La palabra «traición» es una palabra muy dura. Casi no la usamos en nuestro vocabulario. Hemos buscado insinuaciones como debilidad, error, distancia, etc. Pero ninguna de estas palabras tiene la fuerza del término original. Hablar de traición supone hacer referencia a una relación de amor y fidelidad frustrada. Sólo se traiciona lo que se ama. Hoy Martes Santo, contemplando a Judas y a Pedro junto a Jesús y leyendo toda la perícopa completa, vale la pena hacerse una pregunta: ¿Estaremos nosotros traicionando a Jesús a quien queremos amar? Me encontré por allí un escrito que habla de las distintas formas en que se puede traicionar a Jesús y aquí lo anoto, pues bien que nos puede servir para reflexionar: «Lo traicionamos cuando abusamos de promesas que no vienen refrendadas por nuestra vida. Lo traicionamos cuando, en medio de nuestros intereses, no tenemos tiempo para “perderlo” gratuitamente con él. Lo traicionamos cuando le hacemos decir cosas que son sólo proyección de nuestros deseos o mezquindades. Lo traicionamos cuando volvemos la espalda a los “rostros difíciles” en los que él se nos manifiesta. Lo traicionamos cuando lo convertimos en un objeto más al alcance de nuestros caprichos. Lo traicionamos cuando damos por supuesta su amistad y no lo buscamos cada día. Lo traicionamos cuando repetimos mucho su nombre pero no estamos dispuestos a dejarnos transformar por él». ¡Cuántas otras maneras habrá!
Jesús había dicho a sus apóstoles que ellos «serían sus testigos y la luz del mundo». Ahora tiene que experimentar la conmoción y el desgarro de la cobardía y traición de ellos, sus más íntimos seguidores. El Señor vive la dolorosa experiencia de la traición, la negación y el abandono de los suyos. Les había mirado y elegido con amor desde «el seno materno», y ahora han manifestado el miedo de vivir el compromiso de esa llamada de Jesús. Dejemos que este Martes Santo la mirada de Jesús nos ayude a descubrir nuestras sombras, nuestras traiciones, nuestras negaciones y dejémonos ver también por María, la Madre dolorosa que asume que nosotros, por nuestro amor a nuestro Redentor, no lo traicionaremos, no lo negaremos, no lo abandonaremos. ¡Bendecido Martes Santo!
Padre Alfredo.
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