El relato nos dice además que el día primero de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron. «¿Dónde quieres que preparemos la cena de Pascua?» Él les dijo: «Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: “El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa». Jesús sabía que su hora había llegado y no deja de pensar en lo que se acerca. Jesús ha previsto «esta comida» el lugar preciso lo había ya determinado con un amigo... La «Cena», la primera Misa, no es una comida improvisada al azar. Será una «comida pascual» evocando toda la tradición judía. El pan sin levadura evocaba la salida rápida de Egipto en la que no hubo tiempo de dejar fermentar la pasta. Se trata de una comida festiva que queda manchada por la acción de Judas al entregar a Jesús por unas cuantas monedas de plata.
Ahondar en la traición de Judas nos trae la ventaja de que nos remueve el fondo de traición que todos llevamos dentro y nos enfrenta con lo más sucio de nuestro interior. Toda traición hay que ligarla a un proyecto. En la medida en que alguien deje de estar de acuerdo con el proyecto en el que venía o se creía comprometido, no tiene inconveniente en traicionarlo. Por eso, entrar a ciegas en un proyecto o entrar en el mismo sin entender sus principios o su finalidad, es preparar traiciones en cadena. Un cristianismo sin la claridad que exige el proyecto de Jesús y sin procesos de asimilación del mismo, será una mina de traiciones, desilusiones y amarguras. Aunque justifiquemos la traición, frente a ella nuestra alma quedará siempre herida. Luchemos, tomados de la mano de María, que siempre fue fiel, por no traicionar al Señor nunca. ¡Bendecido Miércoles Santo!
Padre Alfredo.
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