Jesús, en el relato que meditamos hoy, no huye de los ataques que sus adversarios le hacen, sino que los afronta. Él está resuelto a convencerlos de que están equivocados. Aun sabiendo que ellos se han escandalizado al oírle declarar que es una sola cosa con el Padre, mantiene su afirmación y les llama la atención sobre las «muchas obras buenas» que el Padre le encomendó y que ha llevado a cabo en presencia de ellos; les pregunta en cuál de todas esas obras encuentran motivo para lapidarlo. Los judíos rechazan que quieran matar a Jesús por sus buenas obras. Si pretenden matarlo es a causa de su blasfemia contra Dios, la cual consiste en su pretensión de hacerse a sí mismo Dios, cuando no es más que un simple hombre. Este es el punto clave para ellos y lo que no pueden entender. Deberían dejarse convencer por las obras de Jesús. Pero sus cabezas están llenas de razones retorcidas y por eso rechazan a Dios en Jesús y acaban matando a Jesús.
Pero nosotros pertenecemos al grupo de los que sí han creído en Jesús. Y le acogemos en su totalidad, con todo su estilo de vida, incluida la cruz. Tal vez en nuestra vida también conocemos lo que es la crisis sufrida por Jeremías, porque no hemos tenido éxito en lo que emprendemos, porque sufrimos por la situación de nuestra familia o de nuestra comunidad de amigos cercanos, tal vez porque en la sociedad en que vivimos nos cuesta luchar contra el desaliento y el mal. Tal vez más de uno de nosotros está viviendo una etapa difícil en su vida y puede exclamar con el salmo de hoy: «Olas mortales me cercaban, torrentes destructores me envolvían». No perdamos la confianza en Dios y digamos con sinceridad: «en el peligro invoqué al Señor... él escuchó mi voz». Caminemos como Jeremías que tuvo confianza en Dios. Caminemos como Jesús, que tuvo esa misma confianza en su Padre. Pidamos, por intercesión de María Santísima que sigamos siendo fieles al Señor. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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