En el tercer encuentro con los 450 sacerdotes y religiosos Misioneros de la Misericordia, llamados a ser en el mundo un signo concreto de la misericordia de Dios, el Papa Francisco nos propuso como inspiración la figura bíblica de Rut, premiada por su generosidad y misericordia desinteresada hacia su anciana suegra Noemí.
Como Misioneros de la Misericordia «perdonen siempre» con generosidad, no guarden «el perdón en el bolsillo» y procuren que quienes se encuentren con ustedes «cambien sus sentimientos» hacia Dios. Tengan «siempre a mano el manto de la misericordia» como los hijos para Noé, «para envolver con su calor a todos los que se acerquen a ustedes para ser perdonados», sepan «ofrecer consuelo a los que están tristes y solos» como Isaías y sean «generosos como Rut, porque sólo así el Señor los reconocerá como sus fieles ministros». Esta es la exhortación que el Papa Francisco nos hizo a los misioneros reunidos en el Aula Pablo VI por tercera vez desde nuestro nombramiento inicial en 2016 en el marco del Jubileo de la Misericordia.
Tras las meditaciones dedicadas a las figuras de Noé y del profeta Isaías, en el centro de los encuentros de 2016 y 2018, en esta tercera cita —la del 2020 se saltó por la pandemia—, al final del encuentro organizado desde el sábado por el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, el Papa nos ha propuesto, como inspiración para nuestro ministerio de misioneros, la figura bíblica de Rut, «la mujer moabita que, a pesar de venir de un país extranjero, entra de lleno en la historia de la salvación», por su generosidad desinteresada y su misericordia hacia su anciana suegra Noemí.
El Santo Padre nos reiteró a los misioneros que nuestro ministerio es el «más cercano a mi corazón: ser un instrumento eficaz de la misericordia de Dios». Y que su número aumenta cada año, pero espera que pueda crecer más, e invita a los obispos a «identificar a los sacerdotes santos, misericordiosos, dispuestos a perdonar, para que se conviertan en auténticos misioneros de la Misericordia». Y agradeció al arzobispo Rino Fisichella, presidente del Dicasterio para la Nueva Evangelización, después de su saludo introductorio, porque los Misioneras de la Misericordia «fue una invención suya», porque «vio la necesidad de presencia de ustedes en la Iglesia» para perdonar «sin pasar por tantos tramites».
Subrayó que había querido incluir a los Misioneros en la nueva constitución apostólica sobre el Praedicate Evangelium de la Curia Romana, «porque son un instrumento privilegiado en la Iglesia de hoy, y no son un movimiento que existe hoy y no existirá mañana» y porque «la evangelización se lleva a cabo en particular mediante el anuncio de la misericordia divina».
El Papa nos recordó que Rut, presentada en la Biblia como bisabuela de David, era «una pobre muchacha de origen modesto» que «enviudó muy joven y vivió en un país extranjero que la consideraba una intrusa y ni siquiera digna de solidaridad». La suya era una de las peores condiciones de la cultura de su tiempo: parecía no tener futuro por ser viuda y sin hijos, «marginada, sin apoyo ni defensa». Y decide seguir ligada a su suegra Noemi, que «es viuda, ha perdido a sus dos hijos y es demasiado mayor para tener más». Tras emigrar a la tierra de Moab, decidió regresar a Belén, su país de origen, y tuvo que afrontar un largo y agotador viaje. Noemi, subrayó el Papa Francisco, «siente que Dios no ha sido amable con ella» y ya no quiere que la llamen por su nombre, que significa «mi dulzura», sino Mara, que significa «amarga». A pesar de todo, Rut «decide unir su vida a la de su suegra», diciéndole «sólo la muerte me separará de ti». «Palabras verdaderamente generosas y sobre todo valientes"»comentó el Papa, «porque el futuro que afronta Rut no es ciertamente sereno».
En el viaje a Belén, cada día Rut tiene que ir en busca de comida para vivir, y no es fácil. El Papa Francisco se pregunta: «¿era correcto que la joven Rut, que seguramente habría encontrado otro marido en Moab, se atara a su suegra? Rut», aclara la Biblia, «confió en Dios y actuó por un gran afecto hacia su anciana suegra, que de otro modo habría quedado sola y abandonada». Y será recompensada: «mientras está espigando —recordó el Pontífice— se encuentra con Booz, un noble rico que está bien dispuesto hacia ella. Él reconoce que su generosidad hacia su suegra le confiere una dignidad tal que ya no debe ser considerada como una extranjera, sino como una parte plena del pueblo de Israel».
La pobre mujer extranjera, obligada a buscar el alimento diario, es recompensada por su fidelidad y bondad con abundantes regalos. Las palabras del Magnificat, que María pronuncia, se anticipan en la vida de Rut: «Ha levantado a los humildes [...] ha colmado de bienes a los hambrientos».
El Papa Francisco destacó la gran lección para nosotros: «Rut no es hija de Abraham por sangre», sigue siendo «todavía moabita y así se llamará siempre», pero «su fidelidad y generosidad le permiten entrar con todos los derechos en el pueblo de Israel». En efecto, «Dios no abandona a los que se confían a Él, sino que sale a su encuentro con un amor que recompensa más allá de todo deseo».
Rut revela los rasgos de la misericordia cuando no deja sola a Noemi, sino que comparte con ella su futuro; cuando no se contenta con permanecer cerca de ella, sino que comparte su fe y la experiencia de formar parte de un nuevo pueblo; cuando está dispuesta a superar todos los obstáculos para seguir siendo fiel. Lo que obtenemos es realmente el rostro de la misericordia manifestado en la compasión y el compartir.
La figura de Ruth, nos explicó el Papa, «es un icono de cómo podemos superar las muchas formas de exclusión y marginación que acechan a nuestro comportamiento». En los cuatro capítulos del breve libro emerge «la confianza en el amor de Dios que alcanza a todos» y se revela «que Dios conoce la belleza interior de las personas» aunque no tengan todavía la fe del pueblo elegido, está atento «a sus sentimientos, especialmente a la fidelidad, la lealtad, la generosidad y la esperanza» que hay en el corazón de las personas «cuando son puestas a prueba». Ser generoso, subraya el Papa, «se manifiesta como la opción justa y valiente que nunca debe fallar en nuestra existencia sacerdotal».
El Pontífice nos señaló también que «en el libro de Rut Dios nunca habla», sino que «se comunica precisamente a través» de la joven viuda. «Cada gesto de bondad hacia Noemí, que se consideraba "amargada por Dios", se convierte en el signo tangible de la cercanía y la bondad del Señor». A través de su figura, para el Papa Francisco, «también nosotros estamos invitados a captar la presencia de Dios en la vida de las personas». No es un camino fácil, pero «Dios se pone en marcha para revelar su amor».
Nos corresponde a nosotros, a través de nuestro ministerio de Misioneros de la Misericordia, dar voz a Dios y mostrar el rostro de su misericordia. Depende de nosotros. «Una persona que se encuentra con uno de ustedes debe cambiar, debe cambiar los sentimientos, los pensamientos que Dios ... "Ahora, con este misionero, he entendido, he sentido quién es Dios"».
No olvidemos nunca —subrayó el Santo Padre— que Dios no actúa en la vida cotidiana de las personas con actos impactantes, sino «de manera silenciosa, discreta y sencilla», y se manifiesta «a través de personas que se convierten en sacramento de su presencia». La invitación que el Papa nos hace a los Misioneros de la Misericordia es «alejar de ustedes toda forma de juicio» y anteponer siempre «la voluntad de comprender a la persona que tenéis delante».
«Nunca te detengas en un solo detalle —afirmó—, sino mira la totalidad de su vida. ¡Es una vida que se arrodilla para pedir perdón! ¿Y quién soy yo para no perdonar? «Pero, el canon tal dice esto, que lo otro, no puedo...». Cállate. Tienes a una mujer o a un hombre frente a ti pidiendo perdón, y tú tienes el perdón en el bolsillo. ¿Se quedará en el bolsillo? ¿O la dará su generosidad? «Pero, que no, que hay que ser precisos en el perdón...». No: no eres apto para ser un misionero de la misericordia. Ve a un monasterio cartujo y reza por tus pecados.
«Dios no se detiene en las apariencias», nos recordó el Papa Francisco, «y si juzgara sólo por las faltas, probablemente nadie se salvaría». Pero, ¿quién de nosotros no tiene alguna? No es así como se expresa la misericordia. El Misionero de la Misericordia sabe mirar en el corazón de una persona, donde se esconde el deseo, el anhelo de volver al Padre y a su casa.
Y la exhortación con la que el Papa Francisco se despidió es: «Tengan siempre a mano el manto de la misericordia, para envolver con su calor a quienes se acerquen a ustedes para ser perdonados». Luego ofrece consuelo «a los que están tristes y solos». Y, por último, «sean generosos como Rut, porque sólo así el Señor los reconocerá como sus fieles ministros». Dejando el discurso preparado, finalmente nos relató un diálogo con un confesor:
«Pero, Padre, usted sabe que, en este mundo moderno, con tantas cosas extrañas, tantos pecados nuevos, nunca se sabe, porque lo perdono, pero que tal vez mañana vuelva a pedir otro perdón». ¿Y qué le sorprende? La misma pregunta que Pedro había hecho al Señor, y la respuesta: setenta veces siete. Siempre. Siempre el perdón. No lo pospongas. «No, que tengo que consultar con el moralista...»: no lo pospongas. Hoy. «No, no sé si estás convencido». Pero mira, una persona que te pide perdón, ¿quién eres tú para preguntarle si está convencido o no? Les tomas la palabra y les perdonas. Y perdona, siempre. Por favor, perdona siempre. Con el perdón de Cristo no se juega, no se bromea.
P. Alfredo
Hola! Es hermoso el mensaje! Todos debemos dar el perdón siempre, y sin reserva!
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