Jesús clavado en la cruz es transparencia «de quién es Dios», de «cómo es Dios». La fidelidad se encuentra en el corazón de la cruz. El misterio de la cruz no se descubre como quien resuelve un problema. La única clave es el amor gratuito hasta el final. «Uno de los soldados —dice la lectura de la pasión que hoy hacemos (Jn 18,1-19,42)—, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua». Las últimas gotas de vida. Una vida liberada de los estímulos de poder y de estrategias humanas. Hacía un año que, en el desierto, después de la multiplicación de los panes, querían hacerle rey y huyó a la montaña. Pocos días antes, había entrado en la ciudad santa en medio del entusiasmo popular, ciertamente, pero montado en un burrito. En la cruz, liberado de todo falseamiento humano, cobran pleno sentido las palabras que un día dijo en el atrio del templo: «Si alguno tiene sed, que venga a mí, y que beba. Como dice la Escritura, nacerán ríos de agua viva del interior de los que creen en mí».
Creer en el Dios que se ha revelado en el acto de amor realizado por Jesús en la cruz es una invitación clara a ampliar horizontes. No podemos limitarnos a dar nuestra vida sólo en favor de unos pocos familiares o amigos. La invitación es universal: debemos ser capaces de dar la vida por todos. Como él lo hizo. Con María, al pie de la cruz, agradezcamos su entrega y esperemos con ansia su resurrección. ¡Bendecido Viernes Santo!
Padre Alfredo.
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