Jesús les enseña dónde está la libertad. Porque no son libres los judíos meramente por ser herederos de Abraham —por muy orgullosos que estén de ello—, o por apetecer la independencia de Roma. En su interior, si no pueden liberarse del pecado, son esclavos. Si no alcanzan a poseer la verdad, son esclavos. Si no creen en el Enviado de Dios, siguen en la oscuridad y la esclavitud: «quien comete pecado es esclavo». Y al contrario: «si se mantienen en mi palabra conocerán la verdad y la verdad los hará libres». La verdad los hará libres. Ahí está la profundidad de lo que ofrece Jesús a sus seguidores. Ser libres significa ser hijos, no esclavos, en la familia de Dios. El que quiere hacernos libres es él: «si el Hijo los hace libres, serán realmente libres».
A la luz de esto cabe preguntarnos: ¿Somos en verdad libres interiormente? ¿dejamos que Jesús nos comunique su admirable libertad interior? Jesús fue libre para anunciar y para denunciar. Siguió su camino con fidelidad, con alegría, con libertad interior. Cuando estaba en medio del juicio, era mucho más libre Jesús que Pilato. Celebrar la Pascua, que ya se acerca, es dejarse comunicar la libertad por el Señor resucitado. Como para Israel la Pascua fue la liberación de Egipto. Hay otras preguntas que podemos hacernos el día de hoy: ¿Nos sentimos libres, o tenemos que reconocer que hay cadenas que nos atan? ¿Nos hemos parado a pensar alguna vez de qué somos esclavos? Jesús nos ha dicho también a nosotros que «quien comete pecado es esclavo». ¿Nos ciega alguna pasión o nos ata alguna costumbre de la que no nos podemos desprender? Si andamos mal aún estamos a tiempo de cambiar, tenemos estos últimos días de Cuaresma que no podemos desaprovechar. Pidamos la intercesión de María Santísima para llegar libres a la Pascua. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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