viernes, 17 de junio de 2016

HOMBRE DE DIOS, HERMANO, AMIGO... ¡Tratémoslo y sintámoslo así!


Hasta hace todavía algunos años, se oía decir que el sacerdote era un ser «algo extraño» o al menos, así se le consideraba. Era alguien a quien se le podía encontrar dentro del templo, pero no se sabía mucho de cómo tratar a alguien a quien se le veía, se le escuchaba... pero no se sabía cómo hablarle, cómo saludarle... era «un misterio».

Hoy ese concepto ha cambiado y el sacerdote, que participa de una manera directa del único y universal sacerdocio de Cristo, es visto como un hombre cercano, que si bien es llamado por Dios a una vocación de consagración especial para actuar en persona de su Hijo Jesucristo, es un hombre con cualidades y defectos que por la gracia de Dios y con esfuerzo diario, se va dejando pulir hasta llegar a ser un modelo de Aquel que le dijo un día «¡Sígueme!»

El sacerdote es constituido para ser servidor de los hombres, sus hermanos, con el fin de ayudarlos a relacionarse con Dios conociendo su mensaje de salvación. Por eso, si el sacerdote es servidor de los hombres, tiene una preocupación constante por la realidad humana y sale del templo material al encuentro de todos aquellos que habrán de convertirse en piedras vivas del templo espiritual que es la Iglesia.

Para lograr esta edificación del templo espiritual, el sacerdote es el hombre de la Iglesia, es el hombre del Espíritu Santo, es el hombre que intenta reunir a los hijos de Dios y hacerse oír hasta los últimos confines del mundo para construir al hombre y a la mujer de fe, cimentándolos en Cristo.

De tal manera, que es entonces fácil comprender las palabras de la Carta a los Hebreos que dice: «Tomado de entre los hombres, es constituido en favor de los hombres para las cosas que miran a Dios» (Hb 5,1) y vemos, claramente, que su tarea es estar presente en el mundo sin ser del mundo para hacer presente y cercano a Dios en el mundo como nuestro hermano, como nuestro amigo... ¡Tratémoslo y sintámoslo así!

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

NOTA: Este es uno de mis primeros artículos para el periódico "El Norte", que publiqué allá en mis años de seminarista... long time ago!

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