que impera el pragmatismo— no puede buscar solamente compartir la vida con buenas intensiones para dividir gastos o pasar el rato sin la bendición de Dios. En la unión matrimonial, tanto el hombre como la mujer son llamados a establecer esta unión para ser «guardianes» el uno del otro y buscarse cada día compartiendo en amor y justicia el conjunto de talentos que Dios ha dado, tanto al hombre como a la mujer. El amor no puede ser auténtico en una pareja si no vive el uno para el otro como guardián y si cada uno no desentierran los talentos que Dios les dio y los multiplican.
Con demasiada frecuencia se desconoce, por parte del creyente, que el matrimonio y la familia son un proyecto de Dios que invita al hombre y a la mujer, creados por amor, a realizar su proyecto de amor y justicia en fidelidad hasta la muerte. El hombre y la mujer, siendo imagen y semejanza de Dios que es amor, son invitados a vivir en el matrimonio el misterio de la comunión. Hombre y mujer son llamados al amor en la totalidad de su cuerpo y de su espíritu en una vida de compromiso justo, compartiendo lo que son, lo que hacen y lo que tienen.
Los esposos, para vivir el amor y la justicia, deben cultivarse, prepararse, organizarse, discernir. No se pueden refugiar en la frágil y muy debilitada moral de la época, que se queda muchas veces en buenas intenciones. Hay que tomarse en serio e invertir los talentos para que se multipliquen en los hijos.
¿Por qué será que el mundo vive tanta confusión, especialmente en este campo del matrimonio, del amor, de la justicia, de la familia, del ejercicio de la sexualidad? ¿Por qué se habla de brindar el sagrado nombre de «matrimonio» a uniones de convivencia que bien pudieran tener otro nombre? Hoy están muy en boga las encuestas y las entrevistas a personas más o menos famosas para que eso de pautas a seguir. Aparecen en el radio, en la televisión, en el periódico y no se diga en Internet. Imaginen que ahora estos personajes famosos fueran interrogados con preguntas como estas: ¿Qué es para ti el matrimonio? ¿Por qué crees que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer? ¿Qué es lo que más le importa a la sociedad de hoy de la vida matrimonial? ¿Cómo piensas llenar tu vida matrimonial o cómo la llevas si ya la vives? ¿Qué sentido tiene para ti el tiempo en la vida matrimonial? ¿Qué crees tú que le pueda esperar a un mundo sin niños?
El hombre y la mujer de fe, saben que la vida matrimonial la diseñó Dios invitando al hombre y a la mujer a compartir los talentos que ha recibido. Cualidades, bienes, posibilidades... deben conocerlos y reconocerlos como dados por Dios para compartirlos en un tiempo diseñado por Dios —hasta que la muerte los separe— para poner en juego esos talentos: comunidad de vida y amor en la familia, actividad profesional, responsabilidad de casados, vida de unión espiritual como pareja con Dios.
El hombre y mujer, en la relación matrimonial no pierden su libertad; en justicia saben que esa libertad es parte de los dones que Dios regaló a cada uno y la deben conservar como un tesoro. Cada uno de los dos es libre: sus decisiones y sus actos seguirán siendo fruto de la libertad. Libremente llegan ante al altar a comprometerse a multiplicar sus talentos en la vocación matrimonial. Se les pedirá cuentas de cómo lleven su unión conyugal pero cada día recibirán la fuerza de lo alto para crecer en el amor y en la justicia. La última instancia nos será el gusto egoísta, el bienestar materialista o la propia comodidad. La última instancia será la voluntad de Dios que los ha unido y los ha invitado a trabajar con amor y en justicia sus talentos como matrimonio, en la edificación de una sociedad de más amor y más justicia.
Para acrecentar en el matrimonio tanto el amor como la justicia, tiene mucho que ver también aquel otro principio del Evangelio: «El que guarde su vida, la perderá, y el que pierda su vida, la encontrará» (Mateo 10,39; Mateo 16,25; Marcos 8,35; Lucas 9,24; Lucas 17,33).
¿A que llama entonces Dios al matrimonio a un hombre y una mujer?
.- A vivir conforme a la moral del evangelio.
.- A trabajar unidos por establecer una comunidad de vida y amor.
.- A hacer de la vida un servicio justo del uno para el otro y juntos para los demás.
.- A salir del propio egoísmo dando la vida por el otro.
Eso es ganar otros cinco, tres o un talento más. Eso es ganar la vida.
Que cada matrimonio de hoy, bien fundamentado en el amor y la justicia, sea una invitación para todas las parejas —unidas por la Iglesia o no— a vivir amándose alertas y vigilantes en la justicia. Que no se dejen vencer por la comodidad, por la pereza, por la rutina. Que no los impregne el pragmatismo de sentir que se tiene valor como persona sólo si se es útil económicamente para el otro. Que no busquen su realización si no es respetando la vocación que han recibido de lo alto. Que no se dejen enredar por modas pasajeras y criterios que llegan de culturas ajenas a la fe. Que muestren al mundo que los talentos se multiplican en una vida ordinaria y de sencillez, ayudando a quien lo necesita, apoyando al que está triste, alentando al que está deprimido.
Una última cosa en esta reflexión. Que cada matrimonio abra su corazón a María. Ella les dará la clave para invertir y multiplicar los talentos recibidos. Ella los guiará en su unión matrimonial para «perder» la vida en la entrega de amor y justicia al otro. Ella, que estuvo presente en las boda de Caná, sabrá de sus necesidades, Ella los alentará cada día para ser, de todo corazón, el uno, guardián del otro.
Alfredo Delgado, M.C.I.U.
No hay comentarios:
Publicar un comentario