viernes, 30 de junio de 2017

«Sor Rosario Salazar»... Vidas consagradas que dejan la huella de Cristo IV.

Mi primer contacto con sor Rosario Salazar, fue en Roma en 1984, cuando llegué a la Casita (Casa General de las Misioneras Clarisas) para iniciar mi etapa de Noviciado. La hermana Rosario tenía una voz privilegiada que sacaba la voz hasta a las piedras...  La hermana María del Rosario Salazar Hernández fue llamada a la Casa del Padre para celebrar con júbilo gozoso, las nupcias eternas en el año de la misericordia, el 11 de julio de 2016.

Mis recuerdos de la hermana Rosario van en dos etapas en que conviví con ella, primero, como digo, en aquel 1984 en Roma, como maestra de canto que nos llevaba a cantar a las Misas que, en la Basílica de San Pedro, celebraba en aquel entonces San Juan Pablo II, pues nos inscribió como parte del «Coro Guida» (El coro que guía las respuestas de la gente a los cantos del coro de la Capilla Sixtina) y gracias a lo cual participamos en muchas Misas presididas por este Santo Papa. Cantaba con el corazón y con el alma, haciendo vida aquello que decía San Agustín: «El que canta, ora dos veces». Era una maestra muy exigente y, como mujer de carácter fuerte, nos hacía cantar porque nos hacía... Era un gozo escucharla cantar el«Magnificat» con un sentimiento de amor a María que contagiaba. ¡Tengo muchos recuerdos de aquella etapa y cómo le agradecía años más tarde cuando ella ya era más mayor!

Vivió años antes como misionera en Costa Rica y en Irlanda, de donde no se cansaba de contarnos anécdotas misioneras que dejaban ver la entrega y ese carácter firme que la caracterizaba y que se necesita en la misión. Siempre preocupada de la formación, parecía a veces que le ponía a uno un examen a ver cómo andaba en varios aspectos.

Dios, que es siempre un Padre bueno y misericordioso, le dio a la hermana  Rosario, una larga y fructífera vida que supo gastar y desgastar por el Reino de Dios, así que después de tiempo, nos volvimos a encontrar en la Casa Madre durante el proceso de Canonización de Madre Inés y en donde sus aportaciones, para quienes en ese entonces formábamos la Comisión Histórica, fueron valiosísimas. Por un buen tiempo se dio a la tarea de recolectar escritos y testimonios de nuestra beata Madre Fundadora y los fue recopilando en diversos archivos fruto de ese ir escarbando en cuanto rincón había que hablara de Madre Inés. Poniéndose al día en computación, digitalizando mucho y transcribiendo material que, hasta la fecha, ha sido para mí un tesoro que utilizo en Conferencias, Ejercicios Espirituales, artículos para blogs y por supuesto, para mi meditación personal. Ella combinaba todo esto con la dirección de coro, composiciones, revisiones de música y demás.

Sumamente platicadora, la hermana «Chayo» no paraba de hablar cuando se trataba de la vida y obra de Madre Inés, pues descendía siempre a momentos y detalles que hacían una delicia el escucharla allá en la Casa Madre, pues cada momento pasado con la beata, estaba clavado en su corazón como una gracia muy especial de Nuestro Señor. Además, conservo muchos «consejitos» que me dio para vivir el sacerdocio como Dios manda.

Sus últimos días los pasó en la Casa del Tesoro de nuestras hermanas Misioneras Clarisas, en Guadalajara, Jalisco, México. Fueron dos años, en los que la hermana Rosario fue tocada por el Esposo de las almas quien le compartió la cruz de una larga y dolorosa enfermedad que supo acoger y ofrecer con amor por la salvación de las almas, como lo había aprendido de Madre Inés. Cuando yo visité la Casa, como Misionero de la Misericordia antes de que el Año Santo terminara, ella, ya había sido llamada a las nupcias eternas.

Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.

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