Jesús subraya fuertemente la auténtica actitud del cristiano: condenar el pecado —«en adelante no peques más»— y salvar al pecador —«tampoco yo te condeno»—. Estas dos frases que Jesús dice a la mujer acusada nos deben interpelar también a nosotros. El Señor, de ninguna manera es blando ante el pecado, pues éste destruye y esclaviza al hombre, y, por lo mismo, debe ser denunciado y destruido dentro del mismo hombre. Desgraciadamente la palabra «pecado» ya poco dice a la sociedad actual y, en todo caso, viene cargada con recuerdos de un viejo catecismo fundado en el cumplimiento de normas y preceptos, con sanciones y castigos, y la imagen de un Dios justiciero y terrible. ¡Hay mucho que hacer trabajando en la tarea de nuestra conversión y en la conversión de los demás, pues todos somos pecadores!
Como la mujer del evangelio, también nosotros sintámonos comprendidos y amados por Jesús. Sólo aquel que se ha sentido comprendido y amado a fondo se reencuentra a sí mismo y es capaz de comprender y amar. El Dios del cual nos habla Jesús nos mira con amor, nos reanima interiormente, nos renueva a fondo, nos hace más humanos. Examinémonos, pues, nosotros mismos, acompañados de María santísima en esta última semana de Cuaresma y preguntémonos: ¿Nos sentimos comprendidos, amados, valorados por Dios el Padre y por Jesús, el Señor? Dejémonos mirar por Jesús que nos renueva a fondo y nos acoge a su lado. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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