miércoles, 22 de junio de 2016

Algunos de mis recuerdos de la Beata María Inés...

Es difícil escribir sobre un santo; mucho más difícil todavía cuando el santo es el propio fundador del Instituto religioso. No obstante es un deber hablar. Quisiera intentar decir algo sobre la Beata Madre María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, fundadora de la congregación de los «Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal» a la cual indignamente pertenezco y de la cual, también indignamente y sin merecerlo, fui el primero a ser ordenado sacerdote, el 4 de agosto de 1989. No fueron muchos los encuentros personales que tuve con la Madre: Recuerdo solamente dos, los demás fueron de pequeño en alguna Misa o celebración de las hermanas Misioneras Clarisas. Los dos momentos que recuerdo fueron fuertemente incisivos en mi vida.

Cuando yo era Prevanclarista, durante la representación de una pequeña obra de teatro, organizada para festejar los diez años de la presencia de Van-Clar en Monterrey, México, yo tenía el papel cómico de un angelito. Entre los espectadores, estaba Madre Inés disfrutando el momento de fiesta porque celebrábamos el X Aniversario del grupo que ella misma había fundado. Estaban presentes también mis papás y mi hermano Eduardo que aún no ingresaba al grupo. Recuerdo perfectamente aquel día del mes de febrero de 1979. Yo estaba emocionado y, cuando, terminada la fiesta, me acerqué a la Madre Inés, no sabía ni siquiera como saludarla. Ella misma hizo fácil el encuentro, porque era sencilla, humana, serena, sonriente. Quien hablaba con ella se daba cuenta de que poseía la habilidad propia de las grandes almas: la de interesarse por ti y hacerte sentir como que era lo único que tenía por hacer, estar contigo. Así hacía con todos. Aquel primer encuentro me impresionó profundamente: yo lo he considerado siempre una gracia especial del Señor. El rostro de la Madre, sus ojos, su sonrisa, los tengo siempre ante mi, reflejan a Dios. Como Vanclarista, viéndola a ella, descubrí el significado del lema de Van-Clar: «Vivir para Cristo».

La segunda vez que vi a Madre Inés fue en Cuernavaca, el 30 y 31 de agosto de 1980. Yo ya no era Vanclarista, era seminarista y la Madre no estaba ya en buenas condiciones de salud. La ayudaban a caminar y debía dormir sentada en un sillón. Yo había descubierto mi vocación religiosa y sacerdotal en gran parte gracias a ella, pues cuando supe que Madre Inés estaba iniciando una congregación masculina con el mismo carisma de las Misioneras Clarisas, le solicité a ella misma formar parte de la nueva obra. Fui aceptado el 1 de junio de 1980 y el 17 de agosto inicié mis estudios en el Seminario de Monterrey, renunciando a los estudios de la Facultad de Contaduría y Administración de la universidad. Por tanto, cuando vi por segunda vez a la Madre, yo era seminarista de su naciente congregación de los «Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal», nombre que no había revelado aún en aquel entonces. Recuerdo muy bien los momentos pasados cerca de ella. Eramos muchos: estaba también mi hermano Eduardo. Nos habló de los apóstoles, de la vocación y de cómo debería ser un Misionero de Cristo. En aquellos días habló personalmente con cada uno de nosotros. A mí me animó mucho a continuar el camino emprendido. 

Recuerdo que en aquel encuentro, a manera de retiro espiritual, nos habló especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación. Nos dijo cómo debía celebrar el sacerdote la Santa Misa, centrándose en el momento de la Consagración. «Cuando se llegue el momento de la elevación, déjenos ver un momento a Nuestro Señor, permitan al pueblo adorar a Nuestro Señor y celebren con devoción» nos dijo. Respecto al sacramento de la Reconciliación se expresó de forma simpática diciendo: «A mi no me gustan esos padrecitos que, al irse uno a confesar, solamente escuchan y al final dicen: "tú la hiciste, tu la pagaste, vete en paz y no peques más". No, que la gente se vaya siempre con un consejito, con una palabrita de aliento, yo quiero a mis hijos sacerdotes hombres de fe que sean misericordiosos y que sepan perdonar en nombre de Dios nuestro Señor».

Después de estos encuentros, mis relaciones con la Beata fueron solamente por carta y duraron sólo un año más, porque el 22 de julio de 1981, volvió a la Casa del Padre. Durante estos años que han pasado desde su muerte, y más después de haberme ordenado sacerdote y empezar a trabajar en la Causa de su Canonización; he profundizado en el conocimiento de Madre Inés a través de sus hijas, mis hermanas las Misioneras Clarisas y con los demás miembros de la Familia Inesiana que la conocieron. Especialmente aprendí mucho de ella con Madre María Teresa Botello, quien por muchos años fue la vicaria general de la Beata y después su sucesora en el gobierno de las hermanas. Ha contribuido mucho también, el estudio de sus escritos y la elaboración de varios artículos sobre ella, su obra y su espiritualidad.

De la Beata he aprendido cada día a ser sacerdote. He aquí algunas líneas espirituales que he encontrado en sus escritos y que me siguen siendo de gran ayuda en mi formación sacerdotal.

Saberse amada de Dios.
Reconocerse «miseria» al servicio de la «Misericordia».
La alegre entrega a la voluntad de Dios.
La fortaleza, reflejo de su confianza en Dios.
La paciencia para ver crecer la obra de Dios.
El corazón misionero: «Que todos te conozcan y te amen».
Su amor a la Eucaristía.
Su intimidad y amistad con la Virgen María de Guadalupe en su «¡Vamos María!»
Su amor a la Iglesia como Madre y Maestra.
Su visión siempre alegre de la misericordia de Dios.
Su corazón maternal para con todos.

Estas líneas de vida espiritual no solo a mí, sino a todos los miembros de la Familia Inesiana, nos llevan a la búsqueda de metas altas de santidad.

Alfredo Leonel Delgado, M.C.I.U.

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