¿Qué hay imposible para Dios? ¿Qué se le puede dificultar al que es Todopoderoso? El Hijo de Dios ha venido hecho hombre a nuestro encuentro estando siempre pronto a darnos esperanza. La Escritura nos dice: «Quien confiesa que Jesús es Hijo de Dios, permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,15). Este es nuestro Dios maravilloso, el Señor que todo lo puede «Luz verdadera que ilumina a cada hombre» (Jn 1,9). Por eso nuestros rostros, teniendo un Dios que es Todopoderoso, deberían estar siempre radiantes, sin confusiones, sin desasosiegos, sin oscuridades. El Señor ha venido a nuestro encuentro a decirnos: «¡Ánimo, soy yo!» (Mt 14,27).
Hoy quiero escribir unas cuantas líneas de Van-Clar y a Van-Clar, el grupo misionero de laicos que la beata María Inés fundó con el anhelo de que, dando testimonio de vida cristiana, en el lugar en donde se encuentren, estos hombres y mujeres de toda edad, raza y condición, inunden el ambiente del «suave olor de Cristo» (2 Cor 2,15).A más de dos mil años de distancia de la venida de Cristo, al encuentro del hombre, «el esplendor de la verdad» (V.S. 1), somos testigos de los grandes pasos que ha dado la humanidad hacia la novedad cristiana. La historia de la humanidad, nuestra historia, está llena de hombres y mujeres que han descubierto al Mesías "Luz de Luz" y se han hecho luz, porque han descubierto que, Jesucristo, «luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9) los ha invitado a ser «luz en el Señor» e «hijos de la luz» (Ef 5, 8). La Buena Nueva se ha extendido por muchos lugares de la tierra gracias a esos corazones iluminados por el que todo lo puede. Pero sabemos también que aún queda mucho camino por recorrer y que el anhelo de tantos ─como la beata María Inés Teresa Arias─ de que todos le conozcan y le amen, está aún lejos de realizarse en plenitud por muchos lugares de la tierra gracias a esos corazones iluminados por el que todo puede.
La beata Madre María Inés vio crecer a las primeras vocaciones laicales de esta rama de la Familia Inesiana, ella los vio animarse, tropezar y volverse a levantar en los pininos de planear, en aquellos años 60's esas misiones pueblerinas, acompañados y asesorados por diversas Misioneras Clarisas, entre ellas la hoy legendaria Hna. Juanita Oropeza en la región de México, a quien todo Vanclarista conoce, compartiendo con ella hasta el día de hoy, el gozo de la misión heredada por la beata y, como ella, muchas otras hermanas que, en los 14 países en donde la obra está presente, pueden dar testimonio del regalo que Madre Inés hizo a la Iglesia y al mundo al fundar Van-Clar.
En estos dos últimos meses, he recibido la visita de algunos de nuestros hermanos Vanclaristas en esta parroquia de Fátima en donde ahora sirvo al Señor con mi ministerio sacerdotal y misionero, compartiendo con otras de las ramas de la Familia Inesiana. También, por diversos motivos, he estado en comunicación con ellos en watsapp, en facebook, por medio de mis blogs, el teléfono, e-mails y qué se yo más medios de comunicación. ¡Qué alegría pensar en tantos hermanos Vanclaristas, que, a lo largo de los años, han dejado la huella de Cristo, porque han descubierto el valor y el sentido de su existencia, al encarnar el lema de Van-Clar, que ella misma les dio: «Vivir para Cristo»! Como dice la Palabra de Dios, ellos también han conocido el amor que Dios les tiene y han creído en ese amor que da vida en abundancia (cf. 1 Jn 4,16; Jn 10,10). En todo el tiempo que tiene Van-Clar, y que yo, que formé parte del grupo y he trabajado tan de cerca con ellos, he visto de todo ciertamente, pero lo que más me llena de gozo y conservo siempre en el corazón, es ver tantos laicos alegres y entusiastas en varias partes del mundo, para quienes la vida se ha convertido en algo digno y muy valioso de vivirse como donación a los demás, confiando en la luz y en la fuerza de aquel que todo lo puede, Cristo, el Señor.
La fuerza del Vanclarista está en el Todopoderoso, y con esa fuerza, es que, en medio del mundo, en su condición de laicos, pueden ir contra corriente exclamando un rotundo, convencido y convincente «¡No!», a esa corriente de cultura de la muerte y relativismo que quiere arrastrar al mundo al vacío y a la infelicidad, convirtiendo a la sociedad globalizada en un amplio espacio de hipocresía, de violencia y de desmedido placer consumista. Con la confianza puesta en Cristo (cf. Jn 6,68), cada Vanclarista se lanza a vivir por Él, a dar testimonio de vida con Él, a salvar al mundo para Él.
Tal vez "Van-Clar" no sorprenda a la sociedad por el número de miembros, y porque realiza un trabajo ─que más bien es oculto─ con «una vida escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3), pero, cada Vanclarista, es un portador del espíritu y espiritualidad que, con el carisma de Madre Inés, transforma el corazón de cada persona que tiene que ver con el grupo, sea por que ingresa o es familiar y amigo de alguno de los miembros. Van-Clar va marcando a cada uno con el sello y el estilo «Inesiano», lleno de celo misionero y de amor mariano, que vive la entrega del sacerdocio bautismal bajo la mirada de María, con la alegría de tener a Cristo Eucaristía como centro del diario ser y quehacer. cada uno va viviendo para Cristo y transformando en obras el ideal que la beata Madre fundadora dio al mundo y a la Iglesia al fundar Van-Clar. ¡Cuánto le debemos a la intrepidez y arrojo de esta misionera sin fronteras que puso su confianza, como María, en el Todopoderoso, cuyo nombre es santo! (cf. Lc 1,49).
Todavía tengo claro el recuerdo de mis años de Vanclarista a finales de los 70's, o aquel 1989, cuando siendo diácono me tocó acompañar la fundación de Van-Clar «Villa Universidad», las misiones de Semana Santa, las Asambleas Anuales, los Encuentros Regionales, las Jornadas y las conivencias de grupo... Sí, ¿cómo olvidar aquel grupito de unos cuantos que se sintieron entusiasmados por un jovencito que llegó a casa diciendo que él quería ser Vanclarista? De allí se desprendió un hermoso ramillete de más de 70 jovencitos que, hoy ya adultos y muchos de ellos con familia, siguen con ese fuego en el corazón que no se ha extinguido. También guardo en mi memoria los fuertes vientos que se han dejado sentir en Van-Clar, por los embates de la tormenta que se ha desatado en el mundo en diversas ocasiones, pero he visto como, el que por momentos en medio de la confusión, parecía ser un fantasma (Mt 14,26), les ha dicho «No teman, soy Yo. ¡Tengan confianza!» (Mt 14,27). Y así se ha hecho presente Cristo para alentarlos, para cuestionarlos, para reparar la barquita que ha quedado dañada por las arremetidas de las fuertes tempestades.
Todos los grupos han tenido sus logros, sus fracasos, sus sueños, sus esperanzas, sus derrotas y sus hazañas porque las personas no somos seres perfectos y se da de todo. Para muchos no ha sido fácil perseverar, hay tal vez muchos que solamente pasaron por el camino, otros que vieron la carga muy pesada, unos que divisaron un poquito solamente u otros que por diversos motivos se lanzaron de la barca en medio de la tempestad; pero hay muchos que avanzan, ─como decía la beata María Inés─ «¡con la juventud acumulada!», con la fuerza de su energía y la frescura de los nuevos miembros, todos con la mirada fija en Cristo.
¿Qué decir de nuestros hermanos más jóvenes y a los adolescentes y niños de estos grupos? ¡Ánimo, no teman muchachos! (cf. Mc 6,50), el Señor no defrauda a nadie que le sigue porque él es Todopoderoso. Él acompaña en el caminar y está en la barca cuando hay tormenta. Nuestros hermanos Vanclaristas más jóvenes, y aún los más pequeñitos en edad, deben tener siempre presente que pertenecen a este tercer milenio de la historia de la Iglesia y que, llenos de vida, o de ¡enjundia!, como dicen algunos de sus hermanos Vanclaristas mayores, no se pueden cansar. Los Vanclaristas más pequeños son el futuro, son la prolongación de lo que cada generación ha hecho hasta hoy. ¡Ánimo! que hay que ser como María, la Estrella de la Evangelización, que, siendo jovencita, como muchos de los miembros de sus grupos, dijo «Sí» al Señor y ella los acompaña susurrándoles al oído que vale la pena «Vivir para Cristo» dando testimonio de vida cristiana en el lugar donde se encuentren para que todos le conozcan y le amen.
¿Y qué más le dirá este padrecito a todos nuestros hermanos Vanclaristas de todos colores y sabores? ¡Ánimo! Sí, ciertamente. Ánimo en un mundo que parece dejarse dominar por la tristeza y por eso les digo también: ¡Cuidado! Cuidado con vivir la fe «con cara de funeral». El Papa Francisco nos dice, recordando al beato Paulo VI, que, con cristianos tristes, desalentados, desanimados, no se puede anunciar a Cristo. Y añade: «Esta actitud un poco fúnebre, ¿eh? Muchas veces los cristianos tienen más la cara de ir a un funeral que de ir a alabar a Dios, ¿no?» y a Cristo se le sigue ─dice el Papa─ «saliendo de sí mismos». (cf. Homilía en Santa Martha del 13 de mayo de 2013).
Cuidado, hermanos Vanclaristas con creerse los perfectos, cuidado con sentir que todo lo saben, cuidado con sentirse estar por encima de los demás, cuidado con no dar testimonio de su alegría de vivir para Cristo. Cuidado con quedarse estancados, porque el Papa Francisco también ha dicho que «cuando una comunidad cristiana está quieta le pasa como al agua estancada, que es la primera que se corrompe» (entrevista telefónica a los sacerdotes Joaquín Giangreco y Juan Ignacio Liébana de Argentina, el 9 de agosto de 2014). Cuidado con acomodarse a este mundo frente al peligro de la «mundanidad espiritual» (E.G. 93). Cuidado con quedarse en el camino como muchos otros arrastrados por la rutina de la vida diaria, por no experimentar la presencia de Dios en lo ordinario o por estar buscando doctrinas novedosas que no conducen a nada, sino al vacío que engendra el egoísmo.
Queridos hermanos Vanclaristas, caminamos juntos como parte de una misma familia, la Familia Inesiana y hay mucho que hacer. Con justa razón nuestra amada fundadora, la beata María Inés, hacía suyas las palabras de san Pablo a los Corintios: «Urge que Él reine» (1 Cor 15,25). El Señor nos tiene en este mundo para cumplir una misión, y no podemos olvidar que Él es Todopoderoso y para Él nada es imposible. Somos hijos de un corazón misionero que no pudo nunca guardarse para sí el amor de Dios. Y, por cierto, ¿qué diría ella a cada Vanclarista? Esto es solamente algo de lo que ella tiene para Van-Clar:
«Queridos Vanclaristas: Un saludo cordial para cada uno de ustedes en quienes tenemos cifradas grandes esperanzas y apoyo para nuestras labores misionales en las que desde siempre han tomado parte generosamente» (Carta al grupo misionero de Van-Clar, f. 4105). «Con cuánta gratitud debe el Vanclarista vivir su vida de dar testimonio de que Cristo ha venido al mundo. Por su vida cristiana, pero verdaderamente cristiana, evitando todo pecado mortal y aún venial y así poder de verdad sembrar y ser instrumento de Cristo no sólo cuando van a misiones, sino siempre, ya que la principal misión del Vanclarista es dar testimonio de vida cristiana» (Carta colectiva desde Roma Italia, en diciembre 7 de 1971). «Doy las gracias desde el fondo de mi corazón a todos y cada uno de los muchachos y muchachas que integran el círculo, y que tanto empeño tienen en ayudar a nuestras misiones necesitadas. Yo sé, con toda seguridad, que Dios no se quedará con nada de lo que ustedes han hecho, y que cada uno de sus esfuerzos, de sus sacrificios, de sus cansancios, ya están anotados en la eternidad» (Carta a Vanclar de Gardena desde Cuernavaca el 7 de enero 1969, f. 3807). «Están muy bonitas las crónicas de Vanclar de Acapulco. Me maravilla, así como me dicen que también los padres y el señor obispo están maravillados de que, sin estar nosotras ya en este puerto, nuestros chicos y chicas sigan portándose a la altura de su vocación; ¿qué, de entre ellos, no saldrán vanclaristas consagrados?» (Cartas Colectivas). ¡Y vaya que Van-Clar ha dado vocaciones! Junto a la Madre Martha Gabriela Hernández, actual superiora general de nuestras hermanas Misioneras Clarisas, estamos un buen número de sacerdotes, religiosos y religiosas, además de algunas Misioneras Inesianas y Vanclaristas consagrados.
Con el auxilio de Dios y la asistencia de la Santísima Virgen de Guadalupe, como patrona principal de su grupo, sigan adelante, para que el amor del Señor sea proclamado no solo a las naciones en donde muchos de ustedes se encuentran, sino a toda la faz de la tierra. No se cansen de agradecer la hermosa vocación misionera que les ha dado y que ha conducido sus vidas.
Finalmente, desde este lugar en donde puedo contemplar el rostro sonriente de la imagen de Nuestra Señora de Fátima y las caritas radiantes de los santos Francisco y Jacinta, junto al altar de nuestra parroquia, me atrevería a preguntarles: ¿Están dispuestos a seguir viviendo su compromiso misionero con todo el corazón? ¿Quieren seguirse esforzando para que su grupo crezca en todos los aspectos según la herencia espiritual que han recibido de su fundadora la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento? ¿Tienen ganas de seguir dando a conocer el amor de Dios y el de Santa María de Guadalupe en todo momento a quienes les rodeen? ¿Anhelan hacer hasta lo imposible para cumplir con su lema de «Vivir para Cristo» dando testimonio de vida cristiana en el lugar donde se encuentren?
Que el Señor confirme en ustedes este propósito que, como misioneros laicos, se han formulado. Que trabajen con todas sus fuerzas, con la confianza puesta en Dios, sabiendo que la miseria se pone al servicio de la misericordia. Que María Santísima de Guadalupe los cubra con su manto para alcanzar su firme y santo propósito. Amén.
Alfredo Delgado, M.C.I.U.
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