Los fariseos y los Sumos Sacerdotes estaban muy preocupados porque Jesús atraía cada vez más seguidores. Temían que, de continuar así, todos creyeran en él y se pusiera en peligro toda la nación. Por eso llegaron a la conclusión de que era necesario acabar con Jesús. Era preferible que muriera uno sólo, a que peligrara la nación entera. El evangelio de hoy, con estos planteamientos, nos coloca en el punto central de la vida de Jesús: el significado comunitario de su muerte y la razón de la misma. San Juan llega a la convicción de que la doctrina de Jesús era una amenaza para el sistema social instaurado en Palestina por judíos y romanos. Creer en Jesús significaba dejar de creer en el proyecto social dominante. Y si esto sucedía, el Imperio actuaría con todo su poder. Así que la muerte de Jesús fue planeada por los que detentaban el poder; no fue algo accidental, ni algo que hubiera sido querido directamente por Dios. La muerte de Jesús fue el fruto de la libertad de unos líderes que decidieron acabar con la vida de una persona que ponía en peligro sus planes, porque movía las conciencias dándoles contenido crítico y porque sus actos cuestionaban unas estructuras diseñadas para que unos cuantos vivieran bien, a costa de la miseria de muchos. Ante el peligro que corrían si el pueblo se organizaba entorno a las ideas de Jesús, una vida no tenía valor para ellos.
El final del evangelio de este día nos presenta la pregunta de todos, que es saber si Jesús asistiría o no a la celebración de la Pascua. Claro que acudirá y enfrentará allí las consecuencias de ello, de asistir a la Pascua, de vivir como vivió, de haber dicho lo que dijo, de haber sido lo que fue. Queda pendiente sobre Jesús una condena, una acusación, una traición. Queda Jesús con una vida, con una misión cumplida, una comunidad de hermanos. Quedamos nosotros en esta Cuaresma, con un trabajo, una misión. El compromiso se hará realidad en la vida, el sitio y el trabajo que nos corresponde en la historia, ésa que se repite pero que progresa, esa misma Cuaresma de hace años, que vivimos hoy pero que deja unas tareas diferentes a las de ayer. Esta cuaresma debe dejarnos convertidos, transformados, o al menos con ganas de escuchar la Palabra de Dios y actuar en consecuencia, como Jesús. Aunque sigue el dolor, ya podemos entrever la felicidad de la Pascua. Vayamos bajo la protección de María Santísima, la Madre Dolorosa a acompañar a Jesús en estos días. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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