Los dos ancianos, de negro corazón, llevan a Susana a juicio, acusándola de adulterio, pero en medio del juicio que se le hace a Susana, Dios suscita al joven Daniel —su nombre significa «el Señor, mi juez»— para impedir que se lleve a cabo la injusta sentencia castigando al par de ancianos mentirosos. Susana es sentenciada injustamente, como lo será Cristo para vivir su pasión y por eso la liturgia nos pone esta lectura ya casi llegando al Triduo Santo, para que pensemos precisamente en lo que va a vivir Cristo hasta dar la vida. El ejemplo de Susana nos ayuda a pensar en Cristo. La valentía de Susana al resistir al mal, esta vez de carácter sexual, como tantas veces en el mundo de hoy, nos permite ver la tentación de las varias idolatrías a las que nos invita este mundo. La fidelidad a los caminos del bien puede costarnos, pero es el único modo de seguir siendo buenos discípulos–misioneros de Jesús, que es fiel a su misión, hasta la muerte
Por su parte, el evangelio (Jn 8,12-20) nos pone a Cristo como luz del mundo. Quién más quién menos, todos andamos en penumbras, si no en oscuridad. Porque nos falta el amor, o porque no somos fieles a la verdad, o porque hay demasiadas trampas en nuestra vida. En esta próxima Pascua Jesús, quien se entrega a la muerte siendo inocente, nos quiere curar de toda ceguera, nos quiere iluminar profundamente. El Cirio que se encenderá en la Vigilia Pascual y los cirios personales con los que participaremos de su luz, quieren ser símbolo de una luz más profunda que Cristo nos comunica a todos. Este Jesús que camina hacia su Pascua —muerte y resurrección— es el mismo que nos invita también a nosotros a seguirle, para que participemos de su victoria contra el mal y el pecado, y nos acojamos a la sentencia de misericordia que él nos ha conseguido con su muerte. Sigamos avanzando de la mano de María, la mujer de corazón puro, hacia la Pascua. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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