martes, 5 de abril de 2022

«Contemplar a Cristo en la cruz»... Un pequeño pensamiento para hoy


Todo el capítulo 8 del evangelio de san Juan que estamos leyendo en la misa diaria de estos días, toca de lleno el enfrentamiento de Jesús con el judaísmo oficial. El tema principal de este enfrentamiento es sin duda la lucha acerca de la revelación y estrechamente vinculada a la misma, la cuestión acerca del lugar de la presencia de Dios. Es bastante significativo que tal enfrentamiento haya ocurrido en el templo de Jerusalén, el lugar de la presencia de Yahvé. En el texto de hoy (Jn 8,21-30), Jesús habla de su marcha: «Yo me voy y ustedes me buscarán pero morirán en su pecado». Se trata en primer término, de la muerte de Jesús, de su ausencia completa del mundo. Pero también se trata a la vez de la partida de Jesús al Padre, y este es el aspecto positivo de la marcha, que desde luego sólo la fe puede reconocer. Y así, cuando Jesús se haya ido, se le buscará; para los incrédulos, sin embargo, tal búsqueda será inútil, porque no tendrán más que la ausencia más completa de Jesús; nada más.

La muerte de Cristo en la cruz no solamente es una revelación más de la cercanía salvadora de Dios que no ha dejado nunca sola a la humanidad, sino que es el punto culminante de ese acontecimiento revelador y salvador. Porque justamente esa elevación mostrará que Jesús puede decir con toda razón el «yo soy», ya que la cruz es el lugar en que se ha revelado al mundo de manera más plena y aplastante el amor entrañable de Dios. Jesús se sabe siempre y en todo unido al Padre ¡Precisamente en esta hora suprema el Padre está con Jesús y no le deja solo! «Y no me ha dejado solo» dice el texto de hoy.

Miremos a Cristo en la cruz con creciente intensidad y emoción en estos últimos días de la Cuaresma y en el Triduo Pascual. Le miraremos no con curiosidad, sino con fe, sabiendo interpretar el «yo soy» que nos ha repetido tantas veces en su evangelio. A nosotros no nos escandaliza, como a sus contemporáneos, que él afirme su divinidad. Precisamente por eso le seguimos. Fijemos nuestros ojos en ese Jesús que Dios ha enviado a nuestra historia hace más de dos mil años, y que es el que da sentido a nuestra existencia y nos salva de nuestros males. No entendemos cómo podían ser curados de sus males los israelitas que miraban a la serpiente, cosa de la que nos habla la primera lectura de hoy (Núm 21,4-9). Pero sí creemos firmemente que, si miramos con fe al Cristo de la cruz, al Cristo pascual, en él tenemos la curación de todos nuestros males y la fuerza para todas las luchas. Sobre todo nosotros, a quienes él mismo se nos da como alimento en la Eucaristía, el sacramento en el que participamos de su victoria contra el mal. Caminemos unidos a María santísima en estos últimos días de Cuaresma para celebrar después el Triduo Pascual acompañando a Cristo que se entrega por nosotros y resucita para quedarse para siempre con nosotros. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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