martes, 7 de junio de 2016

«PADRE BUENO, PADRE MISERICORDIOSO»... Una reflexión sobre Dios Padre y el año de la Misericordia


Quiero iniciar esta mal hilvanada reflexión en torno a la bondad y a la misericordia de nuestro Padre Dios con un pensamiento de San Juan Pablo II: “Padre misericordioso, Señor de la vida y de la muerte, nuestro destino está en tus manos. Míranos con bondad y guía nuestra existencia con tu providencia, llena de sabiduría y amor. Reaviva en nosotros, oh Señor, la luz de la fe, a fin de que creamos que tu amor es más fuerte que la muerte”.[1]

San Juan Pablo II, entre las muchísimas cosas que nos dejó en herencia, en su carta: “Hacia el Tercer Milenio” invitaba a la Iglesia a emprender un camino de auténtica conversión hacia el encuentro con la bondad y la misericordia de nuestro Padre Dios.[2] En la historia de la vida de santa Teresita del Niño Jesús, se cuenta que un día, al entrar una novicia en la celda de la santa, se detuvo, sorprendida, por la expresión enteramente celestial del rostro de Teresita. Estaba cosiendo muy contenta, y parecía, no obstante, sumergida en una profunda contemplación. «¿En qué piensa Vuestra Caridad?», preguntó la joven novicia. «Medito el Padrenuestro —respondió santa Teresita—. ¡Qué dulce es llamar al Dios de bondad, Padre nuestro!...» y unas lágrimas rodaron de sus ojos cristalinos. San Juan María Vianney, el santo cura de Ars, solía repetir que toda su espiritualidad estribaba en conceptuar a Dios como a un buen Padre y en comportarse con Él como un verdadero hijo. ¿Qué decir de la beata María Inés Teresa al respecto? Ella nos dice: «El Padre s el Camino. El Padre es el Camino. ¿No es, acaso, su omnipotencia el camino que ha conducido, por medio de la creación, la nada al ser, y, por medio de la gracia, el ser a Dios? Jesucristo mismo nos ha dicho: "Ninguno viene a Mi si el Padre no lo atrae"».[3] Estamos viviendo el año de la misericordia y pretendo que esta reflexión me ayude, y nos ayude a todos, a caminar así, entre la vida de cada día, meditando siempre en el Padre Dios, Padre bueno y misericordioso.

Jesús nos revela al Padre, quiere que lo amemos como hijos, así como Él lo amó, quiere seguir glorificando al Padre en nosotros, familiares de Dios y conciudadanos de los santos. (Cf. Ef 2,19). Este momento de reflexión al que los invito con la lectura de estas líneas, quiere ser una invitación a ser santos. Dice la beata María Inés: «...Qué viva vida santa, muy agradable a Ti; da a mi corazón alas de paloma para volar a Ti en todo momento, y ojos de águila para tenerlos siempre fijos en Ti...» [4]

Hay en nosotros, se puede decir, tres clases de vida: la corporal, la intelectual y la espiritual. Todas tienen ejercicios adecuados para desarrollarse y mantenerse. Así sucede con la vida espiritual o sobrenatural, cuyo fin es, en el cielo, la bienaventuranza por la contemplación y posesión de Dios, y aquí abajo, el conocimiento de Dios, su servicio, su amor y cuanto nos ayude en este sentido: la oración, la meditación, la contemplación, la multitud de cosas en torno a la vida espiritual, devociones, prácticas de piedad. 

El contemplar a Dios como Padre bueno y misericordioso, nos debe poner en disposición de combatir y vencer todo desarreglo de nuestras pasiones e inclinaciones. El fin del jubileo de la misericordia es destruir en nosotros, como personas y como pueblo —como hijos de Dios— el pecado por medio de la penitencia, haciéndonos romper definitivamente con la vida pasada para animarnos, al mismo tiempo, a tomar la firme resolución de combatir el mal y alcanzar a vivir siempre en el bien y la verdad con la misericordia de nuestro Padre Dios en cada latido de nuestro corazón.

No basta ver y oír lo que sucede en torno al jubileo de la misericordia, es necesario hacer, cooperar, trabajar cuanto cada uno y cada una pueda, sobre todo en el ejercicio de las obras de misericordia, como lo viene repitiendo constantemente el Papa Francisco. 

Cuando iban a martirizar a santa Teresa Kwon, una de los 103 mártires coreanos canonizados el 6 de mayo de 1984, dijo entre sus últimas palabras: «Si el Señor del cielo es el Padre de toda la humanidad y el Señor de toda la creación, ¿cómo podéis pedirme que lo traicione? Incluso en este mundo, si alguien traiciona a su propio padre o madre, no será perdonado. Cuánto menos podré yo traicionar jamás a Aquel que es el Padre de todos nosotros.» En el cielo no seremos otra cosa que lo que ahora intentamos crear en nosotros por medio del ejercicio de la misericordia. En esto tenemos en cuenta que el tipo de ese ser imagen y pensamiento del Padre es Cristo. San Juan en su Evangelio dice: «La vida eterna consiste en conocerte, ¡oh solo Dios verdadero!, y al que enviaste, Jesucristo» (Jn 17,3). Ojalá que podamos decir con el corazón lleno de alegría, a semejanza de los discípulos cuando encontraron al Salvador: «A aquel Jesús de quien Moisés y los profetas escribieron, nosotros lo hemos encontrado» (Jn 1,45). Encontrarnos con Jesús en el Evangelio por la fe, oír, leer y pensar en este año jubilar acerca de Jesús, es como sentarse a sus pies durante horas y días, contemplarle cara a cara y recoger sus palabras en nuestro corazón. Él nos habla del amor misericordioso del Padre y nos invitará a recurrir a su bondad. La beata María Inés, a quien cariñosamente los mimebros de la Familia Inesiana llamamos "Nuestra Madre" escribe: “...Tú vez cuan sincero y cuan grande es mi deseo de amarte y servirte, como lo han hecho los santos”.[5]

¿Qué ha sido nuestra vida hasta el día de hoy? ¿Qué nos dice de ella nuestra conciencia? ¿Que ha sido buena? ¿No ha sido tan bueno nuestro pasado? Dios, en este año jubilar, pone en nuestras manos el libro de cuentas de nuestra vida; podemos borrar y corregir, podemos subrayar y añadir. Nuestro futuro, ¿que nos traerá? ¿Tal vez un cercano acabamiento? ¿Tal vez largas dificultades y pruebas?... ¡Quién lo sabe! Para todo hemos de estar preparados. No nos han de faltar pruebas y tempestades, y es preciso que el fundamento resista a todo. En este jubileo nos acercamos a Dios y estamos en sus manos. digamos con el salmista: «Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad» (Salmo 15). 

Si consideramos los resultados y frutos que podemos sacar de nuestra vivencia de este año de la misericordia. Hay una gracia especial que pudiéramos llamar «gracia jubilar». En este año podemos acrecentar la virtud de la fe, la virtud de la oración en el encuentro con el Señor para contemplar con Él al Padre bueno y misericordioso. A la Samaritana (Jn 4,1-130) y a Zaqueo (Lc 19,1-10) les bastó un momento, una sola conversación con Jesús para transformar sus vidas y experimentar el amor del Padre misericordioso; Juan y Andrés estuvieron una tarde con Él (Jn 1,39). Si nos presentamos ante Dios con alegría y sencillez buscándole en el sacramento de la Reconciliación, el año jubilar tendrá un excelente y seguro resultado en nuestras vidas: el gozo de saborear la alegría del Evangelio en el que Jesús nos dice:«El Padre los ama» (Jn16,27). 

Por último, tengo algunas preguntas: ¿Qué haríamos si supiésemos que al fin de este año jubilar nos espera la muerte y la comparecencia ante Dios? ¿Qué haríamos si supiésemos que los resultados para nuestra vida entera, para el tiempo y la eternidad, dependen de cómo viva este año de la misericordia? Les recomiendo leer, además, san Juan 17.

Recordemos que somos discípulos misioneros, no trabajamos sólo para nosotros, sino para innumerables almas. 

Les invito a hacer esta oración conmigo:

Te alabamos Padre bueno y misericordioso,
con fe pronunciamos tu nombre
y sentimos el gozo en el corazón.
Pensamos en Ti con un sentimiento grande de confianza.
En tus manos ponemos cada día de nuestra existencia.
Extiende tu mano 
sobre nuestras mentes y nuestros corazones,
para que aprovechemos este año jubilar.
Haznos familia unida en la oración y en el silencio,
concédenos la gracia de alcanzar la santidad 
junto con María, los santos y Nuestra Madre la beata María Inés. 
Elevamos a Ti Padre Santo,
nuestra alabanza, nuestra gratitud, nuestra súplica y
nuestro pedir perdón.
Todo esto por Cristo, tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.



P. Alfredo L. G. Delgado R., M.C.I.U.


[1]Wilhelm Mühs, “Dios nuestro Padre”, Ediciones San Pablo, Madrid 1998, p. 95, pensamiento # 320.
[2]Ver T.M.A. # 49.
[3]María-Inés-Teresa ARIAS ESPINOSA, “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, escrito de la Sierva de Dios que no tiene lugar ni fecha, pero que ciertamente es de ella.
[4]María-Inés-Teresa ARIAS ESPINOSA, “Ejercicios Espirituales”, 1933.
[5]María-Inés-Teresa ARIAS ESPINOSA, “Ejercicios Espirituales”, 1933.

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