jueves, 23 de junio de 2016

LA VALIOSA LABOR DE LA ENSEÑANZA... Los maestros católicos bajo el amparo de María de Guadalupe

El trabajo de los laicos católicos, hombres y mujeres, en la tarea de la enseñanza, ha sido siempre una cuestión muy valiosa e importantísima para la Iglesia y para el mundo. El rol y la responsabilidad de quienes trabajan en la educación, han sido reconocidos de manera considerable por el Concilio Vaticano II en el documento sobre la Educación Cristiana, que habla de la participación de los laicos católicos en el campo de la educación. En los últimos tiempos se ha visto, como todos sabemos, una notable disminución de sacerdotes y religiosos dedicados a la enseñanza. Es por eso que los laicos tienen que ser, en nuestros días, verdaderos testigos de la fe en nuestros colegios y escuelas.

Podemos decir que el laico que trabaja en la enseñanza, ejercita su misión en la Iglesia, viviendo en la fe su vocación secular en la estructura de la escuela buscando dar gloria a Dios con la mayor calificación profesional posible y con un proyecto apostólico inspirado en la formación integral del hombre, en la práctica de una pedagogía de contacto directo y personal con el alumno. El maestro laico, el auxiliar, el conserje... transmite, día a día, la alegría del evangelio a los alumnos de todo plantel educativo en donde la Iglesia está presente.

La fe que un maestro católico puede y debe transmitir, es un don de una riqueza enorme que se ha ido reforzando a lo largo de los siglos y representa un medio valioso del mundo de la cultura de acercamiento a Dios. En la fe de nuestro pueblo, por ejemplo, la figura de María, la Madre del Señor como educadora, invocada en México y en general en América —además de muchas naciones evangelizadas por misioneros mexicanos como la Beata María Inés Teresa—ocupa un lugar preponderante. Es el maestro católico quien centra la fe y la devoción a María para llevar a los alumnos al encuentro con Dios. Es ella, la Madre de Dios, quien va formando a Cristo tanto en los maestros como en los alumnos. Podrá haber muchas cosas que los niños, adolescentes y jóvenes no comprendan, pero la maternidad de Santa María de Guadalupe es clara para la mayoría. Aún en algunos alumnos procedentes de familias protestantes, reconocen, en el fondo, la presencia de la Virgen de Guadalupe en la sociedad.

¿Cómo es posible transmitir un amor que no se vive? Imposible pensar en esto, por eso el laico católico que trabaja en la enseñanza tiene que tener un amor entrañable a María de Guadalupe y saberse cobijado por su manto para transmitir la fe en su Hijo Jesús. 

La Beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, tuvo siempre un gran amor a María de Guadalupe. Ella la llamaba «Mi dulce Morenita del Tepeyac» y en muchos de sus escritos invita a todos a amarla entrañablemente. La Beata María Inés nos enseña a amar a María como aquella Madre del Redentor que coopera de un modo muy singular —como Madre y Maestra— a la obra de salvación con la obediencia, con la fe, con la esperanza y con una ardiente caridad que todo maestro debería imitar. Ella, además, nos presenta a María como la discípula, la alumna que durante la predicación de Jesús «acogió sus palabras y las puso en práctica» (Lc 8,21). Un modelo para todos los alumnos. Dice la Beata en uno de sus escritos: «Los educadores cristianos inculquen en sus niños este tierno amor a María. Ella será quien restaure para Cristo, la maleada sociedad» (A mis queridas compañeras de la Acción Católica).

Yo creo que todo maestro católico debería caminar bajo el amparo de María y llevarla al corazón de los alumnos, de manera que mostrando los valores humanos de María, los niños, adolescentes y jóvenes se vayan formando en el amor a Cristo y puedan ser constructores de una nueva civilización que haga a un lado tantas luchas y divisiones que impiden a la educación seguir su verdadero y auténtico rumbo. En María de Guadalupe todo es relacionable con los formandos y la sociedad en que vivimos. Ella tiene un gran valor para toda familia católica. Ella es verdadera hermana nuestra, ha contemplado nuestra necesidad de salvación y nos muestra al verdadero Dios por quien se vive. Ella, María de Guadalupe, titular de todos los colegios de la Familia Inesiana al rededor del mundo, por su condición de perfecta seguidora de Cristo y mujer que se ha realizado completamente en su misión de Madre y Maestra, es modelo de alumnos y maestros.

Santa María de Guadalupe, contemplada en el cerrillo del Tepeyac con su porte y dulzura, ofrece una visión serena y de seguridad a los maestros en tiempos de calma y sobre en tiempos difíciles como los que se viven en estos días: «¿NO ESTOY YO AQUÍ, QUE SOY TU MADRE?»... Victoria de la esperanza sobre la angustia, comunión sobre la soledad, paz sobre la agitación, alegría sobre el tedio, belleza sobre la fealdad y vida sobre la muerte. Ella es el espejo en donde se pueden reflejar los sencillos, los humildes, los que dan la vida por su Hijo Jesús con entrega y generosidad en las grandes obras de Dios, como es la tarea de la educación.

Hay tanto que decir de María en relación con los educadores y los alumnos, los formadores y los formandos que, como dice la Beata María Inés: «Si me pusiera a escribir todo lo que quisiera sobre la Santísima Virgen, no acabaría nunca». Por lo pronto, invito a todos los maestros y formadores a pedirle a Dios que les conceda adquirir un mayor conocimiento completo y exacto de María para recurrir más a Ella y llevarla a los alumnos y formandos. Que los haga tener una devoción verdadera y comprendan la suma belleza de la Morenita del Tepeyac. Que alimenten un amor auténtico hacia la Madre del Salvador y Madre Nuestra que se traduzca en imitación e sus virtudes y en un decidido empeño en vivir los mandamientos y hacer la voluntad de Dios. Que desarrollen, como maestros y formadores, cada quien en su área, la capacidad de comunicar a los alumnos y formandos ese amor con la palabra y con el testimonio de vida y digan, con san Juan Diego: «SEÑORA Y NIÑA MÍA, YA VOY A CUMPLIR TU MANDATO».

Alfredo Delgado, M.C.I.U.

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