lunes, 17 de noviembre de 2025

«ASÍ COMO BARTIMEO»... Un pequeño pensamiento para hoy


Todos sabemos que la calle es un lugar ordinariamente de mucho ruido. Hoy San Lucas sitúa a Jesús en la calle, en el camino, en una carretera (Lc 18,35-43) en un relato que aparece también en los otros dos evangelios sinópticos (Mc 10-46.52; Mt 20, 29-34). Jesús va caminando con sus discípulos entre un lugar llamado Jericó y otro del mismo nombre, como me acaba de suceder hace unos días con un sacerdote que nos dijo: «Soy de Jalisco, Nayarit»... y resulta que es de «Xalisco, Nayarit» —se escribe diferente pero se pronuncia igual—. También en Cristo existía esto, por eso Lucas dice que «antes de entrar a Jericó» y Marcos que «después de salir de Jericó», quien además nos dice que el ciego se llamaba «Bartimeo». Pero bueno, aquí lo interesante es que Jesús va de camino y que ante los insistentes gritos de un pobre ciego, él se detiene porque entre el ruido aquel hombre logra captar su atención.

El otro día alguien me preguntaba: —¿padre, usted cómo le habla a Jesús cuando reza? Y le dije: —así como te hablo a ti». —¿con esas palabras padre? —Pues con cuales querías que le hablara, le contesté. Yo no puedo imaginarme en discursos elaborados para hacer oración. Sí, ciertamente tenemos ya fórmulas elaboradas por grandes santos, por grandes místicos, pero a mi me sale gritarle a Jesús así como Bartimeo, que aprovechando que pasa por allí le hace ver su necesidad: «¡Señor, que vea!». ¿A poco no aprovechas tú cuando vas a alguna boda, un quinceaños, un funeral en alguna parroquia que no es la tuya para pedirle algo a Jesús que va pasando por allí por la celebración que acontece? Aquel hombrecillo simplemente estaba sentado al borde del camino tal vez hasta fatigado o aburrido y le dijeron quién era Jesús. Hoy podemos considerar nuestra vida reflejada en Bartimeo: como él, fatigados y sin vista, y como él, nos abrimos a Jesús, pidiéndole «ver».

Nunca debemos dejar de pasar la oportunidad de hacerle llegar a Jesús nuestro grito: «¡Señor que vea!». Que vea a la ristra de personas que a lo largo de mi vida me han ayudado a eso «a ver» la acción de Dios, que vea lo que hay en mi corazón y que deba ser cambiado, que vea la acción directa de Dios en mi vida en los momentos de oración íntima en contacto con él... «¡Señor, que vea!» A veces el mundo que nos rodea nos increpa a que nos callemos como a él. Pero nos da un gran ejemplo que percibimos muchas veces en un dicho popular: ¡Al que no habla, Dios no lo oye! Pidiéndole a María santísima que nos ayude a expresar nuestra necesidad a Dios como Bartimeo, trabajemos por animar a otros a hablarle a Dios así como este hombre, desde lo profundo del corazón. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 16 de noviembre de 2025

LA ESPERANZA QUE NO DEFRAUDA... La teología de la esperanza hoy

Es indudable pensar que se habla de «Esperanza» como «moda» porque el Año Santo, este Año Jubilar Católico, que comenzó el 24 de diciembre de 2024 y concluirá Dios mediante el 6 de enero de este ya inminente 2026 tiene como lema: «Peregrinos de la Esperanza».

Pero ciertamente el tema no es que esté de moda, sino forma parte fundamental de la teología de la Iglesia. La teología de la esperanza no es simplemente un enfoque más que se le puede dar a la palabra de Dios, sino que constituye una perspectiva fundamental donde todo bautizado debe situarse si quiere obtener una comprensión correcta de esa palabra. El cristiano es el hombre de la esperanza y está llamado «a dar razón de su esperanza», tal como exhorta la Primera Carta de Pedro (1 Pedro 3,15-17).

La esperanza es una virtud infusa por Dios en el alma, por la cual el cristiano aspira al Reino de los cielos y a la vida eterna, confiando plenamente en las promesas de Cristo y en la gracia del Espíritu Santo. La teología dogmática analiza la naturaleza de esta virtud, sus fundamentos bíblicos y su desarrollo a lo largo de la tradición de la Iglesia; la teología moral, se enfoca en cómo vivir esta virtud en la práctica y en la vida cotidiana del creyente, y la teología espiritual aborda su vivencia interior y ascética.

Supongo que todos, como misioneros, tienen acceso al Catecismo de la Iglesia Católica, esta profunda y sólida exposición de la fe y la moral católica en un excelente tratado de teología dogmática, fruto de veinte siglos de vida e investigación teológica cristiana.

Cuando fue promulgado por el Papa San Juan Pablo II, con la Constitución Apostólica «Fidei depositum», el 11 de octubre de 1992 expresó: «es para que lo utilicen constantemente cuan-do realicen su misión de anunciar la fe y llamar a la vida evangélica. Este Catecismo les es dado para que les sirva de texto de referencia seguro y auténtico en la enseñanza de la doctrina católica, y muy particularmente, para la composición de los catecismos locales. Se ofrece también, a todos aquellos fieles que deseen conocer mejor las riquezas inagotables de la salvación (cf. Jn 8, 32)».

En este libro de texto maravilloso, se nos dice que «la esperanza es la virtud teologal por la que deseamos como felicidad el reino de los cielos y la vida eterna, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras propias fuerzas, sino en la ayuda de la gracia del Espíritu Santo» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1817). En cinco brillantes números —del 1817 al 1821— este catecismo nos hace un resumen asombroso de esta virtud, que es una de las virtudes principales en nuestra vida y que contrasta con la desesperanza, que es uno de los pecados más graves de la actualidad.

El Catecismo nos ratifica que la esperanza es la virtud teologal por la cual deseamos el reino de los cielos y la vida eterna como nuestra felicidad, poniendo nuestra confianza en las pro-mesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras propias fuerzas, sino en la ayuda de la gracia del Espíritu Santo. (CIC 1817)

En esencia, la esperanza es nuestro anhelo de ir al cielo y nuestra confianza en que, mediante Cristo, podremos alcanzar nuestra meta. 

En estas líneas no me detendré a hablar en sí de la esperanza como tal, sino de la esperanza cristiana como único sustento válido para la frágil esperanza del mundo que, en medio de esa desesperanza que el hombre de tanto en tanto cultiva y que en esta época que nos toca vivir, se expresa en muchos aspectos de la vida. 

Basta pensar en letras de canciones de moda entre la gente joven y la no tan joven: «René» de Residente, una canción sobre la presión, la fama y la nostalgia, que evoca un sentimiento de aislamiento, depresión y conflicto interno:

«¿Qué Ganas?» de Morat, que habla de la frustración y el desgano tras una ruptura, explorando la sensación de no tener fuerzas ni motivos para seguir adelante; «Se le apagó la luz» de Alejandro Sanz, con una letra que narra un accidente de tránsito desde una perspectiva cerca-na a la tragedia y el dolor, dejando un sentimiento de pérdida y desesperanza. Si hablamos del género del regional mexicano puedo ir a una lista interminable: La famosa «Adiós amor» de Cristian Nodal, «Ya no tiene caso» de la banda de Los Recoditos y la que lleva por título «Desesperanza» de Ramón Ayala. 

En cuanto a la literatura, destaca la obra de Claire Mercier y Gabriel Saldías Rossel que lleva por título «Poéticas de la desesperanza: Distopías, crisis y catástrofes en la literatura hispanoamericana actual» que toca el tema ante un futuro incierto. 

No son pocos los escritores de novelas que remarcan en sus libros la desesperanza. Para muestra un botón: Isabel Allende con sus libros «Paula», «De amor y de sombra», «Largo pétalo de mar» y «El viento conoce mi nombre».

En el campo de la publicidad, los anuncios en las distintas plataformas, ya no están solo tra-tando de vendernos un producto o un servicio. Están tratando de vender la promesa de una vida mejor; la respuesta a esa desesperanza. 

Están buscando vender esperanza, pero una esperanza pasajera. El problema con las redes sociales va por el mismo camino y no es que ellos tengan un diagnóstico incorrecto. El problema es que están tratando de arreglar una situación que simplemente va más allá de ellos y que se calme con paliativos. Tal vez sentimos una sensación placentera por el alto contenido de azúcar en una botella de Coca Cola, pero no nos van a dar la solución al problema dentro de nosotros. Aunque se podrían señalar algunas otras «desesperanzas» que son una fuerte amenaza para la esperanza, estas ya nos dan bastante que pensar.

Durante los años sesenta, mientras yo era pequeñito y realizaba creativamente una serie de travesuras que con los años se fueron perfeccionando, grandes teólogos escribieron mucho sobre la esperanza en una época en donde apenas el mundo se empezaba a estabilizar luego de la Segunda Guerra Mundial y San Juan XXIII abrió las ventanas de la Iglesia a la esperanza con el Concilio Vaticano II: 

Karl Rahner, el Jesuita que fue figura central e influyente en el Concilio Vaticano II; Henri de Lubac, Jesuita también y cardenal, una figura clave también en el Concilio. El teólogo Domi-nico Yves Congar, experto en eclesiología y ecumenismo; Edward Schillebeeckx, de la Orden de los Dominicos también, Hans Küng, el teólogo suizo muy de avanzada, influyente en el Concilio también y Joseph Ratzinger (más tarde Papa Benedicto XVI), el teólogo más impor-tante del siglo XX, trataron ampliamente el tema y nos dejaron grandes obras que pronto pa-decieron el destino de tantas cosas valiosas en la Iglesia que son efervescentes por un tiempo y luego nuevos escritos, a veces de moda, las apañan y se convierten en una pieza de museo más.


En medio de este clima de desesperanza, la esperanza, aún para muchos cristianos, por la falta de formación y por vivir una fe frenética, se ha vuelto bastante amorfa: esperamos no enfermarnos, esperamos conseguir un buen empleo, esperamos poder pagar las tarjetas de crédito, esperamos mantener nuestras amistades, esperamos tener las cosas que queremos o eventos que queremos que pasen. Usamos la esperanza para describir cómo nos sentimos acerca de las cosas que ambicionamos o apetecemos. Es algo parecido a tener ilusiones. No es de extrañar que seamos una sociedad de personas tan desesperadas cuando pensamos en la esperanza de esta manera, como con un sentido incompleto de «tal vez las cosas serán mejor algún día» o «tal vez yo podré tener esto que realmente quiero».

Entre otras cosas, es difícil escuchar en la predicación, en la catequesis, en la enseñanza de la religión católica y en las relaciones de la vida diaria entre sacerdotes, consagrados y laicos en general, una clara presentación de la esperanza cristiana en la vida eterna que nos invite a eso: «a esperar». El cielo, para muchos hoy en día, es algo que se da por hecho que se tiene gana-do... entonces no hay por qué portarse bien, no hay que ser buenos, no hay que evitar el pe-cado... ¡No te pures! —dicen en los funerales con plena seguridad, sea quien sea— ¡ya está gozando con Dios!

Hablar de esperanza pues, no es entonces una moda por el Año Santo, sino una necesidad, porque se trata de un ejercicio que el creyente, y en concreto el misionero que navega contra-corriente en un mundo que parece haber perdido el rumbo y va a la deriva sin esperanza alguna ha de mantener vivo como garantía de nuestra fidelidad a Cristo. Hoy más que nunca debemos salir a las plazas y subir a los tejados de las casas y anunciar a todos el Evangelio de la Esperanza.

Nuestros obispos reunidos en la centésima novena Asamblea Plenaria del Episcopado Mexicano, en su mensaje al pueblo de Dios, fechado el pasado jueves 13 de este mes, apenas hace unos días: expresan: «Pudiera parecer que este diagnóstico de la realidad nos lleva al pesimismo. Pero no es así. Porque la esperanza cristiana no consiste en cerrar los ojos ante el mal, sino en mantenerlos abiertos, reconociendo que Cristo ha vencido al mal con el bien».

Como virtud, la esperanza está inseparablemente ligada a otras dos que son importantísimas en la vida del creyente: la humildad y la magnanimidad. La humildad, fundamento de todas las virtudes, nos recuerda nuestra naturaleza: polvo, un simple gusano comparado con la inmensa bondad y el amor de Dios. Esta humildad se equilibra con la magnanimidad, virtud que nos impulsa a anhelar la grandeza, a glorificar a Dios con grandes obras y a pasar la eternidad con Él. A menudo se la denomina «grandeza del alma». Gracias a esta virtud, podemos elegir la acción correcta y noble incluso en los momentos difíciles. Cuando la magnanimidad y la humildad se encuentran en equilibrio, podemos vivir plenamente la virtud de la esperanza.


I. LA ESPERANZA EN LA HISTORIA DEL PENSAMIENTO FILOSÓFICO

El hombre, por su constitución natural y esencial, es un ser que espera: la esperanza es el lazo fuerte que une su presente imperfecto con el futuro de su ser acabado y perfecto. Pero curio-samente pocos filósofos se han interesado explícitamente por el tema. Tal constatación es comprensible en los griegos, ya que su visión de la realidad estaba dominada por el fatalismo del destino y por la repetición cíclica de los acontecimientos. Para ellos, la virtud no era la esperanza, sino la ataraxia, el conformarse sin ningún tipo de turbación ante las leyes del des-tino. La esperanza no era considerada más que como un estado pasional pernicioso que venía a alterar la paz del alma. 

Pero después de la aparición del cristianismo, el desinterés por la esperanza es imperdonable: el fatum —la personificación del destino— es sustituido por la fe en un Dios que se de-fine como Padre amoroso, y el hombre aparece como soberano de la naturaleza y creador de su historia.

Con tal visión, todo se pinta del color de la esperanza —que la relacionamos con el verde debido a su conexión con la naturaleza, el renacimiento y los nuevos comienzos— y toda realidad adquiere un doble valor: el que tiene por sí misma y aquel en cuanto que es signo y anticipación de los valores completos y definitivos situados por encima del horizonte de la vida presente. Y sin embargo ni los Padres de la Iglesia ni los Escolásticos exploraron sistemáticamente la naturaleza y el sentido de la esperanza. Menos aún los filósofos modernos. 

Únicamente en el pensamiento contemporáneo la esperanza ha encontrado un lugar filosófico importante: en Nietzsche, la vida es concebida como un abrirse hasta el fondo de su propia posibilidad: «ser como dioses». Pero quien realmente ha tenido el mérito de incorporar la esperanza en el campo de la filosofía ha sido el filósofo alemán de ascendencia judía Ernst Bloch (Ludwigshafen am Rhein, 8 de julio de 1885-Tubinga, 4 de agosto de 1977). 

Para este pensador, la esperanza es el tema fundamental de toda reflexión sobre el hombre: «El hombre es la potencialidad real de todo aquello que a lo largo de su historia ha llegado a ser, y sobre todo, de aquello que con ilimitado progreso puede aún alcanzar. No es una posi-bilidad, por tanto, que se agota cuando alcanza su realización, sino una posibilidad que toda-vía no ha madurado la totalidad de sus condiciones interiores y exteriores y las determinantes de tales condiciones». El todavía-no del ser humano constituye la matriz última de la esperanza y de la utopía: la primera expresa la certeza de alcanzar el fin, la segunda da forma concreta a ese fin. También Gabriel Marcel, Joseph Pieper y Roger Gauraudy han centrado sus reflexiones en la esperanza. De todos estos estudios emergen dos conclusiones:

1. La esperanza es una tensión hacia el futuro que nos hace constantemente avanzar.

2. 2. A la razón humana le está oculta la imagen de esta meta final a la que tiende la espera. Queda desbordada por ella.


Para entrever con más claridad el sentido último de la esperanza sólo podemos remitirnos a la fe y prestar atención a la palabra de Dios. Con ello abandonamos el terreno de la filosofía para entrar en el de la teología.


II. LA ESPERANZA CRISTIANA EN GENERAL

Tanto en la teología clásica como en la moderna, la esperanza, aun perteneciendo al conjunto de las tres virtudes teologales, no ha ocupado el puesto que merecía. La atención se ha centrado ordinariamente en la fe o en la caridad. Pero está claro que la fe cristiana vive de la resurrección de Cristo crucificado y se proyecta hacia la promesa del futuro universal de Cristo...

Toda la predicación cristiana, toda la existencia cristiana y la Iglesia entera están orientadas hacia la escatología. 

La teología cristiana tiene siempre un ojo hacia el futuro. Por eso es importante tener una visión clara de la esperanza. La esperanza, que nace de la fe en la promesa de Dios, se convierte en un estímulo del pensamiento, fuente de su inquietud. 

Aunque parezca una paradoja, la cruz es el símbolo de la esperanza, porque Cristo en la cruz es la razón de nuestra esperanza. Sin Cristo, y sin la cruz, no tendríamos motivo para tener esperanza y mirar más allá. 

Por eso Jesucristo es el ejemplo perfecto de esperanza en medio del sufrimiento. Su pasión y resurrección nos enseñan que la cruz nunca es la última palabra; siempre existe la promesa de una vida nueva y de la victoria definitiva del bien.

En el párrafo diecinueve de la SPE SALVI, Benedicto XVI habla de Kant, quien vislumbró un fin del mundo pervertido, basado en el miedo y el interés propio en lugar del cristianismo. Este fin pervertido surge de un cambio de la fe eclesial a una fe individualista. Esto nos re-cuerda por qué necesitamos a la Iglesia y a los demás. Cuando la fe y la esperanza se vuelven individualistas, cometemos el mismo error que Karl Marx, quien «olvidó que el hombre es solo hombre» (SPE SALVI, Benedicto XVI). Así, hemos de tener muy en claro que nuestra esperanza es eclesial, no individualista. Nos salvamos como cuerpo de Cristo y juntos albergamos esperanza para nuestro presente y para nuestro futuro.

Como cristianos, estamos llamados a ser signos de esperanza en el mundo presente. Porque tenemos esperanza es que podemos ser promotores de justicia, de paz, de solidaridad. Esta virtud nos da la fuerza para luchar por un mundo mejor, incluso cuando los desafíos parecen insuperables. La esperanza activa es la madre de las obras de misericordia y del compromiso con los demás.

En nuestro camino de fe, como discípulos–misioneros, la esperanza es como una luz que nunca se apaga. Nos ayuda a ver desde el aquí y el ahora, más allá de las sombras de la duda y el miedo, guiándonos hacia la plenitud de la vida en Dios. Estamos llamados a vivir y testi-moniar esta esperanza, llevando al mundo el consuelo y la alegría que brotan del Corazón de Cristo. Es Él quien en la oración, va manteniendo en nuestros corazones viva la llama de la esperanza, para que podamos caminar con confianza y entusiasmo hacia el Reino de Dios.


III. LA ESPERANZA Y LOS TRATADOS CLÁSICOS DE LA TEOLOGÍA

La teología de la esperanza nos muestra a Dios como «Aquel que viene», potenciando así el camino hacia el futuro". El Dios de la Biblia es reconocido en las promesas que abren un nuevo futuro.

Toda la cristología de la esperanza está dominada por la escatología.  Mientras la cristología tradicional se mantuvo hasta antes del Concilio Vaticano II fundamentalmente vuelta hacia el pasado, la de la esperanza tiene su mirada puesta en el futuro. No se trata sólo de quedarse en lo que Cristo ha sido, en lo que Cristo será y sobre lo que se debe esperar de Él (cfr. Col 1,27). La expectativa cristiana sólo se remite a Cristo, pero se espera de Él algo nuevo que todavía no se ha producido: el cumplimiento para todos de la justicia de Dios, la resurrección de los muertos, el señorío de aquel que ha sido crucificado y la culminación de todas las cosas en él para su glorificación.

La eclesiología también adquiere una dimensión escatológica: La iglesia es vista en función de la realización del reino de Dios que se producirá al fin de los tiempos. Estamos en un «ya», pero «todavía no», porque el Reino de los Cielos ya está entre nosotros, pero no en su plenitud. La esperanza cristiana exige al creyente que se oponga al status quo de esta sociedad injusta para preparar el terreno a lo que ha de venir: la verdadera sociedad humana que Dios ha prometido en la resurrección de Cristo.


IV. DISTINCIONES Y RELACIONES ENTRE ESPERANZA HUMANA Y ESPERANZA CRISTIANA.

Con todo lo que he venido diciendo hasta ahora, ya se ha ido viendo —creo yo— que la esperanza cristiana es diferente de la esperanza humana. Pero este tema merece profundizarse y añadir algo sobre las relaciones existentes entre esperanza cristiana y esperanza secular.

Un lúcido discurso del Papa San Pablo VI (1970) nos puede centrar bien en la cuestión. Dice el Papa: «Respecto a la esperanza, hay una diferencia entre el cristiano y el hombre profano moderno: éste último es... el hombre de los muchos deseos... que ansía acortar la distancia que existe entre él y los bienes que desea; es un hombre de las esperanzas a “corto plazo", que desea satisfacerlas inmediatamente... y que, una vez satisfecho, se encuentra cansado, vacío y desilusionado. 

Sus esperanzas no engrandecen su espíritu y no le dan a la vida su pleno significado, mientras le conducen por caminos de un progreso discutible. El cristiano, en cambio, es el hombre de la verdadera esperanza, que busca el sumo bien, y que en su esfuerzo y su deseo, sabe acoger la ayuda que aquel sumo bien mismo le proporciona, al infundir a la esperanza la confianza y la gracia de conseguirlo. Ambas esperanzas están sometidas, sí, a las contradicciones, carencias, dolores y miserias de la vida real, pero las sostienen diversas tensiones, si bien la esperanza cristiana puede hacer suya la tensión verdaderamente humana y honesta de la esperanza profana». Los motivos en los que se basa la esperanza secular son de orden empírico, susceptibles de verificarse experimentalmente, accesibles a la razón. 

La esperanza secular —o mundana, como la llamaría el Papa Francisco— mira con fe el futuro porque en el presente dispone de experiencias y de medios que le dan garantías de poder seguir progresando. Sus objetivos son inmanentes, incluidos en el tiempo y constituyentes del mundo: ausencia de guerra o de injusticias, plenitud de bienestar y de felicidad. Sus medios son materiales, intramundanos, frutos del ingenio del hombre y de los recursos naturales.

En cambio, la esperanza cristiana cuenta con unos motivos, objetivos y medios de un orden esencialmente diverso. El fundamento de la esperanza cristiana no se sitúa en el presente, sino en el pasado. Se basa en acontecimientos que de hecho desbaratan el orden de la experiencia de la ciencia. Su fe se basa en una sola persona «Jesucristo», no en datos anónimos de la cultura, de la técnica o de la ciencia. Sus objetivos también son diferentes. El futuro mejor que se espera no es inmanente, intrahistórico, impersonal, ni se realiza en un tiempo lógico y natural, prolongación del actual, sino que se produce mediante una crisis del tiempo transformándolo en eternidad. 

La esperanza como virtud es, entonces, un tesoro del cristianismo. De hecho, sin Cristo, la esperanza carecería de sentido como virtud. Porque sin Cristo, las esperanzas son meros idea-les optimistas. Y con Cristo, nuestra esperanza se fundamenta firmemente en la fe y la razón. La esperanza es necesaria para nuestra salvación. «Quien tiene esperanza —afirmaba Benedicto XVI— vive de otra manera».

El futuro esperanzador del cristiano no se lleva a cabo sólo por una clase social, ni por una generación exclusiva, sino por todos los hombres y mujeres que han existido en el pasado, presente y futuro que resucitarán en Cristo. Los medios de los que se vale son preferentemente de orden espiritual, si bien no prescinde de los que le ofrece el mundo. 

Pero el cristiano está llamado sobre todo a hacer uso de aquellos que Dios ha ido manifestando a lo largo de la historia de salvación, así como debe tener los ojos puestos en Él, pidiéndole que se realice la obra de culminación y de redención prometida.

Estas distinciones entre los elementos de la esperanza cristiana respecto de los de la esperanza profana son fundamentales no sólo en el terreno teórico-especulativo, sino también en el de la misma praxis del cristiano.

Pero no es que la esperanza cristiana esté peleada con la esperanza del mundo secular. En primer lugar, cabe decir que no podemos hablar de una esperanza humana en general, sino de esperanzas humanas diversas, insertas en sistemas ideológicos bien definidos. De este modo, debemos hablar de una esperanza marxista, de una esperanza burguesa, de una esperanza del hombre primitivo...

Aquí debemos preguntarnos: ¿Qué hacer cuando estas esperanzas se apagan y ya no queda esperanza alguna, como está sucediendo actualmente?  Pues bien, provistos como estamos, al igual que las vírgenes prudentes del evangelio, de un aceite inextinguible de esperanza, debemos pasar a la cabeza de la procesión de la humanidad e iluminar el camino de todos, haciendo descender del faro —que es Cristo—pedazos de luz a nuestro alrededor.

Pero la esperanza cristiana, en la que hemos profundizado en este rato, puede hacer todavía más: fecundar de nuevo la esperanza secular, mostrando cómo los grandes valores en que la humanidad ha invertido sus mejores energías —la verdad, la bondad, la justicia, la solidaridad, la paz, el amor, etc.—, no son vanas utopías ni aberrantes alienaciones, sino realizaciones parciales del gran proyecto que Dios tiene preparado para la humanidad, que con la venida de Cristo ya ha iniciado su realización definitiva.

Quiero culminar esta reflexión con unas palabras del mensaje al pueblo de Dios de los obispos mexicanos, al que ya hice referencia: «Concluye el año jubilar de la esperanza, pero continúa nuestra peregrinación hacia nuevas metas para transformar nuestra sociedad, como lo hicieron en su momento nuestros mártires. Fueron fieles en medio de la persecución [...] emprendamos nuestros caminos de paz y solidaridad para cambiar nuestra realidad hacia la justicia y la fraternidad. 

Santa María de Guadalupe unió culturas y pueblos en torno a Cristo. Guadalupe impulsó los sentimientos de libertad. Guadalupe sostuvo a nuestros mártires en su testimonio. Guadalupe acompaña hoy a nuestro pueblo que sufre [...] Que ella, la Morenita del Tepeyac, madre del verdadero, Dios, por quien se vive, nos enseña a ser portadores de esperanza en medio de las exigencias del tiempo presente y nos enseñe a responder con la fuerza de la fe».

Padre Alfredo.

P.D. Tema impartido en la Casa Madre de la Familia Inesiana el 15 de noviembre de 2025 dentro de la  XXXVII Asamblea Nacional de Van-Clar en México.

sábado, 15 de noviembre de 2025

GENERACIÓN Z... La que encabeza la marcha en México pidiendo justicia y paz.


La Generación Z, también llamada centennials o zoomers, es la cohorte demográfica nacida aproximadamente entre 1995 y 2010. 

Está integrada por la primera generación de «nativos digitales», que crecieron con internet y dispositivos móviles como parte fundamental de su vida diaria, lo que ha moldeado su forma de comunicarse, aprender y consumir información. Se caracterizan por su conciencia social y ambiental, su enfoque en la autenticidad y la diversidad, y su espíritu emprendedor. 

Características principales:

Nativos digitales: Son expertos en tecnología y usan las plataformas digitales para socializar, aprender y comprar de manera habitual. Consideran las redes sociales como un canal de comunicación natural.

Valores y conciencia: Muestran una gran preocupación por temas sociales como la diversidad, la inclusión y la sostenibilidad, y esperan que las marcas sean éticas y responsables con el medio ambiente.

Emprendimiento: Muchos aspiran a crear sus propios negocios y valoran la independencia laboral, utilizando la tecnología para trabajar y emprender desde cualquier lugar.

Innovación: Están acostumbrados a la innovación tecnológica y esperan que las empresas ofrezcan experiencias de pago innovadoras, como billeteras digitales y pagos móviles.

Enfoque en salud mental: Son más propensos a buscar ayuda y acceso a plataformas de salud mental en línea, como la terapia virtual.

Búsqueda de autenticidad: Valoran la autenticidad en la comunicación y las relaciones, incluyendo las que se forman en el entorno digital. 

Relación con la religión: La relación de la Generación Z con la religión es compleja y presenta dos tendencias contrastantes: por un lado, un gran número de jóvenes se identifican como no religiosos, ateos o agnósticos, mostrando una creciente distancia con las afiliaciones tradicionales. Por otro lado, hay un resurgimiento del interés en la religión y la espiritualidad, con un aumento en la asistencia a iglesias y la búsqueda de sentido en la fe, influenciado por factores como la búsqueda de respuestas ante la incertidumbre o la exposición a diversas perspectivas religiosas. 

Padre Alfredo.

CINCO SITUACIONES QUE PREOCUPAN A LOS OBISPOS DE MÉXICO...

Los Obispos mexicanos, reunidos en Asamblea Nacional en noviembre de 2025, expresaron cinco principales preocupaciones que tienen sobre la realidad social y política actual que se vive en México:

1. “Nos dicen que la violencia ha disminuido, pero muchas familias que han perdido seres queridos o poblaciones enteras que viven con miedo constante experimentan otra realidad”.

2. “Nos dicen que se combate la corrupción, pero ante casos graves y escandalosos, no se percibe la voluntad de esclarecerlos, por lo que prevalece la impunidad”.

3. “Nos dicen que la economía va bien, pero muchas familias que no pueden llenar su canasta básica y muchos jóvenes que no encuentran oportunidades de trabajo nos hacen ver que esto no es verdad”.

4. “Nos dicen que se respetan las libertades, pero quienes expresan opiniones críticas son descalificados y señalados desde las más altas tribunas del poder”.

5. “Nos dicen que somos el país más democrático del mundo, pero la realidad es que hemos visto cómo han comprometido los organismos y las instituciones que garantizaban la auténtica participación ciudadana para concentrar el poder arbitrariamente”.

¿A quién le toca dar respuesta a esto?

Padre Alfredo.

jueves, 13 de noviembre de 2025

«Como en los días de Noé y Lot»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

Jesús consideró que el Antiguo Testamento era la voz indiscutible de su Padre Dios resonando a través de varias narrativas históricas, leyes morales, poesías y profecías. Esta percepción proviene de una vasta colección de enseñanzas en las que Jesús cita el Antiguo Testamento con las figuras contenidas en sus páginas y alineando sus enseñanzas con sus apotegmas. Jesús también vio el Antiguo Testamento como una predicción de su vida y ministerio. Sostuvo la convicción de que su misión divina era no solo entregar el cumplimiento destinado de las profecías del Antiguo Testamento, sino también defender las enseñanzas y leyes por excelencia presentadas por él. Por lo tanto, no había una dicotomía en sus percepciones entre el Antiguo Testamento y su mensaje que quedaron plasmados en dos aspectos congruentes de Sabiduría divina y revelación. Jesús se refirió a muchos pasajes del Antiguo Testamento no como alegóricos, sino como verdad histórica. Tomó escenas de Adán y Eva, Noé y el Diluvio, Lot, Moisés o Jonás y la ballena, 

En el Evangelio de hoy (Lc 17,33) Jesús advierte que, como en los días de Noé y de Lot, la gente vivía ocupada en lo suyo, comiendo, bebiendo, comprando, vendiendo, sin percibir el momento de la salvación. La rutina, como a muchas personas de hoy, les adormecía el alma. La vida cotidiana, con sus urgencias y búsquedas, puede robarnos la capacidad de ver con claridad y discernir lo esencial. Con esto Jesús no condena las cosas ordinarias de la vida, sino la superficialidad con que las vivimos. El peligro, por supuesto no es trabajar, ni comprar lo necesario aprovechando los descuentos del «Buen Fin» o disfrutar de un descanso necesario en esas vacaciones que todos anhelamos. No, el peligro no esta en eso sino en hacerlo sin memoria de Dios, sin horizonte, sin amor. Cuando el corazón se acostumbra a vivir sin referencia a lo eterno, todo se vuelve fugitivo y vacío.

Hoy el Señor quiere recordarnos, empezando por este eterno aprendiz de escritor, que el Señor nos llama a vivir despiertos, a vivir atentos a su presencia, a vivir sin miedo a perder lo que pasa para ganar lo que permanece: «Quien quiera guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.» Perder la vida por Cristo, como hemos meditado los padres y el hermano que participamos en la Asamblea General en estos días, no significa destruirla, sino entregarla con amor, viviendo de tal modo que cada gesto, cada palabra y cada decisión tenga un sabor de eternidad. Caminando al lado de María, que seguro tuvo que hacer los mismos trabajos que las mujeres de su tiempo; que tuvo que aprovechar ofertas para comprar lo que en la casita de Nazareth se necesitaba para el diario y que con su esposo Jesé y el Divino Niño disfrutó de paseos, por lo menos al ir a la visita anual del templo... lo que hacemos, tendrá sabor de eternidad. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 12 de noviembre de 2025

«¡DE MANTELES LARGOS!»... Un pequeño pensamiento para hoy

Estamos de manteles largos en nuestra Asamblea General aquí en la Casa Madre de nuestro carisma Inesiano en Cuernavaca. Es que el padre Arturo Torres, nuestro hermano Misionero de Cristo está celebrando su XXXI Aniversario de ordenación sacerdotal. ¡Cómo no darle gracias a Dios por el regalo que en su infinita misericordia que a lo largo de 31 años se ha derramado sobre el padre Arturo y, a través de él, en muchas almas! Dios nos da un gran regalo porque el tema coincide con el Evangelio de hoy (Lc 17,11-19). En el episodio que San Lucas nos narra, Jesús sana a diez leprosos y es uno solo el que regresa para agradecer. Este acto de gratitud es profundo y nos invita a agradecer, en este caso concreto, el don del sacerdocio de quien ha recibido la gracia de la Ordenación y de quienes de alguna u otra manera, son beneficiaros de ese sacramento. ¿Cuántas veces no agradecemos este don? pensamos en los sacerdotes cuando los necesitamos.

En este episodio del Evangelio, Jesús va hacia Jerusalén, y pasando entre Galilea y Samaria —cuyos habitantes eran considerados extranjeros por los judíos— se le acercan diez leprosos que, desde lejos, como indica la ley, a gritos pedían a Jesús que les curase diciendo: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Es el grito que todo sacerdote escucha muy seguido. Jesús, al verlos, les dijo que fueran a presentarse a los sacerdotes —judíos obviamente— como marca la ley. Ellos obedecieron el mandato de Jesús y se pusieron en camino enseñándonos cómo se pasa de una fe interesada —busco mi curación— a una fe agradecida —creo en su palabra y cumplo lo que me dice—.Lo paradójico del relato es que los diez tuvieron la intención de cumplir el mandato, pero únicamente uno es el que, al verse limpio, le puede más su espíritu de agradecimiento que el cumplimiento de la ley y vuelve alabando a Dios dando gracias. Jesús inquiere... ¿No eran diez los curados? ¿Dónde está el resto?

Aquellos nueve creyeron en la palabra del Señor, y cumplieron lo que manda la ley a rajatabla, para conseguir certificar su curación y su reinserción en la sociedad; pero sólo uno se dio cuenta de que hay algo más importante que esto y sumamente necesario, el reconocer en el Hijo de Dios un milagro y ser agradecidos. Ayúdenme a agradecer el don del sacerdocio en el padre Arturo. Agradecer el don de su celibato, por haber renunciado a una esposa e hijos para desposarse con la Iglesia y engendrar muchos hijos. Agradecer la infinidad de domingos y días de entre semana para celebrar la Misa. Agradecer tantas homilías, bautizos, confesiones, funerales y tantas cosas más. Agradecer el ejemplo de una vida vivida con un propósito muy claro. Roguemos al Señor que siga siendo fiel a sus compromisos, celoso de su vocación y de su entrega, claro espejos de la propia identidad y que siga viviendo con la alegría del don recibido que le ha caracterizado. Hagámoslo contemplando a María y rogando su intercesión de Madre de los Sacerdotes y diciendo a ella también: Gracias. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

martes, 11 de noviembre de 2025

«LA ESPERANZA DE LOS JUSTOS»... Un pequeño pensamiento para hoy

El libro de la Sabiduría es uno de los más fascinantes de todo el Antiguo Testamento. Es uno de los libros sapienciales que aunque no están contenido dentro del Canon Hebreo, están incluidos en la Septuaginta, la edición griega del Antiguo Testamento que los apóstoles usaron para evangelizar el mundo, así que ha pasado a las tradiciones cristianas, en particular a la católica, como un libro inspirado. Este libro recoge a modo de sentencias hiladas, narraciones figurativas y pequeños textos, todo un cúmulo de exhortaciones, amonestaciones y reflexiones heredadas sobre el arte de vivir. Sus reflexiones se cruzan entre el más evidente sentido común y la hondura más contemplativa, y tratan de que la «sabiduría» en sí misma sea la guía de conducta del ser humano.

El pasaje de la liturgia de hoy (Sab 2,23-3,9), aborda la eterna pregunta del mal y la muerte, animando al orante a lo único que la fe puede hacer ante ello: «confiar en el amor misericordioso de Dios», para el que nada queda perdido en las resacas de la historia. La última frase de este trozo de hoy, es sumamente reconfortante: «Los que confían en el Señor comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque la gracia y la misericordia son para sus devotos y la protección para sus elegidos». Las virtudes de la misericordia y la verdad —o el amor y la fidelidad— suelen ir juntas en el Antiguo Testamento para indicar la realización y el cumplimiento de los compromisos. «La misericordia y la verdad se encontraron», dice el salmista (Sal 85,10; ver también Sal 25,10; 57,3). «Con misericordia y verdad se corrige el pecado», afirma Salomón en Proverbios 16,6 (ver también Prov 20,28). 

Éste es el primer texto de la Biblia en el que se habla de la esperanza bienaventurada de los justos. Los justos son esos: «los que confían en el Señor». O más bien dicho: «los justos somos nosotros», pues creo que mis 9 lectores, como yo, vivimos de nuestra confianza puesta en el Señor trabajando en esta vida, como dice la Beata María Inés: «En los intereses del Señor». Hace muchos años que se escribió esta obra. la vida del que quiere ser justo ha de ser entendida en el clima de la llamada de Dios a vivir en la esperanza de alcanzar el Cielo pasando por el mundo haciendo el bien, ayudando al necesitado, brindando una sonrisa, ayudando a resolver algún problema, en fin... Tratemos de hacer la voluntad de Dios guardando todas sus leyes, amándole con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, poniendo en práctica nuestra fe con los ojos puestos en Él y en el prójimo, porque Dios quiere llamarnos «justos». Que María, en su sencillez de Madre, nos ayude a lograrlo. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 10 de noviembre de 2025

«Como el granito de mostaza»... Un pequeño pensamiento para hoy

El tema de «el granito de mostaza» es siempre actual. El Evangelio de este lunes lo contiene (Lc 17,1-6). Cuando veo este pedacito del Evangelio me remito a mi propia experiencia. De hecho llamo a mi reflexión diaria «Un pequeño pensamiento» no por la cantidad de palabras que lo componen, sino porque es algo pequeño que sale del puño de alguien que se sabe así, pequeño y que solamente algo pequeño es lo que podrá aportar para que, en el corazón que lo reciba se haga grande. Dice San Pablo que el Señor escogió a un grupito de personas débiles para convertir al Imperio más grande de aquella época. Dice que Dios eligió a los necios del mundo para confundir a los fuertes (cfr. 1 Cor 1,27-28,30-31). Los apóstoles eran humildes y pequeños, pescadores y publicanos, gente de «poca monta». Eran la semilla de mostaza que, cuando se la siembra, es la más pequeña, pero después crece y llega a ser la más grande de los arbustos, llegando a tener hasta poco más de tres metros de altura.

La historia de la iglesia, con la gran diversidad de santos y beatos que nos ha dejado, ha demostrado que esta parábola de la semilla de mostaza es verdadera. La iglesia ha experimentado que, alrededor de estos hombres y mujeres llenos de fe, desbordantes de amor y plagados de esperanza, por más pequeños que sean, el reino de Dios c rece, se robustece y se consolida para dar sobra a muchas almas y albergarlas bajo su cobijo. Esta semilla se encuentra esparcida en todo el mundo y es una fuente de sustento y refugio para todos los que buscan la bendición de Dios. Basta ir al dicho tan común entre nosotros: «Dime con quién andas... y te diré quien eres». A pesar de la persecución y los intentos repetidos de erradicar esta semilla en la Iglesia, esta sigue floreciendo. Y solo es una pequeña muestra de la manifestación final del reino de Dios, cuando Jesús regrese a la tierra para gobernar y reinar por los siglos de los siglos.

Jesús, con sus parábolas, hablaba proverbialmente y con exageraciones, como solemos hacerlo nosotros cuando decimos: «está lloviendo a cántaros» durante una fuerte lluvia, o «muriéndonos de calor» en las oleadas del verano regio. En el ambiente judío, sembraban y cosechaban entendiendo que el grano de mostaza era el más pequeño de lo que normalmente sembraban. Aun así, podía germinar, echar raíces, florecer y servir de residencia para algunos pájaros. A la luz de esta enseñanza pidámosle al Señor que nunca olvidemos que somos tan pequeños como el granito de mostaza, pero que somos portadores del reino de Dios que ha de abarcar el mundo entero. El Evangelio mismo nos dice que el reino está ya en medio de nosotros (Lc 17,21). Y si está entre nosotros es porque nosotros mismos lo hacemos presente. Que la Virgen María también nos ayude intercediendo ante su Hijo por nosotros. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

domingo, 9 de noviembre de 2025

«SAN JUAN DE LETRÁN»... Un pequeño pensamiento para hoy

Este Año Santo, por pura misericordia de Dios, me ha permitido Él estar varias veces en la Basílica de San Juan de Letrán en Roma, la Iglesia Madre de todas las Iglesias establecidas en el mundo entero, sede del Papa como Obispo de Roma, porque es la Catedral. Visitar este majestuoso templo en la Ciudad Eterna produce una mezcla de asombro histórico, espiritualidad y reverencia, ya que como sabemos y he dicho, es la «Madre de todas las iglesias» y un centro de la fe de nuestra religión. Al recorrer sus impresionantes espacios se siente el peso de la historia desde las columnas y el fresco de Giotto hasta el claustro y el baptisterio. La atmósfera, a pesar de que en este año he encontrado siempre una muchedumbre cruzando la puerta santa, es a la vez un ambiente de recogimiento, con el eco de oraciones de súplica, de asombro, de gratitud, y de grandeza, por su imponente arquitectura y su profundo significado religioso. La Basílica fue originalmente dedicada al Santísimo Salvador y posteriormente añadidos los nombres de San Juan Bautista y San Juan Evangelista.

Les comparto que cada visita ha sido una experiencia bellísima en este Año Jubilar de la Esperanza, porque me ha invitado a ir a nuestros orígenes y raíces cristianas para comprender más el significado de esta celebración de hoy, en este XXXII domingo del tiempo ordinario. Esta Basílica de San Pedro se construyó entre 1506 y 1526, sobre los restos de la Basílica primitiva y de tiempos del emperador romano Constantino. Inicialmente el papa residía aquí. Esta celebración tiene por eso un sentido especial y cuya celebración este año coincide con este domingo. El Papa tuvo en Roma diversas residencias, hasta que, en 1870, con la unificación y creación de Italia como estado, el papa Pío IX pasó a residir definitivamente en el Vaticano.

El Papa León XIV celebró hoy allí la Santa Misa y en su homilía apuntó: «Jesús nos transforma, y nos llama a trabajar en la gran obra de construcción de Dios, modelándonos sabiamente según sus designios de salvación. En los últimos años, la imagen de la “obra en construcción” se ha utilizado con frecuencia para describir nuestro camino eclesial. Es una imagen hermosa que habla de actividad, creatividad, compromiso, pero también de esfuerzo, de problemas por resolver, a veces complejos. Expresa el esfuerzo real y palpable con el que nuestras comunidades crecen cada día, compartiendo carismas y bajo la guía de los pastores. La Iglesia de Roma, en particular, da testimonio de ello en esta fase de la implementación del Sínodo, en la que lo que se ha madurado en años de trabajo exige ser sometido a confrontación y verificación “sobre el terreno”. Esto implica un camino arduo, pero no hay que desanimarse. Conviene, en cambio, seguir trabajando con confianza, para crecer juntos». Así que hay que seguir construyendo. Que la Virgen nos ayude. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 8 de noviembre de 2025

«Ingenio, destreza, astucia»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

La despedida de San Pablo en la carta a los Romanos que nos presenta la liturgia de la palabra de este sábado (Rm 16,3-9.16.22-27) me lleva a los inicios de la Iglesia, cuando en las casas se celebraba la Misa y el don de la fraternidad. Cuando iglesia significaba, no el edificio, sino las personas congregadas en una casa para celebrar y compartir la fe entre amigos. Un claro y actual mensaje para nosotros que hemos despersonalizado tantas cosas, incluso nuestras celebraciones eucarísticas. ¡No saben cuánto disfruto estar siempre en el atrio de la parroquia para recibir a los hermanos que vienen a Misa o para despedirlos! 

La lista de nombres que aparece en esta lectura: Prisca, Aquila, Epéneto, María, Andrónico, Junia, Ampliato, Urbano, Estaquis, Tercio, Gayo, Cuarto; todos ellos miembros de las distintas comunidades, me hace ir a los nombres de mi comunidad actual y de todas las que en 36 años he estado y cuyos nombres han quedado grabados en mi corazón recordando tantas gentes, miembros activos en la misión de la propagación del Evangelio a la que todos los hombres son invitados y la misión que cada uno de nosotros tiene, vivir el celo por la salvación de las almas. Yo también como Pablo, vivo mandando saludos a todas partes: «¡Saludos a Vicky y Alfredo a ver cómo sigue su hijo; saludos a Arcadio, que cómo pasó su cumpleaños; saludos a Lulú, a ver cómo le fue; saludos a Belia con tanto trabajo; saludos a Lore y Paco por el XV años de Fer; saludos al padre Abundio siempe con cariño esperando esté ya mucho mejor; saludos a Mary y a Ivonne; saludos a la hermana Juanita, que se prepara para la Asamblea de Van-Clar; saludos a Lalo mi hermano y su familia; saludos a mi madre siempre rezando por este su hijo andariego; saludos a Vicky y Willy mis papás Ticos en Estados Unidos; saludos y más saludos a una lista interminable que, como me dice doña Coco: «¡Aquí viven en mi corazón y no pagan renta!»

Nuestra fe es personal pero no la podemos ni la debemos vivir de una manera individualista. Todos estamos llamados a saludarnos, a querernos como hermanos, estemos donde estemos y con la vocación que hayamos recibido, anunciando la Buena Noticia del Evangelio con el testimonio de nuestra palabra y nuestra vida que se entrecruza en determinados momentos de nuestra existencia terrena de camino al Cielo. Todos somos hermanos, todos somos amigos, colaboradores desde nuestras capacidades y posibilidades: con la oración, con nuestras aportaciones económicas, con nuestra acogida y hospitalidad, con la atención a los pobres y enfermos, con la catequesis, con el cuidado y la limpieza de los templos... y tantas, tantas cosas como podemos hacer por el bien común, es decir, por el bien de la Iglesia. Y tú, al leer esto... ¿A quién quieres mandarle saludos recordando en la oración? Que la Virgen, nuestra gran amiga, nos una en torno a Jesús más y más. ¡Bendecida noche de sábado!

Padre Alfredo.

viernes, 7 de noviembre de 2025

«INGENIO, DESTREZA, ASTUCIA»... Un pequeño pensamiento para hoy

El uso de las parábolas, como compartía en mi reflexión de ayer, fue un recurso que utilizó frecuentemente Jesús. Él, en la mayoría de los casos, tenía frente a sí un auditorio al que tenía que sacudir abriéndole los ojos al amor de Dios e invitándole, a la vez, a darse cuenta de lo lejos que camina el hombre de los designios de Dios. Con sus parábolas Cristo transformaba en protagonistas a los oyentes, los hacía parte de una situación existencial que a todos nos envuelve. En las parábolas el Maestro quiere sacudir la pereza, la indolencia, la indiferencia de quien se resiste a los signos pequeños y grandes de la presencia de Dios en la vida. Hoy, en el Evangelio (Lc 16,1-8) Jesús recurre a la parábola del administrador que fue descubierto por su amo como infiel y por tanto, obligado a dejar el cargo. Él este mismone esta parábola en el dinamismo pedagógico del que hablo, no para que sirviera de modelo de corrupción llevada a los grados más altos, sino para destacar la habilidad con que obró aquel personaje.

La parábola destaca el ingenio, la destreza, la imaginación del mal administrador. De estas cosas tenemos por modelo al mismo Cristo y a infinidad de santos y santas, canonizados o no. San Pablo, por ejemplo, como él mismo asegura, utilizó la astucia para gastarse y desgastarse en bien de los corintios, en nada les fue gravoso. El Apóstol e las Gentes afirma: «en mi astucia los capturé» (II Cor 12,16). De Santo Domingo de Guzmán escribían que, tentado por el diablo para que quebrantara el silencio que en una determinada ocasión debía guardar, le sorprendió el santo y con su astucia le respondió: «No te alegres, miserable, de esto, porque no te aprovechará. Estoy sobre el silencio y puedo, cuando me pareciere oportuno, hacer uso de la palabra». De San Antonio María Claret alababan su agudo y sutilísimo ingenio para sus tareas evangelizadoras en Cuba. No puedo dejar de hablar de la astucia de la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento que se las ingeniaba de mil maneras para llegar al corazón de todos y alcanzar cientos de conversiones. Ella afirmaba: «Las faldas no me estorban; nada temo; teniéndote a Ti, Jesús, y a mi Morenita adorada, ¿no cantaremos todos tres la victoria?». decía: «Mirar al Corazón de Jesús; clavar mis ojos enamorados en la blanca Hostia de nuestra Custodia, derramar allí mi corazón por entero, que desborda en ilimitada confianza, contarle muy por menudo todas mis audacias, los audaces planes de apostolado que bullen dentro de mi para su gloria». 

Si el Señor nos está diciendo que usemos la astucia, la audacia, la sagacidad, para invertir en amigos eternos, porque los que pertenecen al mundo nos llevan la delantera, vale la pena preguntarnos: ¿Cómo hacemos amigos para la eternidad? ¿Cómo ponemos en juego nuestras habilidades para evangelizar? ¿Viviremos como dueños injustos de la fe que hemos recibido o como administradores del Evangelio que hemos recibido para darlo a los demás? Pidamos la intercesión de la Virgen Santísima para que nos ayude a ser sagaces y buenos administradores de los dones que Dios nos ha dado, tanto en el terreno material como espiritual para que todos abracen la Buena Nueva. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

jueves, 6 de noviembre de 2025

«Algunas parábolas que nos dejan un sabor de alegría»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Jesús habló en parábolas. La mayoría de los sacerdotes, en nuestras predicaciones no nos expresarnos en parábolas y hay que reconocer que no sabríamos crear nuevas, nos bastan las 42 que Él pronunció —algunos estudiosos dicen que pasarían de 60 si se cuentan las similitudes, unas muy breves, proverbios y comparaciones—. San Marcos tiene 6, San Mateo 22 y San Lucas 31. En el Evangelio de San Juan no hay, pues Él centra su escrito en aspectos íntimos de Jesús con los más cercanos a Él —a quienes les explicaba en privado las parábolas— y no tanto en lo que decía a las multitudes. Hoy el Evangelio (Lc 15,1-10) nos ha presentado dos: La oveja y la moneda que se han perdido. Dos parábolas en las que Jesús nos da la clave para entender cómo es Dios. 

Estas parábolas no son solamente relatos entrañables del pastor con la oveja al hombro o la vecina barriendo hasta debajo de la cama. Más bien enmarañan nuestros valores y nos enseñan cuál es el verdadero valor de cada uno, la dignidad humana y la condición de «único» que tenemos cada uno. Ve tú a saber si la oveja perdida era la más bonita o la más necesitada; si la moneda extraviada era de oro o tenía un significado especial como las arras. El caso es que en ambas parábolas se nos repite, como un mantra: «¡Alégrense conmigo, he encontrado la oveja (la moneda) que se me había perdido!».  Pero ¿acaso tiene sentido tanta alegría por una simple moneda, o por una oveja díscola, distraída, o por un pecador en quien quizás ya nadie espera un cambio o algo bueno? Parece, a primera vista, que aquella moneda que perdió la mujer en su casa no puede ser de tanto valor; o nos parece tal vez que una oveja entre cien no significa gran cosa como para que el pastor arriesgue su vida descolgándose incluso por barrancos para ir en búsqueda de aquella oveja perdida. Pero, en pocas palabras Jesús nos muerta cómo nos ama nuestro Dios. La moneda era única para aquella mujer; la oveja era única aunque tuviera noventa y nueve más en el redil. Por eso su alegría, tanto de la mujer cuando encuentra la moneda extraviada, como el pastor cuando encuentra la oveja perdida; llamará a sus amigos y vecinos para decirle que la ha encontrado. No olvidemos que somos únicos para Dios.

¿Qué nos está queriendo decir Jesús? Somos únicos para Él y siempre querrá nuestra salvación. Nos ama con un amor único, entrañable e irrepetible. Aunque seamos lo que seamos, aunque seamos los pecadores más horribles del mundo, Dios sigue amándonos y buscándonos, sigue ofreciéndonos su perdón y su amor, quiere cargarnos sobre sus hombros como hace el pastor con la oveja herida. Me vienen como anillo al dedo estas parábolas ahora que estoy en Ejercicios en esta bendita casa en Cuernavaca... ¡El Señor me ama como a la oveja perdida, como a la moneda extraviada y me ha encontrado! ¿Cómo pagar que me haya elegido para ser suyo desde el bautismo y luego regalarme el gozo de ser misionero, religioso y sacerdote? ¡Aquí está todo resumido! y ¡esa es la alegría de Dios en estos días de retiro! Que María interceda por mí y mis hermanos religiosos para que aprovechemos estos días que valen oro y que no dejemos de dar gracias por haber sido alcanzados por Cristo, encontrados por Él, redimidos. ¡Bendecida tarde de jueves, sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

«EN EL AMOR»... Un pequeño pensamiento para hoy

Estoy en la Casa Madre de nuestra Familia Inesiana, este lugar bendito cuna del carisma, del espíritu y espiritualidad que a tantos y tantos nos ha hecho felices y en donde en estos días un grupo de Misioneros de Cristo hacemos nuestros Ejercicios Espirituales en preparación para nuestra VIII Asamblea General Ordinaria. La vida pasa muy de prisa, tanto que mi mente, en este santo recinto, no se resiste a volar al pasado para ir a mi último encuentro con la beata María Inés en 31 de agosto de 1980, casi un año antes de que fuera llevada por el Padre misericordioso a la morada eterna. Al contemplar la primera lectura de la Misa de hoy (Rm 13,8-10) pienso en ella, en esta extraordinaria mujer que vivió siempre sumergida en el amor, en ese amor que viene de lo Alto y se convierte en la plenitud de la Ley.

El amor nunca dejará de ser «plenitud». Él no admite componendas ni rebajas, compromete porque engancha y hace vivir permanentemente así contagiando el mundo que habitamos. Si vamos analizando cada mandamiento de la Ley de Dios, de los mandamientos de la Iglesia, de nuestros Estatutos y directorios en el caso de los sacerdotes y consagrados, descubrimos que siempre es la esencia de todo y es lo que marca nuestra felicidad. San Pablo nos recuerda que cuando actuamos con amor, nunca lastimaremos a nadie. Porque el amor cumple la intención de todos los demás mandatos que se nos han dado para ser felices y hacer felices a los demás.

En el Antiguo Testamento hay un total de 613 leyes en total, la cuales se recogen en las tablas que contienen 10 y se resumen en una: el «Shemá Israel» (Dt 6, 4-9). Si queremos ser felices sólo Dios puede ser nuestro Dios, nada ni nadie más, y a Él sólo hemos de amar para que de allí, de esta suprema ley de amor, parta el amor a los demás. Sin embargo, esto de amar no es una imposición, sino una respuesta al amor de Dios y a su Palabra. Por ello, el «Shemá» empieza diciendo algo fundamental: ¡Escucha! Escucha a Dios, escucha su Palabra, bebe de sus consuelos, deja que te guíe por el buen camino, acepta la corrección, observa en tu vida el amor de Dios. Cuando un alma ama así y rebosa de agradecimiento a Dios por todo, se decide por Él y vive siempre en Él. Les invito a unirse a nosotros espiritualmente de la mano de María en estos días y repetir con Madre Inés: «Quiero transformarme en tu amor, quiero vivir de amor, quiero morir de amor». (Ejercicios Espirituales de 1943). ¡Bendecido miércoles!

Padre Alfredo.

martes, 4 de noviembre de 2025

«De prisa, como San Carlos Borromeo»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


Ya entrada la noche encuentro un espacio para compartir mi reflexión de esta mañana, pues, aunque parezca increíble para muchos, no alcanzo a escribir tempranito por cuestiones de horario y el día pasa a velocidad supersónica, de manera que cuando caigo en la cuenta ya son las diez pasaditas. No puedo dejar de escribir algo en este día en que la figura de San Carlos Borromeo, una persona que tomó muy en serio las palabras de Jesús; «Quien quiera ganar su vida, la pierde, pero el que gasta su vida por Mí, la ganará» me ha ocupado la mayor parte de los momentos de oración del día. 

La historia de San Carlos es simpática. Él se consagró a Dios porque siendo chico, su hermano mayor, a quien correspondía la mayor parte de la herencia, murió repentinamente al caer de un caballo. Ese hecho hizo que Carlos tomara el doloroso acontecimiento como un aviso enviado por el cielo, para estar preparado porque el día menos pensado llega Dios por medio de la muerte a pedirnos cuentas. Entonces renunció a sus riquezas y fue ordenado sacerdote y después arzobispo de Milán. Su vida como sacerdote no fue fácil, pues era sobrino del Papa Pío IV, que estaba en ese entonces al frente de la Iglesia y algunos envidiosos —que nunca faltan— decían que era nepotismo. Sus enormes frutos de santidad demostraron que su vocación fue, ciertamente, una elección del Espíritu Santo.

En una homilía, pronunciada el 27 de marzo de 1567 en la Catedral de Milán, de donde era Arzobispo, están estas palabras que cavilo en mi corazón rogando al Señor me regale la intercesión de este hombre santo para que sea lo que le prometí al Señor como sacerdote, como misionero, como religioso: «Queridos hermanos, quedo confundido cada vez que comparo mi soberbia, que no soy más que polvo y cenizas, con la humildad del Señor». La Virgen, a quien tanto quiso San Carlos, me ayudará a hacer a un lado las confusiones que de repente aturden el alma porque parece que uno no le atina a nada. ¡Estoy seguro! porque no quiero quedarme como una especie de pieza de museo al irme haciendo viejo, quiero mantenerme ajeno de la soberbia, de la arrogancia, de la pompa cómoda y seguir sirviendo con alegría a pesar de los pesares y de los tropiezos. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

lunes, 3 de noviembre de 2025

«Hay que dejarse alcanzar por la misericordia de Dios»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

La primera lectura de hoy, tomada de la carta a los Romanos (Rm 11,29-36), es un pequeño fragmento en el que brilla la palabra «Misericordia», pues en unos cuantos renglones se repite cuatro veces. Para San Pablo la misericordia es la infinita bondad de Dios que se manifiesta en el perdón y la compasión hacia los pecadores, a pesar de sus rebeldías. Y es que hay que recordar cómo él mismo experimentó eso en el proceso de su conversión. San Pablo utiliza su propia experiencia de perseguidor convertido en apóstol como muestra de esta misericordia para inspirar a otros a creer. Así, él logra captar que la misericordia divina es el acto divino de ofrecer clemencia en lugar de castigo, lo que permite a la humanidad alcanzar la fe, la salvación y recibir su gracia y amor de forma abundante. Eso se manifiesta claramente en este cachito de esta carta que, para muchos estudiosos, es la carta magna del Apóstol de las Gentes.

Nuestra existencia terrena está siempre necesitada de esa misericordia que viene lo Alto, pues nuestra vida se amalgama como un mosaico de luces y sombras, éxitos y fracasos, esperanzas y abatimientos que se van alternando como los veinte misterios del Santo Rosario. Dios nos conoce completamente, conoce nuestras luchas, fallos y debilidades. Aun así, él elige tener compasión de nosotros, abriendo la puerta para la reconciliación y el perdón de nuestros pecados. Por su misericordia, Dios no nos da el castigo que merecemos, sino que, por medio de Jesús, nos ofrece la oportunidad de recibir su perdón y la vida eterna. Esa misericordia, nos la muestra el Señor cada día. La vemos en cada amanecer y en las nuevas oportunidades que cada jornada nos presenta. Nosotros le fallamos a Dios, pecamos, cometemos errores y merecemos ser castigados. Sin embargo, Dios permanece a nuestro lado, nos muestra su bondad y nos extiende su mano. Por eso entrar en el Misterio de Dios es algo que escapa a la capacidad del ser humano. El libro de Lamentaciones, en el Antiguo Testamento, proclama la misericordia del Señor en medio de una situación en que el pueblo sufre, como sucede hoy en nuestro México lindo y querido con la que parece casi perenne violencia en Michoacán y otros lugares de la tierra como Nicaragua, Rusia, Ucrania, Palestina, Israel, Myanmar, Sudán y tantos pueblos más. El escritor sagrado anota: «Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad» (Lam 3,22-23). 

Ya he hablado en estos días de lo duro que es contemplar la arrogancia, la falta de solidaridad, la soberbia y demás parientas pecaminosas que se atraviesan atractivas como tentaciones en la vida del hombre. Nuestros hermanos Misioneros de Cristo de nuestra comunidad de «El Tigre», están prácticamente atorados, sin poder venir a reunirse con los que ya estamos en la Casa Madre por los bloqueos, protestas y cercos debido al asesinato a quemarropa del alcalde de Uruapan y por otros actos de violencia que el gobierno no puede controlar y más bien parece querer abrazar. En medio de este dolor y luto nacional no solo por la muerte de uno, sino por la agonía de todo un pueblo, el hombre y la mujer de fe saben que Dios es fiel y no desechará a su pueblo para siempre. Dios muestra su misericordia y compasión. Los miembros de los cárteles siguen pecando y entristeciendo al Espíritu Santo, porque sé que la mayoría de ellos fueron bautizados y su corazón ha cambiado a Dios por el dinero. Pero el perdón de Dios siempre está disponible (1 Jn 1,8-9). La misericordia de Dios está dispuesta a perdonar todos los pecados, ya que la sangre derramada por Jesucristo en la cruz los ha expiado. Servimos a un Dios grande, amoroso y misericordioso, y gracias a Su gran amor no hemos sido consumidos. Nuestro Dios está a favor de nosotros, no en contra de nosotros y el mal no prevalecerá. Unos domingos atrás, asistí en Roma a la canonización de San Bartolo Longo, un laico italiano que llegó a ser «medium» de primer rango y sacerdote espiritista. Dios fue desapareciendo de su andar día en día y «el indecente», como llamaba la madre Esthela Calderón al demonio, parecía tenerlo totalmente atrapado odiando a la Iglesia. En determinado momento se dejó alcanzar por la misericordia divina y quedó aferrado a Dios. Todos podemos ser objeto de la misericordia y compasión de Dios si nos dejamos prender por Él. Encomendemos a «los malitos» a María rogándole que interceda para que todos los involucrados en estas organizaciones de violencia desmedida se topen con esa misericordia divina y cambien. ¡Bendecido lunes y dispensen lo largo de mi reflexión!

Padre Alfredo.


domingo, 2 de noviembre de 2025

María de Guadalupe, Madre de las Vocaciones a la Vida Consagrada... LOS MISTERIOS GLORIOSOS ESPECIALMENTE PARA SER REZADO POR SACERDOTES


Monitor: La vida consagrada en un presbiterio es la presencia sencilla de quienes, decididos a seguir radicalmente a Cristo, viviendo en comunidad los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad, se integran a la comunidad formada por los sacerdotes diocesanos de determinado territorio para compartir su amor por la misión y el compromiso con el pueblo de Dios. Juntos forman un equipo que enriquece la vida de la Iglesia con diferentes carismas y vocaciones.

En su Carta Encíclica Fratelli tutti, el Papa Francisco se dirigió a las personas, comunidades y obras que viven y llevan adelante en medio del mundo una especial consagración con estas palabras que bien nos vienen para iniciar este rezo del Santo Rosario en comunidad sacerdotal:

“He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mira hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos» (No 1). Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos» (No 2).”

Vivimos como sacerdotes para acompañar y servir a un mundo herido, donde las tristezas y las angustias de nuestros feligreses, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son la herida que supura sin descanso, noche y día, más allá o másacá por los vaivenes de la política, la economía y la vida social. Nuestras comunidades parroquiales, colegios, casas de retiro y acogida, son espacios para el Cristo sediento,  maltratado, abusado, extranjero, encarcelado, descartado.

A la luz del Evangelio, muchas de nuestras comunidades son el «Buen samaritano» del Tercer Milenio que no asume una visión ingenua de la vida, sino que con caridad pastoral en cada acción de escucha, de bondad y de cercanía, sacia la sed con el agua viva de la misericordia. 

Recemos este rosario juntos, sacerdotes diocesanos y religiosos, pidiendo a María Santísima que nos alcance de su Hijo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, lo que la misericordia debe ser, ayudando, desde nuestra trinchera, a sanar algunas heridas, las más que podamos. 

Oraciones iniciales.-

Guía: Por la señal de la Santa Cruz...
Guía: Yo confieso, ante Dios...
Guía: Señor, abre mis labios.
Todos: Y mi boca proclamará tu alabanza.
Guía: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Todos: Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Guía. Hoy rezamos los misterios gloriosos.
 
El Papa Francisco nos dice: “Todos somos conscientes de la transformación multicultural por la que atravesamos (…). De ahí la importancia de que los consagrados estén insertos con Jesús, en la vida, en el corazón de estas grandes transformaciones. (…) Poner a Jesús en medio de su pueblo es tener un corazón contemplativo capaz de discernir cómo Dios va caminando por las calles de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, en nuestros barrios. Poner a Jesús en medio de su pueblo, es asumir y querer ayudar a cargar la cruz de nuestros hermanos. Es querer tocar las llagas de Jesús en las llagas del mundo, que está herido y anhela, y pide resucitar. Ponernos con Jesús en medio de su pueblo. No como voluntaristas de la fe, sino como hombres que somos continuamente perdonados, hombres ungidos en el bautismo para compartir esa unción y el consuelo de Dios con los demás”. (Papa Francisco Homilía 2 febrero 2017).

1° Misterio: La Resurrección de Jesucristo.
- Pidamos a la Virgen que los sacerdotes diocesanos y religiosos, con nuestra alegría
y esperanza, demos testimonio de Cristo resucitado.

2° Misterio: La Ascensión del Señor al cielo.
- Oremos para que los jóvenes de hoy busquen el sentido de la vida y la verdadera
felicidad, que es Dios revelado en Jesucristo y para que nosotros, como sacerdotes, les acompañemos en su toma de decisiones.

3° Misterio: La venida del Espíritu Santo.
- Pidamos a la Virgen que cuide de los que se preparan en los seminarios y casas de formación para ser apóstoles de su Hijo como sacerdotes, y reciban con abundancia los dones del Espíritu Santo.
4° Misterio: La Asunción de María al cielo en cuerpo y alma a los cielos.
- Roguemos a María que nuestros hermanos sacerdotes en dificultades no pierdan la esperanza.
5° Misterio: La Coronación de María como Reina de todo lo creado.
- Pidamos a María para que todos sacerdotes diocesanos y religiosos
colaboremos en la construcción del Reino de Dios, cada cual según su propio carisma.

Oraciones finales.-

Animador: Dios te Salve Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva, a ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas, ¡Ea! Pues, Señora abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, ¡Oh Clemente! ¡Oh Piadosa! ¡Oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de
alcanzar las divinas gracias y promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amen.

Letanías.

Animador: Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.
Animador: Cristo, ten piedad.
Todos: Cristo, ten piedad.
Animador: Señor, ten piedad.
Todos: Señor, ten piedad.
Animador: Cristo, óyenos
Todos: Cristo, óyenos
Animador: Cristo, escúchanos
Todos: Cristo, escúchanos
Animador: Padre celestial, que eres Dios
Todos: Ten piedad de nosotros.
(A cada una de las siguientes letanías respondemos: Ruega por nosotros)
Santa María, Madre de Dios,
Madre de Jesucristo,
Esposa de Dios, Espíritu Santo,
Madre del sí a Dios,
Madre de la esperanza,
Madre del Amor,
Madre dócil a la Palabra,
Madre de la luz,
Madre de la Iglesia,
Madre modelo a seguir,
Madre de los sacerdotes,
Madre de los jóvenes,
Madre generosa,
Madre de la bondad,
Virgen de la escucha,
Virgen fiel,
Vasija del amor de Dios,
Arcilla que se deja moldear,
Creyente fiel,
Reina de la fe,
Semilla de esperanza,
Estrella de salvación,
Esclava de Dios,
Roca de la fe,
Modelo de entrega a Dios,
Portadora del Evangelio,
Ideal de Santidad,
Templo del Espíritu Santo,
Reina y Madre de las y los consagrados
- Animador: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
Todos: Óyenos Señor.
- Animador: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
Todos: Perdónanos Señor.
- Animador: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
Todos: Ten piedad y misericordia de nosotros.

- Animador: Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios. No desprecies las súplicas que te dirigimos ante nuestras necesidades: antes bien, líbranos de todos los peligros, ¡Virgen gloriosa y bendita! Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las divinas gracias y promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

- Animador: Oh Dios, cuyo Unigénito Hijo, con su vida, muerte y resurrección, nos alcanzó el premio de la vida eterna: concédenos a quienes recordamos estos misterios del Santo Rosario, imitar lo que contienen y alcanzar lo que prometen. Poel mismo Jesucristo nuestro Señor. Todos: Amén.