jueves, 29 de junio de 2017

LA HERMANA MARÍA MIRANDA... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo III.

En el año 2004, entre tantos regalos que me ha concedido el Señor, la hermana María Miranda Torres me invitó a presidir la Misa de Acción de Gracias por sus 50 años de vida religiosa. El Evangelio hablaba de la «Pesca Milagrosa» y yo decía en la homilía: «Que maravilloso se presenta hoy ante nuestros ojos el relato de la pesca milagrosa. —Lleva la barca mar adentro, dijo Cristo, y echen sus redes para pescar... no temas, desde ahora serás pescador de hombres. Hermana María, tú vienes ahora a dar gracias con el mismo asombro de los apóstoles después de la pesca milagrosa, asombro de fascinación ante el amor del Esposo, asombro de gratitud por la perseverancia venida del Pescador de Hombres, asombro quizá también de miedo por la miseria humana que se pone de frente al Dios de Santidad después de 50 años de una pesca milagrosa.

La hermana María fue llamada a la Casa del Padre apenas hace unos días, el 9 de este mes de junio después de largos años de padecimientos aquí en la tierra continuando con esa pesca milagrosa. La hermana «Mariquis», como coloquialmente la llamaba mucha gente con cariño, nació en 1928, en Jacona, Michoacán, México. Ingresó a la Congregación de las Misioneras Clarisas en 1951y casi toda su vida religiosa la gastó en la educación en México, en estados Unidos y en Costa Rica.

El ser humano, siempre, a  los 10, a los 25, a los 50 y sesenta y tantos años de haber sido llamado, siempre se sentirá pequeño, pobre... parece que no hemos pescado nada. Los discípulos han de remar constantemente «mar adentro» y «echar las redes» una y otra vez sin desfallecer. 

A más de 60 años de haber sido llamada, estoy seguro que la hermana María, en sus últimos días, en su sillita de ruedas en Monterrey, esperando a ver cuándo llega el padre Alfredo para confesarse y platicar de las cosas de Dios,  experimentaba la certeza de que solamente con Cristo y en su nombre es posible conseguir una gran «redada de peces»... almas, muchas almas, infinitas almas. La vocación de la hermana María, tocada tanto tiempo por la enfermedad de cáncer (Hace varios años, diganosticada en etapa terminal, le impartí la Unción de los Enfermos), Herpes, Síndrome de piernas inquietas, varias caídas y otras que aún sufría...  implicó un trabajo constante, incluso de noche... remar mar adentro en la oscuridad, fiarse en su palabra y echar las redes una y otra vez, vivir en comunidad buscando siempre, aún en medio de los tormentos, asistir a los actos de comunidad y sacar fuerzas para contar uno que otro chiste de esos que, en su juventud arrancaban las carcajadas de las hermanas y de los misionados. La hermana sabía contar con los otros para juntar las barcas y ponerlo todo al servicio del reino en un ambiente de alegría y entrega generosa. Por su trato cortés y agradable se granjeó la amistad y admiración de muchas de sus hermanas religiosas, de muchos maestros, alumnos y padres de familia.

Era un gozo escucharla hablar, siempre con un vocabulario, fino y culto, con gracia y buen humo, destilaba  la sabiduría popular con dichos, cuentos y anécdotas, como buena michoacana, además con muy buena poesía coral, declamación y cantos, lo cual amaba al igual que la música. Todo eso lo «heredó» a su sobrino sacerdote el padre Darío Miranda, miembro del Grupo Sacerdotal Madre Inés que ejerce su ministerio sacerdotal en Los Ángeles con el mismo espíritu misionero de su tía María, que lo hace ser misionero en ese país y en África, llevando siempre misioneros a nuestra querida misión de Sierra Leona.

Ví por última vez a la hermana María el 29 de marzo de este año, en la Misa de cumpleaños de mi mamá en el Convento de nuestras hermanas. Mariquis se veía muy deteriorada físicamente pero con un «algo» interior que dejaba entrever, y claro, llegó el momento en que ya no apetecía nada de este mundo... el Esposo aguardaba en la barca a la misionera cargada de peces... almas, muchas almas, infintas almas. 

Él había sido el que la había llamado, Él había decidido a quien elegía y cuándo la llamaba. Él llamó al corazón de Pedro, al corazón de Pablo, al corazón de María Inés y al corazón de María Miranda para decir: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Desde aquel momento en que tocó a la puerta del corazón de aquella jovencita, todo quedaba referido a Él y todo quedaba renovado... un nuevo trabajo cambiaba la vida de aquella mujer que ahora se presenta ante el trono de Dios llena de gratitud: una nueva misión, la misma de Jesús... salvar almas, muchas almas, infinitas almas, almas de niños, de pecadores, todas las almas del mundo.

La hermana María, hace muchos años, le dijo así al Señor. Él mismo había tocado sus labios con el beso se su boca para hacerle su esposa, Él mismo había buscado a quien enviar y se enamoró de ella para llevarle mar adentro a salvar almas. Jesús, el esposo, está vivo, como lo refiere San Pablo hoy a los corintios cuando da cuenta de su propia experiencia y nos dice: «Por la gracia de Dios, soy lo que soy, y su gracia no ha sido estéril en mí... He trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo sino la gracia de Dios, que está conmigo».

Las redes de la hermana María se gastaron en la pesca, porque se echaron a la mar una y muchas noches de una vida ordinaria. No nos queda a quienes la conocimos y recibimos tanto de ella, más que seguir escuchando la voz del Señor que nos invita a volver a echar las redes en su nombre remando mar adentro, navegando en el mar de la misericordia, alejándonos de la seguridad de lo puramente humano y terreno y tomando cada vez el remo de la fe, dejándonos llevar por el aire del Espíritu Santo y allí, mar adentro, descubrir que uno es pobre, que sin él no estaría aquí entregando el la vida, obedeciendo al Padre y haciendo su voluntad.

Muchas cosas vienen a mi corazón al pensar en la hermana María. No puedo sino gozar de la certeza de que María Santísima, la Estrella de los Mares está con ella y repito la última parte del salmo 137 que me llena los labios y el corazón: «Tu mano, Señor, nos pondrá a salvo, y así concluirás en nosotros tu obra. Señor, tu amor perdura eternamente; obra tuya soy, no me abandones».

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

2 comentarios:

  1. Wilfrido Miranda Ortega29 de junio de 2017, 22:46

    Esa era mi tía Mary, que Dios la tiene gozando de su presencia.

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  2. Gracias por recordarnos a la Mariquis sonriente y generosa, siempre de buen humor aunque llena de dolor fisico. EPD mi tia querida (ISabel Miranda)

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