Los cambios vertiginosos a los cuales esta siendo constantemente sometida nuestra sociedad, la llevan a poseer un rápido tiempo de reacción, que involucra el análisis de los mismos y su posterior adaptación a través de nuevas propuestas. Es por esto que, ante los cambios impuestos por las nuevas tendencias que influye la tecnología, el veloz acceso a la información y a la educación; la expansión incontrolable de la New Age, el amplio sincretismo religioso y la misma como nueva tendencia a hacer un «mix» de todo, incorpora nuevas formas de aprender y crecer para el creyente que forma parte de una Iglesia que está inmersa en medio de esta sociedad. Todos y cada uno de nosotros, participantes en el proceso educativo del mundo globalizado como sujetos sociales, y sobre todo como seres humanos en búsqueda de Dios para pertenecerle por completo.
Todo bautizado requiere una formación que le permita entender los cambios sociales que actualmente experimentamos y que influyen en la vivencia de nuestra fe y de nuestra vocación específica; proyectar la importancia del aspecto humano en la fe, (es decir unir fe–vida); implementar los medios necesarios en las débiles áreas de formación que el mundo ofrece con una formación que debe ir encaminada a la reflexión de nuestro actuar frente a los demás seres humanos dentro y fuera de casa y de nuestra Iglesia, ya que cada bautizado debe ser capaz de mirarse hacia dentro y responder a sí mismo qué tanto está dispuesto a dar para ser mejor persona y transparentar a Cristo en su vida para contribuir a que la sociedad se impregne del Evangelio respondiendo al llamado de Cristo: «Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura» (Mt 16,15). En este sentido, «la educación es un campo de actividad sin límites, que se da en todos los ámbitos de la acción y de la interacción de la comunidad, y por tanto, en cierto sentido, escogemos ser agentes pasivos o activos de la educación» (cf. Arredondo, 1991).
El tema de la «autoformación» en la fe, nos lleva a considerarla como aquella que se promueve en el bautizado, sea cual sea su condición y vocación en la vida. Es una actividad eminentemente humana por medio de la cual todo hijo de Dios es capaz de recrear la cultura, esto sería conociéndola primero, ya que ¿cómo sería posible analizar y proponer posibles soluciones a los problemas de nuestra sociedad desde la vivencia de fe y lo más importante, sensibilizarme frente a ella, si no la conozco?
Con sorpresa solemos escuchar a católicos que desconocen lo que ocurre a su alrededor, mucho más nos entristece si dicha manifestación proviene de un sacerdote o religioso, pero esto nos hace esforzarnos por presentar un modelo de creyente, hombre y mujer de fe, que sea íntegro, crítico, que en su formación constante contenga las áreas humana, intelectual, espiritual y apostólica, y además posea condiciones de ser autónomo, capaz de pensar por sí mismo, responsable en asumir la realidad con sus consecuencias y causas; capacidad de decisión; tomar posturas equilibradas; seres sensibles a los distintos aspectos de la vida; predispuestos a conquistar su felicidad y la de los demás; encontrando el sentido de su vida como bautizados, solidarios, en fin, lejos de limitarnos a lo que pudiera ser como el campo del profesional en el mundo, que solamente se preocupa de una sola área, la autoformación en el bautizado, invade todos los dominios; uno se forma en múltiples actividades, ya sea como sacerdote, como religioso, como laico, como misionero, como agente de pastoral es decir, en todos los niveles de responsabilidad, y de ser posible en forma permanente.
Tenemos entonces que, la autoformación se va desarrollando en la medida en que uno piensa sobre lo que hace, sobre su significación, sobre los fracasos que vive y los triunfos que alcanza viviendo cada día la fe. Es así como la autoformación nos hace recordar y experimentar que somos diferentes de las máquinas, porque somos hijos de Dios, y eso nos lleva a entrar en nosotros mismos reflexivamente para ser como Cristo. Eso nos lleva a mirar nuestras motivaciones, angustias, deseos, formas de enfrentar temores; esto es lo que nos hace real con respecto a nosotros mismos y de esta forma nos permite ésta reflexión, a su vez, llevarnos a la proyección con los demás, a la búsqueda de soluciones a las problemáticas reales que el mundo de hoy vive. El bautizado, en su autoformación en la fe, deja de centrarse en sí, para salir de sí, hacia los demás.
Si logramos que la autoformación de cada miembro de la Iglesia, vaya encaminada a una proyección positiva del ser humano y su entorno, tendremos entonces que nuestra vivencia bautismal, se hace una respuesta reflexiva y consecuente de la autoformación, y nos ayuda a juzgar las crudas realidades de hoy ante la violencia, el egoísmo, las expectativas amenazantes de la explosión de una guerra, y nos hace descubrir, desde el fondo de nuestro ser, qué es lo que haría Cristo frente a eso.
En este aspecto, hablamos de los bautizados que conscientes de la necesidad de su autoformación, se acercan en sus parroquias o comunidades a las distintas áreas de formación y por supuesto también a la literatura y páginas formativas en la Internet. El bautizado que es consciente de su compromiso por crecer en la vivencia de la fe, maneja una «disciplina interna».
El proceso de «autoformarse» no puede ser más que un trabajo sobre sí mismo, libremente imaginado, deseado y perseguido, realizado a través de medios que se ofrecen o que uno mismo se procura haciendo uso de la reflexión ética, entendida como la capacidad de esclarecer, valorar, apreciar los hechos, fenómenos, situaciones de la realidad desde perspectivas globales, interdisciplinarias, con el fin de optar, de decidir por lo que se juzgue lo más significativo, lo más valioso para vivir el cristianismo en el mundo de hoy. Como miembro de la Iglesia, el bautizado debe saberse miembro de una comunidad formativa, ante los retos que el mundo le pone y ante los duelos a que está obligado a enfrentar, pues toda elección implica una renuncia y el hecho de haber elegido vivir la fe católica, representa una renuncia a muchas cosas que el mundo globalizado de hoy, relativista, materialista y consumista ofrece de forma barata y constante.
El bautizado que busca «autoformarse» tiene que reflexionar su entorno en la familia, en la escuela, en el trabajo, y además, decidir su nivel y el tipo de participación que tendrá en su realidad inmediata como miembro de la Iglesia. L «autoformación», para el bautizado, debe ser como «un retorno sobre sí mismo, sobre sus motivaciones, deseos, angustias, maneras de tener miedo de sí mismo, del otro, o no, tratamiento del otro como un hermano, enemigo, u objeto de poder o no; cuando hace, entonces, ese trabajo, está efectuando un trabajo sobre sí mismo, que de alguna manera lo constituye en sujeto real como persona con respecto a sí mismo y no como una máquina.» (Filloux, 1996). La autoformación en todo bautizado, es una tarea que empezó desde que hay uso de razón y que se va desarrollando «en la medida en que uno piensa sobre lo que hace, sobre su significación, sobre los fracasos que uno vive...» (Filloux, 1996). De la autoformación uno espera definitivamente, el dominio de las acciones y situaciones nuevas, en fin, la vivencia plena y comprometida de la fe.
I. FORMACION ESPIRITUAL DEL BAUTIZADO.
Como hijo de Dios, cada bautizado bien haría en preguntarte: ¿Qué cimientos estoy poniendo en mi vida para poder vivir la fe que a veces me lleva a remar contra corriente? Todo bautizado debe buscar una formación espiritual recia, profunda, afincada en Dios, único fundamento que da consistencia a una vida plena, para que cuando vengan los huracanes de las dudas, las tempestades de las crisis no se derrumbe la vida. La formación espiritual debe estar centrada en Cristo, es decir, debe ser cristocéntrica, de manera que el bautizado adquiera «un conocimiento amoroso de la persona de Cristo» (CEC 429) de quiene s discípulo–misionero. De tal manera que Cristo, debe ser el criterio para juzgar todas las cosas en casa, en el estudio, en el trabajo y así ser espacio de santificación para para el mundo que le rodea. Cristo debe ser el centro, para que nadie ni nada arrebate el corazón que quiere vivir con Cristo, por él y en él —como decimos en cada Misa—. Cristo ha de ser el Modelo a quien debemos imitar en todo independientemente de la vocación que tengamos en la Iglesia y en el mundo.
La formación espiritual, en la Iglesia Católica, se ve consolidada en las virtudes teologales que se recibieron en el bautismo y debe estar nutrida en la Sagrada Escritura, que será siempre el alimento que debemos tomar y dar a los hombres en la misión como católicos en el mundo. Hay muchas maneras de cuidar y crecer en esta área. Numerosos autores nos ofrecen sus libros con lenguaje accesible y profundo a la vez, las vidas de los santos, los cursos y talleres en las universidades católicas, instituciones, parroquias y comunidades religiosas ofrecen espacios para una formación rica, variada, sana, tan asequible en espacios y horarios que no hay excusa.
II. FORMACION INTELECTUAL DEL BAUTIZADO.
En un miembro de la Iglesia que quiera vivir auténticamente su cristianismo, la formación intelectual debe ser sólida, de manera que no se forme como una persona endeble en conocimientos de Dios y del mundo que solamente tiene lo que estudió en el catecismo para su Primera Comunión. El mundo no necesita católicos que se caen y se desmoronan ante la primera pregunta o duda que te expongan los miembros de otras religiones, sectas, diversas creencias o los enemigos de la Iglesia. La autoformación intelectual de todo miembro de la Iglesia, en especial de los agentes de pastoral, debe ser profunda, es decir, que no se conforme con tres o cuatro cosillas mal aprendidas y atadas de un hilo en un cursillo anual de algo.
La formación intelectual debe ser selecta y por eso hay que saber autoformarse y elegir bien. Hoy mucha gente sabe de todo nada o casi nada. Tenemos que seleccionar todo aquello que vaya conforme a nuestra fe y a nuestro compromiso como discípulos–misioneros. ¿En qué Universidad estudió por citar a algunos, Santa Teresita del Niño Jesús o la beata María Inés Teresa para saber tantas cosas? Esa es autoformación. Debemos recordar que cada bautizado es un misionero, un mensajero del Evangelio, un maestro de la fe, un hijo de la luz, una antorcha en el mundo. Hay que luchar contra los enemigos de la formación intelectual como son la i inconsciencia, la inconstancia, la pereza, la cerrazón, la derrota anticipada, la falta de visión que no pone esfuerzo y quiere dejar todo a los padrecitos y las monjitas.
III. FORMACION HUMANA DEL BAUTIZADO.
La formación humana se relaciona con el desarrollo de actitudes y valores que impactan en el crecimiento personal y social del individuo. De esta manera, un sujeto formado desde la dimensión humana, actúa con esquemas valórales, coherentes, propositivos y propios. Es un ser que reconoce su papel en la sociedad, en la institución para la que trabaja y en la familia; que quiere su cuerpo, sus espacios concretos de acción y comprende la diversidad cultural en la que está inmerso; es en consecuencia un sujeto en crecimiento.
En este campo se ha de trabajar en la autoformación de la conciencia, que puede pervertirse si no la iluminamos con los criterios del evangelio, de la doctrina de la Iglesia, de nuestras propias convicciones y compromisos adoptados por el bautismo. La autoformación humana es formación de la voluntad y del carácter, formación de la educación que, como decía la beata María Inés Teresa, «sobrenaturalizada, la educación es la santidad».
La autoformación humana lleva al cristiano a ser él mismo una escuela de valores y virtudes, una invitación al mundo de vivir plenamente el compromiso bautismal con orden y concierto en relación con los compromisos civiles y sociales. Un bautizado que se autoforma en el campo humano es limpio, ordenado, acogedor, educado, leal, cortés, jovial, etc.
IV. FORMACION APOSTOLICA DEL BAUTIZADO.
El bautizado, discípulo–misionero de Cristo, ha de formarse en el celo por la salvación de las almas al estilo de Madre Inés y tantos santos de toda clase y condición, como san José Sánchez del Río, que dio su vida por Cristo a los 14 años de edad en el martirio en medio de la persecución religiosa de México por ser un apóstol consciente del riesgo de su condición de discípulo–misionero. La autoformación apostólica despierta y alimenta en el bautizado el anhelos de que todos los hombres y mujeres del mundo conozcan y amen a Dios, que cumplan la ley de Dios, que vivan unidos en el amor y amen a María Santísima como modelo a seguir para ser trasparencia de Cristo.
La formación apostólica es oración proyectada, apostólica, comprometida lanzada a todos los espacios, situaciones y condiciones... ¡No hay tiempo para teorizar en esto! Hacer nuestro apostolado callado, silencioso y eficaz, empezando por la propia comunidad y recordando que como decía san Juan Pablo II: «El primer lugar de misión es el propio corazón». Siempre hay un lugar para el quiere ejercer su apostolado.
A MANERA DE CONCLUSIÓN.
En tus manos como bautizado, discípulo–misionero, está tu formación. Sólo tú te formas o te deformas. Hay formadores, ayudas, facilitadores, libros, páginas web y demás, pero sólo uno mismo es el responsable de autoformarse.
Toma con mucha seriedad tu compromiso bautismal, empieza tal vez buscando tu acta de bautismo para grabarte en el corazón el regalo inmenso que Dios te dio al hacerte su hijo o su hija de quien tanto espera. Está en juego la misión y el apostolado de la Iglesia en el día de mañana. No se puede ser creyente sin una profunda formación espiritual, haríamos el payaso; y si nuestra formación intelectual está floja, tal vez desorientemos a los hombres que nos pidan consejo porque nos ven que vamos a la Iglesia o formamos parte de algún grupo. Y sin una esmerada formación humana, el mensaje quedará rebajado y diezmado, pues la formación social y humana abre las puertas allá por donde pasas la mayor parte del tiempo de tu vida, que no es precisamente el Templo al que asistes.
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
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