domingo, 26 de octubre de 2025

LA MODA DE PONER LA FOTOGRAFÍA DEL DIFUNTO EN LA MISA DE CUERPO PRESENTE, CENIZAS, NOVENARIOS, TRIDUOS; LAS HOMILÍAS EN ESAS MISAS Y LOS ANIVERSARIOS DE DEFUNCIÓN, RECUERDO DEL CUMPLEAÑOS Y LA INAPROPIADA EXALTACIÓN DE LOS DIFUNTOS


En los últimos años, —copiando a nuestros hermanos separados «esperados»—, se ha puesto de moda poner la fotografía del difunto en la misa de cuerpo y presente, cenizas, novenario, triduo, aniversario de defunción, recuerdo del cumpleaños, etc. El uso de fotografías en los funerales protestantes se diferencia de la tradición católica porque ellos no tienen imágenes sagradas de santos o de la Virgen María que para nosotros tienen un significado litúrgico y espiritual. El protestantismo, en general, se enfoca menos en los rituales y más en la celebración de la vida de la persona fallecida. Los católicos, cuando celebramos una Misa pidiendo por un difunto, no podemos olvidar que el centro de toda Celebración Eucarística es siempre Cristo Resucitado, no la persona por la que estamos orando.

El funeral protestante coloca la fotografía del difunto porque ese momento se convierte, por así decir, en un espacio de libertad para exaltar la memoria de la persona y darle de las formas más originales un último adiós. Un funeral cristiano protestante nunca es exactamente igual a otro, porque no hay rituales y las denominaciones protestantes son muchas y muy diversas. Hay funerales sobrios o más festivos y emotivos; solemnes y más serios; íntimos o multitudinarios. El toque personal hace para ellos la diferencia y retrata la despedida con nombre y apellido. No hay límites para crear ese momento de agradecimiento por haber compartido con alguien. Siempre caben sus historias y anécdotas, su legado y enseñanzas, y los innumerables sentimientos que fue regando a su paso. 

Los protestantes, al no tener un mismo «Ritual de Exequias» como los católicos, hacen más y más creativas las despedidas, no solamente poniendo fotos o recuerdos del difunto sino haciendo celebraciones en diversos lugares. Si a la persona le encantaba el bosque, consideran celebrar su despedida entre árboles. Si la persona era la mejor cocinera, ofrecen algunas de sus mejores recetas para agradecerle tantas veces que cocinó para los familiares y amigos. Si el difunto era deportista y siempre andada en bici, llevan las cenizas en una caravana de bicicletas. Si le encantaban las rosas rojas, le piden a los asistentes que cada cual le lleve una... Todo esto ha motivado a algunos católicos a «ser creativos» queriendo ser originales.

Nuestra Misa, como todos los católicos sabemos, es Cristocéntrica —Cristo va siempre al centro— y no antropocéntrica —colocando el hombre en el centro—. Por eso los católicos hemos de entender que la Misa por un difunto no es una honra fúnebre con aires de homenaje. De hecho por eso el Papa Francisco, de feliz memoria, simplificó el rito para la Misa de exequias del Santo Padre.

Al celebrar la Misa de cuerpo presente, cenizas, aniversarios y demás cuestiones relacionadas con nuestros difuntos, celebramos a Cristo muerto y resucitado, celebramos al Viviente, al que vive para siempre, al que ha vencido a la muerte, por eso el centro de la celebración exequial no es el difunto, sino el Señor Jesús, cuya muerte y resurrección es el centro de nuestra fe y el motivo de nuestra esperanza. Por cierto, en la medida de lo posible, hay que tratar de celebrar las exequias de nuestros seres queridos en la parroquia a la que estos pertenecieron, porque en la parroquia está la comunidad que acompaña a los fieles a lo largo de la vida, desde su nacimiento hasta la muerte. La parroquia brinda al cristiano los dones de la salvación, los sacramentos, el anuncio del Evangelio y la formación cristiana. Es lógico, entonces, que la comunidad parroquial le acompañe con su afecto y su plegaria en su despedida de este mundo.

Desde esta perspectiva es fácil comprender que almas de las personas por las que oramos no necesitan en ninguna circunstancia ser el centro de la celebración o el centro de la atención de la comunidad o de la familia. El problema de las fotografías del difunto es que en lugar de centrar la atención en el altar, que representa a Cristo Sacerdote, que lleva la ofrenda de nuestra oración al Padre, desvía nuestra atención hacia las personas mismas de los difuntos. Incluso ha que hacer conciencia de que algunas Misas de difuntos —cuando son varios—, parecen competir con alguna galería fotográfica.

Cada vez que la gente lleva la foto a Misa —además de que la mayoría de los asistentes en muchos de los casos, se paran pocas veces en un templo—, en lugar de ayudar a esa alma con la oración personal, deja ver, muchas veces, que es más importante para ellos ese familiar o amigo que Dios mismo, que fue quien nos permitió en su Providencia compartir el amor o la amistad por un tiempo. Algunos, inclusive, van y se paran frente a la foto luego de saludar a los familiares que están en la primera banca para recordar deudas que tienen con los difuntos: «No alcancé a hacer esto que quería», «nunca le dije esto», «quedó pendiente una cosa» o lo más común: «Es que no me pude despedir».

En la misa por los difuntos, nuestro mayor anhelo debe ser que esa alma viva ya con Dios en su gloria y por eso oramos juntos, unidos por la fe, recordando que un funeral es para encomendar al difunto, afianzar nuestra fe en la resurrección futura y dejar su vida en las manos de Dios, de manera que esto también nos ayude a los vivos a pensar en la realidad de la muerte y nos anime a vivir mejor como cristianos.

Algunas personas incluso «pelean» el lugar de la fotografía de su difunto, exigiendo un mejor lugar cuando hay varios o quieren ponerlas en el presbiterio, cosa que ni para las cenizas esta permitido, ya que solamente las imágenes de los santos y beatos, y sus reliquias, son las que pueden estar en los templos, porque con la beatificación y la canonización, la Iglesia asegura que ellos pusieron a Dios y a la Eucaristía en el centro de su vida sin ser ellos el centro de atención. Estas imágenes son para veneración pública y para llevarnos a Dios, no un simple recuerdo o «un adiós».

De ninguna manera podemos considerar la Misa exequial no es un acto en honor del difunto, como lo sería una ceremonia de carácter civil, para honrar a una persona fallecida, por ejemplo a un buen gobernante por su labor en beneficio de la comunidad, o a un policía caído en el cumplimiento de su deber, en esos casos, es conveniente poner una fotografía del difunto en el lugar donde se realiza el homenaje, es decir en un recinto público. Las misas por los difuntos no pueden convertirse en una especie de show de exaltación del finado donde la familia aprovecha la misa para hacer un panegírico completamente desproporcionado.

Que pena que en algunas Misas de difuntos se encuentra uno con una monición de entrada más larga que la Cuaresma contando las maravillas del difunto y luego el celebrante hace una homilía en la que en lugar de explicar la palabra de Dios aprovecha para explicar que el fallecido está ya en el cielo y lo buenísimo que era... ¿Cómo sabe el celebrante o los familiares que el difunto salió exento del examen en el juicio ante Dios? Y es que, como se eligió a veces la fotografía más tierna y el celebrante pide reunirse con la familia antes... ¡para hablar bonito!

Está claro que, empezando por los celebrantes, los católicos debemos seguir el ritual de exequias, que pide que estas celebraciones cristianas no se conviertan en honras fúnebres, es decir, en una ceremonia para honrar al difunto y recalca que no se asuman elementos extraños a la tradición católica, como querer poner camisetas de clubes deportivos, peluches u otra clase de artilugios que nada tengan que ver con la fe. El ritual de exequias actual, aprobado por la Santa Sede, no contempla la colocación de una fotografía del difunto ni sobre el ataúd, ni cerca de él o junto a las cenizas, aunque sabemos que el Derecho Canónico deja ver que lo que no está prohibido está permitido, así que hay quienes seguirán buscando poner fotografías, aunque en la liturgia que se celebra en la Basílica de San Pedro, que sirve como modelo para la liturgia de toda la Iglesia Católica, no se colocan nunca fotografías de un Papa o de un Cardenal cuando fallece, solo se lleva su féretro.

En la Misa de exequias por uno o varios difuntos, lo que es conveniente, al final de la misma, es hacer un pequeño resumen de la vida de la persona y agradecer en nombre de la familia, la asistencia. Pero yo diría que en una cultura que se rige mucho por imágenes, una cosa es el momento de la Misa de exequias y de cenizas y otra la de novenarios, triduos, aniversarios y demás. Tal vez en la Misa de exequias o de cenizas sea suficiente una fotografía discreta y un pequeño arreglo floral en ese día y nada más, si eso ayuda a que los familiares cercanos vivan su duelo, aunque sería mejor poner una pequeña vela junto a las cenizas —si es el caso—que ayude a dirigir la mirada hacia el Cirio Pascual. Pero yo considero que el lugar más idóneo para colocar una fotografía del difunto es la capilla de velación, donde los familiares y amigos del difunto se reúnen para consolar a la familia y estar con el difunto y acompañarlo con la oración, especialmente con el rezo del Santo Rosario suplicando por la intercesión de la Virgen María para que ayude al difunto a llegar al Cielo. En especial creo que el mejor espacio es a la entrada de la capilla ardiente. Este momento es una oportunidad para orar por el difunto y honrar su memoria.

Distinto es el caso de un funeral de una persona que se ha distinguido por su fe profunda, su hacer obras de caridad y es conocida así, por la comunidad, ya sea sacerdote, religioso o laico. Este es el caso de quienes mueren «en olor de santidad» o el de quienes están en proceso de beatificación y canonización y para acrecentar su fama de santidad hay que dar a conocer su imagen.

Esto que comparto, por supuesto, no es un dogma de fe. Bien nos decía un maestro de liturgia en el Seminario en aquellos años, que los padrecitos y la gente terminarían haciendo lo que está de moda. ¡A ver qué sigue!

Padre Alfredo.

viernes, 24 de octubre de 2025

«Bart y Claudia me callaron la boca»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA MÍ


¡Gracias a Dios vamos llegando de Roma a Ciudad de México las hermanas Juanita Oropeza, Mary Garza, Rosita Rodríguez y un servidor! Apenas amanece y esperamos nuestra conexión a Monterrey luego de la incidencia de anoche en el aeropuerto Leonardo da Vinci de Fiumicino porque habían dejado a Rosita en lista de espera. Así como cerca de los sacerdotes y consagrados no falta la presencia de murmuradores, calumniadores, criticones, gente de mala fe y demás especímenes de especies parecidas; el Buen Dios, que no se deja ganar en generosidad, pone ángeles maravillosos como Bart y Claudia, dos empleados de Aeroméxico que en medio de los desplantes que no faltan en los mostradores, se portaron de maravilla y movieron hilos y anchas sogas para que Rosita no se quedara solita esperando si hoy habría lugar. 

A veces escribo de cómo en la sociedad descristianizada que vivimos se ha perdido el cariño, el respeto, la admiración, la ayuda a los sacerdotes y a los consagrados. Anoche este jovencito y esta mujer madura me callaron la boca. Creo que tanto en la Ciudad Eterna como en el resto del mundo, seguirá brillando la bondad, la compasión, la misericordia como una estrellita que ilumina los momentos de dolor, de congoja, de angustia de muchos misioneros que parecería que vagamos por el mundo sin ton ni son a expensas de lo que el Señor nos tenga. «Confianza y más confianza» decía la beata María Inés. Por cierto que hoy celebramos a un santo obispo que vivió así, con la confianza puesta en Dios. Me refiero a San Rafael Guizar y Valencia, quien en medio de aquellos años de la persecución religiosa en México vivía a la expectativa de la misericordia de Dios para poder mantener el seminario clandestino que tenía y para no ser reconocido por los perseguidores cuando vestido de médico, vendedor o músico se adentraba sigilosamente en los domicilios donde había enfermos para auxiliarlos... ¡Dios no abandona!

El salmo responsorial de la Misa de esta fiesta, nos invita a reconocer al Señor como Pastor que, con su bondad y su misericordia nos acompaña con cariño providente. La frase que se repite hoy como estribillo: «El Señor es mi pastor, nada me faltará», nos hace reflexionar en que tener a Dios como guía y proveedor es suficiente para satisfacer todas las necesidades esenciales de lo que en el momento necesitamos. Y es que estoy seguro de que si por la sobreventa del vuelo 071, la hermana se hubiera tenido que quedar, no hubiera faltado la asistencia divina para sobrellevar esos inesperados momentos. Cierto que el momento que vivimos fue angustiante... ¡cómo la íbamos a dejar! El salmo detalla cómo Dios guía a sus ovejas a lugares de descanso, las protege, renueva su fuerza, las consuela en la adversidad y las acompaña en su camino de regreso a casa y nosotros, ya vamos de regreso a casa. Que esos santos confiados, como Rafael Guizar y María Inés Teresa nos ayuden a confiar como ellos. ¡Bendecido viernes ya en mi México lindo y querido!

Padre Alfredo.

domingo, 19 de octubre de 2025

«NO HAY MISIÓN SIN ORACIÓN»... Un pequeño pensamiento para hoy


Este domingo es siempre especial para todos los misioneros, porque es el DOMUND —Domingo Mundial de las Misiones—, un día maravilloso que la Iglesia destina a pedir por los misioneros del mundo entero y hacer una colecta a nivel mundial de oraciones, sacrificios y ayuda económica sobre todo para sostener obras que están hasta en los rincones más recónditos de la faz de la tierra. Pero, este año, para un servidor y para muchos de los miembros de nuestra Familia Inesiana ha sido muy especial, pues hemos vivido la celebración de la Santa Misa con el Santo Padre el Papa León XIV, quien canonizó a siete nuevos santos, entre ellos dos mártires que ofrecieron su vida por la fe: San Ignacio Choukrallah Maloyan, arzobispo armenio-católico de Mardin y San Pedro To Rot, laico y catequista de Papúa Nueva Guinea. Además de ellos los laicos San José Gregorio Hernández Cisneros, médico venezolano y San Bartolo Longo, el primer santo de Papúa Nueva Guinea y tres religiosas: Santa María Troncatti, salesiana y misionera, Santa Vincenza María Poloni y Santa María del Monte Carmelo Rendiles Martínez, fundadoras.

En el Evangelio de este domingo misionero (Lc 18,1-8), Jesús, el Misionero del Padre, que nos conoce bien, a través de una parábola, nos enseña cómo debemos orar siempre, sin desfallecer, sin desanimarnos porque esa es la principal ocupación de todo misionero, como dice la Beata María Inés, quien por cierto en una de sus cartas escribió: «Nuestra misión en tierras paganas consistirá especialmente en la oración y sacrificio, pues estamos perfectamente convencidos de que, si esto falta, todo lo demás se vendrá abajo». (Carta del 2 de octubre de 1945). El papel de la oración, en nuestro ser de misioneros es imprescindible. La oración, en el misionero, es la expresión de una relación profunda de amistad con Dios, una relación llena de confianza en el Padre, al estilo de Jesús mismo. Y una oración que ayuda, en definitiva, a vivir en cercanía con los misionados. En la oración, los misioneros ponemos nuestro corazón a la escucha de Dios, y también nos ayuda a escuchar a nuestro prójimo.

El Papa León, a la muchedumbre que le acompañamos en la plaza de San Pedro esta mañana, nos dijo en la homilía: «Así como no nos cansamos de respirar, del mismo modo no nos cansemos de orar. Como la respiración sostiene la vida del cuerpo, así la oración sostiene la vida del alma. La fe, ciertamente, se expresa en la oración y la oración auténtica vive de la fe». Una oración perseverante y confiada debe ser necesariamente una oración de sensibilidad y preocupación especialmente por los débiles y por los pobres, que han de ocupar un lugar muy especial en el corazón de todos los que somos misioneros y que esa preocupación debe expresarse administrándoles justicia. En este DOMUND pidamos de nuevo al Señor Jesús: “¡Señor, enséñanos a orar!” y renovemos nuestro compromiso misionero para lograr todos juntos, con esa fuerza que da la oración unida a nuestro trabajo en la misión universal, que todos le conozcan y le amen. Que la Virgen Santísima nos ayude. Termino mi reflexión con las palabras finales de la homilía para este domingo del Santo Padre: «Mientras peregrinamos hacia esa meta, no nos cansemos de orar, cimentados en lo que hemos aprendido y creemos firmemente (cf. 2 Tm 3,14). De ese modo, la fe en la tierra sostiene la esperanza en el cielo». ¡Bendecido DOMUND!

Padre Alfredo.

sábado, 18 de octubre de 2025

«¡Que no falten obreros para la mies!»... Un pequeño pensamiento para hoy


Por fin he encontrado un espacio de tiempo para compartir mi reflexión. En primer lugar pídanle a Dios que no resulte como mi homilía de ayer, que parecí interminable, y no porque no pudiera aterrizar, sino por el cúmulo de ideas venidas de lo alto que invadían mi desacertado corazón. No es fácil partir de un Evangelio como el de ayer (LC 12,1-7), con unos fariseos como protagonistas apoltronados como ejemplo de la hipocresía reinante en el corazón de tanta gente soberbia y arrogante que a veces se infiltra aún en la Iglesia. Hoy el Evangelio es diferente (Lc 10,1-9), nos habla de un realidad que también, como la de ayer, subsiste en la Iglesia: la necesidad de orar por las vocaciones.

La mies sigue siendo abundante y los obreros cada vez más pocos, pero el Señor sigue pidiendo, con insistencia, que confiemos en Él, porque la obra de la salvación es suya, pero no quiere hacerla sin sus instrumentos, que somos cada uno de nosotros que hemos de confiar en Él, apoyándonos no en nuestras seguridades, sino sólo en Él, aún en medio de la oscuridad, porque Él está por encima de todo obstáculo. Los llamados somos cada uno de nosotros, bautizados gracias a la misericordia del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo y enviados a conquistar el mundo para su amor. Dios anhela y espera que nos lancemos a sus brazos providentes y misericordiosos y nos pongamos en camino, sin descentrarnos ni distrayéndonos con nada que pueda dificultar el seguimiento de la persona de Jesucristo.

Escribo estas líneas en el último asiento de un autobús rumbo a Asís, en Italia. Vamos al encuentro de tres grandes bautizados que supieron responder al llamado: San Francisco, Santa Clara y San Carlo Acutis. Ellos, cada uno en su condición particular, entendieron que anunciar a Jesucristo y su  Evangelio, es un mandato, un envío, no una ocurrencia salida de la propia iniciativa. Los tres se sintieron pequeños ante el tamaño inmenso del calibre de la llamada, pero no se desanimaron a la hora de dar testimonio como bautizados, con valentía, porque ante las contrariedades, Jesús siempre estará con nosotros y pondrá en nuestro corazón y en nuestros labios lo que necesitamos para responder. Ciertamente el Señor confía más en nosotros, que nosotros en Él, como confió en Francisco, en Clara, en Carlo… en María Santísima, jovencita también como estos tres. Que Ella y estos tres santitos que nos esperan en Asís, intercedan y nos alienten a seguir pidiendo que no falten obreros en la mies. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

martes, 14 de octubre de 2025

«No por los propios méritos»... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY


No se imaginan ustedes, mis queridos 5 lectores, cuán emocionado estoy viviendo estos días sumergido en Roma en el Encuentro Internacional de la Familia Inesiana. La experiencia de estar compartiendo el gozo del inesianismo con gente de varias partes del mundo, miembros de las diversas expresiones del rico carisma de esta misionera sin fronteras, la beata María Inés Teresa que dio vida a esta obra maravillosa que desde jovencillo —¡hace ya un buen!— me cautivó, no tiene precio. Bien me viene recordar hasta qué punto y en qué forma el amor de Dios ha sido derramado en mí desde hace ya tanto, tanto, yendo más allá de méritos y deseos personales. Ciertamente estos días he podido reflexionar en que mis méritos son mucho más que escasos y mis deseos siempre muy limitados ante la grandeza de Dios. Me ha dado todo al entregarme a su Hijo y en él muchos hermanos, superando así lo que pudiera imaginar.

Estos días estamos leyendo como primera lectura la Carta a los Romanos. Hoy, en estas letras (Rm 1,16-25), San Pablo escribe poniendo de manifiesto la importancia del Evangelio y deja claro «que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, sea judío o griego». Él dirá que ha sido enviado a los gentiles para anunciarles el Evangelio, mediante el cual se revela la justicia de Dios y que la salvación llega por medio de la fe y no la originan solamente las obras. El amor de Dios ha hecho capaz al hombre de conocerle y encontrarlo en toda la creación, obra suya. Una hermosa reflexión se nos propone: «lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de sus obras; de modo que son inexcusables, pues, habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como Dios ni le dieron gracias; todo lo contrario, se ofuscaron en sus razonamientos, de tal modo que su corazón insensato quedó envuelto en tinieblas».

Quiero tomar este pasaje para seguirme examinando en lo que soy y en lo que hago como misionero para que el Espíritu me lleve a metas más altas sin quitarle, de ninguna manera, el lugar protagónico a Dios. Es muy necesario, actualmente en que hay tantas maneras de hacerse «famoso», escapar de la tentación de sustituir a Dios, ya sea colocándose en su lugar, o ya sea sustituyéndolo por la vanidad de endiosar la obra de nuestras manos. ¡Cómo me ayuda, este pasaje, en el contexto de esta hermosa experiencia del jubileo, a ser consciente de haber sido llamado a administrar y cuidar de todo cuanto existe, como misionero, en nombre del mismo Señor que a todos ha creado! Que María Santísima, la Madre de Dios y Madre nuestra me ayude en el examen, porque sin ella, sin su ejemplo de docilidad, de escucha, de servicio, de atención a la voluntad del Padre... repruebo. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

LA ESPERANZA VIVIDA COMO ADHESIÓN A CRISTO Y A LA IGLESIA POR MADRE INÉS.


Este Año Jubilar, marca para todos los miembros de nuestra Familia Inesiana, un imperativo a la hora de hablar como misioneros en nuestras distintas expresiones inesianas, del presente y el futuro de nuestro ser y quehacer. Este imperativo es «la esperanza». Imperativo que sintoniza perfectamente con lo que el lema de este año santo nos estampa en el corazón: «Peregrinos de Esperanza». Sí, no debemos olvidar que somos peregrinos y que este jubileo es una invitación a ser conscientes de ello. Vamos andando en este mundo en peregrinación, tanto física como espiritual, viviendo la fe en el camino y buscando acercarnos a Dios y a los demás en caridad. Pero somos peregrinos de esperanza. Y esta esperanza se entiende como la certeza del amor de Dios, la capacidad de superar las tribulaciones y de construir un futuro de paz y fraternidad que nos ha de llevar a metas altas de santidad, pasando por el mundo haciendo el bien como Cristo, que se encarnó para salvarnos (cf. Hb 10,38). 

A todos los que estamos aquí, como hombres y mujeres de fe, nos consta que es mucho más lo que se puede alcanzar y lo que está por venir, que lo que nuestros ojos apenas pueden ver. El mundo en el que somos misioneros, necesita de esperanza; mucha más esperanza en lo que somos, en lo que hacemos y en lo que vivimos, recordando que somos hijos de un corazón sin fronteras que, hasta el último aliento de vida, se mantuvo inmerso en la esperanza.

Por encima de todas las pequeñas esperanzas que nos proponen las utopías y las diversas ideologías que en nuestra época van y vienen, los inesianos, a imitación de nuestra fundadora, ciframos nuestra esperanza en Dios, que es el único que nos puede salvar. 

Es de todos conocido que el mundo actual, caracterizado por el auge del individualismo, el relativismo y un enfoque en lo material en el que la influencia y práctica del cristianismo han disminuido significativamente, resultando en un menor apego a los valores esenciales y a las sólidas enseñanzas, implicando un desplazamiento de lo religioso de la esfera pública a la privada, sufre una pérdida de referentes morales y un vacío espiritual. 

La secularización ha hecho a un lado instituciones y aspectos de la vida que antes estaban vinculados a la religión al hacerlos ahora parte del ámbito civil, causando que la religión pierda su preeminencia pública. 

Nos movemos, como ciudadanos de un mundo globalizado, en medio de una confusión de orden jerárquico de los valores morales. Sobre todo nuestros adultos jóvenes, los jóvenes y los adolescentes, experimentan una desorientación en los valores y principios básicos que antes eran proporcionados por la fe, lo que ha generado inseguridad y un vacío existencial. La dificultad de educar en la fe ha llevado, sobre todo a los niños, a aprender sus valores de fuentes alternativas como los teléfonos celulares y las redes sociales, en lugar de la familia.

El individualismo y el relativismo, que tanto denunció Benedicto XVI, de feliz memoria, en su brillante encíclica «Spe Salvi» han hecho que la tendencia de la vida de las personas se desplace hacia un individualismo que va degenerando en la «beatificación del antojo», donde todo se percibe como incierto y sin una validez única. 

Por su parte, el predominio del materialismo, va marginando los valores espirituales y la presencia de Dios en la sociedad en favor de un enfoque centrado en lo material, lo que puede ser impulsado por los medios de comunicación y las lógicas del mercado. Si bien este concepto se aplica especialmente a Europa Occidental y a América, la descristianización coexiste con un leve crecimiento del cristianismo en algunas regiones, de África, el llamado «continente de la esperanza» y de Asia.

Para algunos, incluso gente cercana a nosotros, los misioneros pudiéramos parecer como simples entusiastas que cada mes de octubre celebran el mes de las misiones y nada más. Porque inclusive es triste ver que muchos, incluso consagrados, ya no quieren desinstalarse de este ámbito atractivo y comodón que la tecnología actual nos brinda en las grandes ciudades y que difícilmente llega a las pequeñas y alejadas comunidades a donde pocos quieren ir. 

El Papa Benedicto XVI, el gran teólogo y misionero de los últimos tiempos, en esa obra maestra de la Esperanza que ya he mencionado: «Spes Salvi», afirma que «a lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los periodos de su vida. A veces —dice el Papa— puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra. En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida» (Spe salvi, n. 30).  

Esas esperanzas, sin embargo, no bastan, sobre todo porque los humanos, —aunque no todos sean hiperactivos como alguno que otro—, tenemos un corazón inquieto en el que muchos obstáculos impiden lograr lo que deseamos. 

Nosotros, queridos hermanos, nos hemos dejado alcanzar por Cristo a imitación de Nuestra Madre fundadora. En Él tenemos un referente para no quedar atrapados en un simple optimismo de una reunión internacional que no deje eco en el corazón. Entre la esperanza cristiana y el optimismo hay una gran diferencia. ¡No son iguales! El optimismo pasa y la única y auténtica esperanza para todos los creyentes es la cruz de nuestro Señor Jesucristo que permanece y que nosotros hemos abrazado. Si es verdad que muchas diócesis, instituciones, familias misioneras, congregaciones — incluso muchas comunidades contemplativas—, están viviendo momentos difíciles, por la escasez de vocaciones y por falta de compromiso por parte de los seglares, hemos de reconocer y agradecer el don de la fidelidad, de la perseverancia y el espíritu de confianza en Dios que está presente en la Iglesia.

Solo en Dios podemos llegar a vislumbrar esa gran esperanza. Benedicto XVI nos lo dice: «Esta gran esperanza solo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto» (Spe salvi, n. 31).. 

Cuando nuestra amada fundadora, la beata María Inés Teresa fundó la Familia Inesiana, con nuestras hermanas Misioneras Clarisas, pilares de lo que somos y hacemos, lo hizo llena de esperanza en un mundo que parecía muerto a la esperanza. La época estaba marcada principalmente por la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y las consecuencias de la Gran Depresión, incluyendo la pobreza y el desempleo que persistieron. Ataques aéreos,  hambrunas, así como el inicio de la Guerra Fría y la amenaza de la energía atómica envolvían la faz e la tierra en la desesperanza. Es en ese tiempo en el que ella, llena de esperanza funda nuestra familia misionera.

Pero eso no es todo. Años antes, México sufrió también un tiempo marcado, para muchos, con desesperanza: la persecución cristera. Una época que se veía como interminable y parecía acabar con la fe de un pueblo que, cobijado por el manto de la Guadalupana, se debatía en la lucha cristera mientras que los templos estaban cerrados y las columnas de la vivencia de la fe, iban al exilio. Se estima que entre 250 mil y 300 mil personas murieron durante la Guerra Cristera (1926-1929). Solamente tres obispos permanecieron ocultos en el país: Pascual Orozco y Jiménez, José María González y Valencia y San Rafael Guizar y Valencia, que fue el único que pudo mantener un seminario oculto en la clandestinidad.

En medio de todo esto, la Beata María Inés Teresa, llena de esperanza, buscó la manera de responder al llamado que Dios le hacía para consagrar su vida como religiosa e ingresó a una comunidad de clarisas exiliada en Los Ángeles, California, en 1929. Su experiencia de persecución y exilio la llevó a mantener viva la esperanza para dedicarse a cumplir la voluntad de Dios con alegría, aún en medio del sufrimiento. 

No me bastaría ni siquiera un día entero, para compartir con ustedes tantos testimonios y anécdotas de aquellas dos épocas de la vida de nuestra fundadora en los que la esperanza se hizo siempre presente. Aún conociéndome... ¡me dieron 20 minutos! A ver hasta dónde llego de esto que escribí.

Ciertamente no he venido aquí a dar una intrincada conferencia sobre la esperanza. Esa, con las catequesis y el tiempo de preparación a este magno encuentro, la tenemos clara. Vengo aquí a invitarles a no apartar nuestra mirada de la vida y e la obra de la beata María Inés para vivir como ella, no en el simple entusiasmo pasajero de algo que se consume como una llamarada de petate, sino en esperanza, en esa esperanza que, como dice San Pablo en la carta a los Romanos, no defrauda (Rm 5,5).

Somos esperanza en el mundo desde la normalidad de nuestra vida de familia con la fraternidad, el complemento de las diversas expresiones de nuestro carisma inesiano en los diferentes miembros en su forma de ser, la disponibilidad para la misión y viviendo la evangelización donde la Iglesia nos llama, compartiendo nuestra espiritualidad de sacerdotes, de consagrado(Florecillas de San Francisco no. 287; cf. Sal 33,23).

Nuestra Madre fundadora, fue una mujer que con convicción firme, esperó siempre en el Señor. En una carta colectiva escribe: «Alguien me dice que me promete confiar en Dios… contra toda esperanza ¡magnífico! es algo que me da tanta alegría. La confianza en Dios todo lo puede» (Carta colectiva de marzo 14 de 1963). 

Las distintas esperanzas humanas, que inspiran las actividades diarias de todos los miembros de nuestra familia inesiana, corresponden, desde que el Señor estableció su reinado, al anhelo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón de cada uno de nosotros que hemos sido llamados y confiamos en Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica no. 1818).  Dice Nuestra Madre: «La esperanza es una virtud obligatoria; radica en el espíritu, pero irradia en todo el ser» (Ejercicios Espirituales de 1933).  Y por otra parte afirma: «La confianza en Dios es precisamente la esperanza, pues, como confiamos en él, esperamos lo que nos ha prometido» (Carta colectiva desde Roma el 4 de octubre de 1978).  Ella recomienda en una carta: «Confiemos siempre en Dios, aun sobre toda esperanza y… triunfaremos en todo. El es infinitamente misericordioso» (Carta colectiva desde Cuernavaca el 21 de agosto de 1958).  

Ante esto podemos preguntarnos en sintonía con Madre Inés: ¿Cuáles son mis esperanzas?, ¿a dónde tiende mi corazón misionero? «Dile a Cristo —escribe la beata María Inés— que, aunque toques y no te conteste, aunque pidas y no te dé, aunque busques y no encuentres, en él confías y que confías en él contra toda esperanza, y que aún cuando estuvieras sentado en sombras de muerte en él esperarías. Es esta esperanza, esta confianza lo que deleita su corazón» (Carta personal de 11 de noviembre de 1955). 

Para terminar, quiero invitarles a contemplar con los ojos de la esperanza a la Santísima Virgen, vestida de Guadalupana que habló a nuestra madre fundadora y la llenó de esperanza ante una realidad que ella aún desconocía: «Si entra en los designios de Dios servirte de ti para las obras de apostolado...». Ella, hermanos, en ese entonces era una religiosa de clausura en el exilio... ¿qué podía hacer? Pensando en aquella escena, creo que todos podemos experimentar interiormente la serena certeza de que la esperanza cristiana, nuestra esperanza, es cierta. No es vano producto de una ilusión quimérica o la proyección ilusa de un ideal inalcanzable. Nuestra esperanza es cierta. Es, como dice la Carta a los Hebreos, ancla del alma, segura y firme (Hb 6,19). Segura y firme dice, es decir cierta.

Por tanto, no debemos olvidar que la Virgen santísima, nuestra patrona principal, María de Guadalupe, alma del alma de nuestra familia misionera, es modelo de nuestra esperanza. Y una esperanza cierta, sin la cual nuestra fe se convertiría en simple ideología y nuestra caridad en una solidaridad intrascendente. A fines del siglo XIX un poeta francés, Charles Péguy (Charles Pierre Péguy, también nconocido por sus seudónimos Pierre Deloire y Pierre Baudouin (7 de enero de 1873-5 de septiembre de 1914, fue un filósofo, poeta y ensayista francés, considerado uno de los principales escritores católicos modernos), decía: «La esperanza es la pequeña de la casa, insignificante en apariencia y que apenas cuenta, pero sin la cual ni la fe ni la caridad se sostendrían» (“El misterio de la santa infancia”. Es un largo poema que reflexiona sobre la fe. y la esperanza, y en el que la esperanza es representada como una niña pequeña e indispensable para la vida cristiana, según lo menciona un artículo en la página del sitio “Iglesia de Aragón”). Cerremos nuestra reflexión recordando que el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que la esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo (Catecismo de la Iglesias Católica no. 1817).  Eso es lo que hizo Madre Inés.

Padre Alfredo, M.C.I.U.

Conferencia en Roma, octubre de 2025.
Encuentro Internacional de la Familia Inesiana.
Año Jubilar de la Encarnación.

domingo, 12 de octubre de 2025

«La llamada y las pruebas»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio, la Buena Nueva, es siempre una llamada a ver la realidad en la que estamos, el mundo que nos envuelve y sobre todo una llamada a vernos a nosotros mismos insertos en este mundo en toda época, tiempo y lugar trabajando constantemente en un proceso arduo de conversión para alcanzar la salvación. Hoy, es especial, en el trozo que nos presenta en la Liturgia de la Palabra (Lc 11,29-32), dentro de este marco de «llamada», hay una invitación concreta de Jesús a revisar si si nuestro corazón está abierto a la conversión o buscamos pruebas que nos «justifiquen» en la cerrazón interior ante la llamada a la conversión.

La dureza del corazón, que Jesús reprocha en quienes parecía que lo oían pero no lo escuchaban, incapacita al hombre para reconocer la llamada de Dios en los acontecimientos, olvidando que la conversión no proviene de signos milagrosos, sino de un cambio del corazón y de un estar, como decimos coloquialmente «dale y dale», sin tregua ni descanso. En nuestros asuntos mundanos, cuando falta la confianza pedimos pruebas para creer lo que se nos dice. Pedimos que se nos demuestre con obras, con pruebas que fundamenten la credibilidad. Y dichas «pruebas», en esos casos, lo que demuestran es la falta de confianza.

Jesús en su infinito amor nos ofrece el signo de una vida nueva, la resurrección, recordándonos con ello que el testimonio de la propia vida que se hace donación, «pan partido» como Él, es el signo de la confianza. Por eso nos da el testimonio de su vida para que le creamos a Él, para que confiemos en Él. Ser creyentes es escuchar cada día la llamada de Jesús a la conversión para ser testigos vivientes de su estilo de vida, apóstoles, discípulos-misioneros. Ser creyentes es dar un testimonio de vida de una manera coherente, volcada en amor a los necesitados, como nos lo recuerda el Papa León en su Exhortación Apostólica «Dilexit te». Pensemos en el sustancioso testimonio que daba la Virgen María y que provenía de escuchar la Palabra y ponerla en práctica. Por eso conviene que pidamos su intercesión. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.


Con el gozo de estar en Roma, la que considero mi segunda casa, comparto feliz mi reflexión luego de haber tenido ayer el regalazo de contemplar de cerca la imagen original de Nuestra Señora de Fátima, que traída de Portugal para el jubileo de los movimientos marianos, nos reunió a su alrededor para rezar el Santo Rosario por las necesidades del mundo entero, así que, mis queridos lectores... ¡Aquí estuvieron conmigo! No se me hace casualidad que este domingo el Evangelio (Lc 17,11-19) nos narre el episodio de los diez leprosos que se acercan a Jesús suplicando que tenga compasión de ellos. Ayer nos acercamos muchos —tanto en Santa María Transpontina como en la vigilia en la plaza de San Pedro— a la Virgen Santa para orar y pedir por la «lepra» actual del mundo, la indiferencia y el olvido de los más necesitados.

El hombre y la mujer de fe, no puede ir con indiferencia perdiendo la visión de tantos necesitados que, en el Evangelio de San Lucas, para mostrar que se trata de una comunidad grande, como es el gran número de almas necesitadas de amor y compasión en el mundo, se muestra en diez leprosos —como son diez las monedas que la mujer tenía y le falta una (Lc 15,8); diez sirvientes entre los que hay un perezoso (Lc 19,13-25; cfr. Mt 25,28) y diez vírgenes, de las que cinco resultan previsoras y cinco imprudentes (Mt 25,1-13)—. Jesús escuchó la petición de los diez leprosos, y como vemos, les pide a cambio un gesto de confianza y una acción: «caminar». Será en el camino en donde encuentren la curación. Seguro que se llenarían de inmensa alegría, conocida de mucha gente, cuando los sacerdotes verificaron públicamente la curación del grupo. Pero solo uno, el samaritano, se acordó agradecido de su benefactor, Jesús, y supo «dar Gloria a Dios» volviendo con acción de gracias a sus pies.

Los diez leprosos —como el ciego de Jericó (Lc 18,35-43) y el Buen Ladrón (Lc 23,39-43)— llamaron al Maestro por su nombre: «¡Jesús, ten compasión de nosotros!». Todos se curaron, pero solamente uno de los diez, alcanzó la salvación plena: «¡Tu fe te ha salvado!». Nuestra acción de gracias da gloria a Dios y nos prepara para recibir la salvación. Por eso nos conviene fomentar en nuestro corazón, junto a la petición llena de confianza por lo que necesitamos y la compasión por los necesitados, la acción de gracias por todo lo que recibimos, incluso sin pedirlo. Como dice san Juan Crisóstomo: «Dios nos hace muchos regalos, y la mayor parte los desconocemos». Si somos agradecidos con Dios y le alabamos por todo, como María, atraemos para nosotros y para los demás las bendiciones del Cielo, la salvación. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

sábado, 11 de octubre de 2025

«Que Dios nos muestre su mano misericordiosa»... Un pequeño Pensamiento para hoy

La primera lectura de este viernes es del libro de Joel, un profeta del que no conocemos su biografía pero según algunos datos del libro hay quienes lo sitúan hacia el año 830 antes de Cristo. Su lenguaje tiene una marcada belleza poética y cuenta una tremenda plaga genérica de langostas que asoló el país de Judá, anclado por aquel entonces en la agricultura y la ganadería. El profeta destaca, entonces, por ser un elegante cronista de epidemias y de amenazas de guerra. Manifiesta sentimientos de cercanía para con sus semejantes y busca, además, un camino de salida abriéndose al misterio de Dios. Joel invita a los sacerdotes a reunirse en la casa de Dios para aclamar al Señor pensando en los tiempos últimos. Dios muestra su mano misericordiosa, acepta las lágrimas de arrepentimiento y tiene piedad de su pueblo; recibe los corazones desgarrados, no entrega su heredad al oprobio, en sus planes tiene abierto el camino de retorno hacia él y enviará al Mesías.

Ese Mesías, encarnado, dará al hombre vuelos de eternidad hacia esos últimos tiempos para gozar luego de la contemplación eterna del Señor. ¡Hacia allá anhelamos todos llegar! El lastre del pecado original impedía a las criaturas humanas despegar hacia las alturas de un horizonte infinito pero, gracias al Mesías, la llegada al Cielo se hace realidad. La omnipotencia divina ha salido al paso de los intentos vanos del hombre por ascender hacia donde se sentía impulsado, es decir, a la plenitud de unión con Dios. Esta era su meta: «Creó Dios al ser humano a imagen suya» (Gen 1, 27). De esta manera, con ayuda del profeta Joel y del Evangelio de hoy (Lc 11,15-26) nos llenamos de consuelo sabiendo que no estamos distanciados de Dios, sino unidos a él. La unión perfecta de Jesús con Dios, buscando siempre la elevación del hombre, no la entendieron algunos de la multitud que asistieron a la expulsión de un demonio. Estos tales sentenciaron: «Por el poder de Belzebú, el príncipe de los demonios echa los demonios». ¡Nada más lejos del discernimiento de Jesús! Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. La bondad de Dios es lo más opuesto a la maldad procedente el pecado de Belzebú y de sus secuaces que, con plena libertad, eligieron el mal del pecado.

Jesús no descansa de estarnos llamando continuamente al bien, incluso en medio de «las plagas» que se presentan en nuestra vida. Él busca la manera de llamarnos hacia el bien, a la unión con Dios y con el prójimo. Él nos pone en guardia, sin embargo, frente a las fuerzas del mal, que saben unirse también para causar la ruina del hombre. Pero la victoria está conquistada por el Señor: «Tomen las armas de Dios, para que puedan resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manténganse firmes» (Ef 6, 13). Que la Virgen María nos ayude a estar alerta para experimentar, como dije al inicio de esta reflexión, la mano misericordiosa de Dios y nos aleje de las insidias del enemigo que no descansa. ¡Bendecido viernes ya desde la Ciudad Eterna!

Padre Alfredo.

jueves, 9 de octubre de 2025

«Pedir, buscar, llamar»... Un pequeño pensamiento para hoy

El Papa León, acaba de presentar esta mañana en Roma su primera exhortación apostólica titulada «Dilexit te». Un documento inicialmente empezado por el Papa Francisco sobe al Iglesia y los pobres. Lo he leído ya, pues ya bastante mejor, salí temprano de casa rumbo al aeropuerto para montarme en este Boeing Max 737-8 Max y continuar esta noche en el avión más grande de Aeroméxico rumbo, precisamente, a la Ciudad Eterna a participar en el Jubileo de la Familia Inesiana. Allá el Santo Padre ha celebrado en este día la Misa del Jubileo de la Vida Consagrada y nos ha recordado, con las tres palabras clave del Evangelio de este jueves (Lc 11,5-13), «Pedir», «buscar» y «llamar», que sin Dios nada tiene sentido, nada vale y el «pedir», «buscar» y «llamar», hacen referencia a esta verdad. Si pedimos, con ojos de fe, Dios nos dará lo que nos conviene, si buscamos con esperanza viva Dios nos ayudará a encontrar lo que queremos alcanzar y si llamamos a la puerta de su corazón, nos abrirá con exquisita caridad.

Al leer «Dilexit te», en consonancia con este Evangelio, uno puede captar algo muy importante. Para poder «pedir», «buscar» y «llamar» a la compasión de Dios, uno tiene que reconocerse pobre, necesitado se su gracia. Y para eso hay que ser humildes, como el hombre que, con insistencia, molestando como es obvio al amigo que sabe, que, por la misericordia que le conoce, le abrirá. Por supuesto que Jesús no está diciendo con esta parábola, que los creyentes siempre obtengamos lo que pedimos; los motivos equivocados, por ejemplo, obstaculizarán las respuestas a cualquier petición (St 4,3). Sin embargo, cuanto más tiempo pase un hombre y una mujer en comunión con Dios, más sabrá qué es lo que le pedir de acuerdo con la voluntad de Dios. 

«Pedir», «buscar», «llamar». No olvidemos estas tres palabras sentidos diferentes que se consideran aquí como algo esencial y que han de mover nuestro corazón para acercarnos a Dios. «Pedir» es verbal; los discípulos–misioneros de Cristo debemos usar nuestras bocas y pedir a Dios con ganas. «Buscar» implica algo mental que es, diríamos, más que pedir; es establecer prioridades y enfocar el corazón. «Llamar» implica un movimiento físico, en el que hemos de actuar... ¡Moviendo las manitas!, diría el padre Pepe. Aunque pedir y buscar son de gran importancia, estarían incompletos sin moverse a llamar. San Juan dijo que no debemos amar solo de palabra, sino también con las obras (1 Jn 3,18). De la misma manera, es bueno orar y buscar a Dios, pero si no se actúa también de manera que agrade a Dios, todo es en vano. No es casualidad que Jesús dijera que los creyentes deben amar a Dios con todo su corazón, con toda alma, con toda su mente y con todas sus fuerzas (Lc 10,27). Que María Santísima nos acompañe en este santo insistir. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

martes, 7 de octubre de 2025

«Como María, a los pies de Jesús... UN PEQUEÑO PENSAMIENTO PARA HOY

Escribo ya bastante tarde un poco más relajado, luego de que esta tarde me quitaron los puntos de la encía y me controlaron la infección en la garganta... es que, como dicen a veces llueve sobre mojado. Gracias a eso pude ya celebrar la santa misa de nuestra patrona: «Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás» gozando de un momento maravilloso con la gente más cercana a la comunidad, ya que la fiesta solemne se traslada al domingo para que todos, especialmente trabajadores y estudiantes, puedan asistir. El día 5, monseñor Alonso Garza, obispo emérito de Piedras Negras y gran amigo, presidió la misa solemne. Hoy, pudiéramos decir, la cosa fue más casera y por supuesto no faltaron las enchiladas al salir de misa desafiando el tormentón que en segundos hizo que se vaciara el cielo nicolaíta, que estaba cargado de nubes.

El Evangelio de hoy (Lc 10,38-42) nos presenta el conocido pasaje de Martha y María, en el que destaca la presencia de esta última a los pies de Jesús escuchando su palabra. Hoy que celebramos a Nuestra Señora del Rosario he pensado que seguramente esta mujer, aunque la Escritura no lo menciona, siendo amiga de Jesús, con sus hermanos Marta y Lázaro, sería también amiga de la Virgen, a quien contemplaría en otras veces a los pies de su Hijo Jesús y por eso la imita. Esta actitud tiene entonces tiene un significado muy profundo para nosotros: implica de hecho de que ella, imitando el «Sí» de la Madre de Dios, que personifica a la esposa amada del Señor, que es la Iglesia, nos invita a escoger siempre la mejor parte, haciendo lo que él nos diga. No en vano en esa ocasión, dirigiéndose a Marta, agobiada por el quehacer, Jesús le dice: «Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria». La Virgen, queridos hermanos, nos enseña muy bien cuál es esa sola cosa necesaria. Ella es la que ha creído y ha vivido inmersa en Dios. En nuestro ser y quehacer, como en la vida de los hermanos de Betania a los que hoy visita Jesús, María, la Madre de Dios, la Virgen del Rosario, entrelaza su vida con la nuestra. 

¿Quién de nosotros no ha pasado por momentos maravillosos de gozo como Ella, que quedó llena de alegría con el anuncio del ángel? ¿Quién de nosotros no ha experimentado la luz de Cristo que nos saca de tantos apuros como en aquella ocasión que faltaba el vino y gracias a María alcanzó y sobró? ¿Quién de nosotros no ha experimentado el dolor como María, que ciertamente lloró ante el cuerpo lacerado de su Hijo al ser bajado de la Cruz? Y por último, ¿Quién de nosotros no mantiene viva la esperanza en la gloria del Cielo como Ella, que con su confianza y perseverancia nos invita a esperar?  Con razón la beata María Inés, en una sencilla cartita que dirige a su hermana Tere, esposa y madre de familia le dice: «No dejen de rezar en casa todos los días el Santo Rosario. Acuérdate como les pidió esto con mucha instancia, la santísima virgen a los pastorcitos de Fátima. Es el pararrayos en las familias, por ese medio la madre de misericordia derrama torrentes de gracias, preserva del mal, y nos ayuda a ser cada día más semejantes a su divino Hijo». Que Ella nos siga acompañado en todo momento, en todo tiempo y lugar de gozo, de luz, de dolor y de gloria. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

HOMILÍA EN LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA EL ROSARIO.


Queridos hermanos: 

A este Año Jubilar dedicado a la virtud teologal de la Esperanza, se une el año jubilar que desde febrero hemos iniciado por la próxima celebración del 25 aniversario de erección de nuestra parroquia. En medio de este hermoso marco, celebramos hoy a nuestra patrona, Nuestra Señora del Rosario en San Nicolás, la Madre de Dios que encarnó esta virtud de la esperanza acompañando a su Hijo en los misterios de su vida y de la nuestra. La esperanza, dio a la Virgen la fuerza y el coraje para dedicar voluntariamente su vida a hacer vida la Buena Nueva y abandonarse por completo a la voluntad de Dios. El Papa León, el día de ayer, en el rezo de las Vísperas Solemnes en honor de Nuestra Señora nos ha recordado que «se dice a menudo que la Encarnación tuvo lugar primero en el corazón de María, antes de ocurrir en su seno —y que— esto subraya su fidelidad diaria a Dios». 

El breve relato que hemos escuchado en la segunda lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta a María santísima envuelta en los misterios de la vida de la comunidad, que se reunía en torno a Jesús, que se había quedado presente en la Eucaristía. «Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos». (Hch 1,12-14). Desde sus inicios, la comunidad cristiana no quiso prescindir de la presencia de la Virgen María, a la que se reconoció inmediatamente como arquetipo de aquellos que «han encontrado gracia» a los ojos del Señor. 

El Evangelio de hoy (Lc 10,38-42), destaca hoy el papel de otra María, la de Betania, que seguramente, aunque la Escritura no lo menciona, siendo amiga de Jesús, con sus hermanos Marta y Lázaro, sería también amiga de la Virgen, a quien contemplaría en otras veces a los pies de su Hijo Jesús. Esta actitud de María de Betania, tiene entonces tiene un significado muy profundo para nosotros: implica de hecho de que ella, imitando el «Sí» de la Madre de Dios, que personifica a la esposa amada del Señor, que es la Iglesia, nos invita a escoger siempre la mejor parte haciendo lo que él nos diga. No en vano en esa ocasión, dirigiéndose a Marta, agobiada por el quehacer, el Hijo de María le dice: «Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria». 

La Virgen, queridos hermanos, nos enseña muy bien cuál es esa sola cosa necesaria. Ella es la que ha creído, y, de su seno, han brotado ríos de agua viva para irrigar la historia de la humanidad en diversos misterios de la vida. En nuestro ser y quehacer, como en la vida de los hermanos de Betania a los que hoy visita Jesús, los misterios del rosario se entrecruzan acompañados de María. ¿Quién de nosotros no ha pasado por momentos maravillosos de gozo como Ella, que quedó llena de alegría con el anuncio del ángel? ¿Quién de nosotros no ha experimentado la luz de Cristo que nos saca de tantos apuros como en aquella ocasión que faltaba el vino y gracias a María alcanzó y sobró? ¿Quién de nosotros no ha experimentado el dolor como María, que ciertamente lloró ante el cuerpo lacerado de su Hijo al ser bajado de la Cruz? Y por último, ¿Quién de nosotros no mantiene viva la esperanza en la gloria del Cielo como Ella, que con su confianza y perseverancia nos invita a esperar? 

Cada vez que desgranamos las cuentas del Rosario, en la camándula o en un decenario, recordamos, llenos gratitud y de alegría su protección a lo largo de nuestra historia personal y comunitaria, sobre todo gozando su presencia silenciosa, cercana y maternal que siempre conforta. La beata María Inés, en un sencilla cartita que dirige a su hermana Tere, esposa y madre de familia le dice: «No dejen de rezar en casa todos los días el Santo Rosario. Acuérdate como les pidió esto con mucha instancia, la santísima virgen a los pastorcitos de Fátima. Es el pararrayos en las familias, por ese medio la madre de misericordia derrama torrentes de gracias, preserva del mal, y nos ayuda a ser cada día más semejantes a su divino Hijo». (Carta a su hermana María Teresa el 31 de mayo de 1952). Por otra parte, quizá adelantándose proféticamente a sus tiempos y contemplado lo que ahora vivimos anota en su Diario: «Si en tantos hogares no hay paz, no hay amor, tolerancia mutua y no se goza de la vida íntima de familia; es porque no se ama a María; ya no se reza en familia el Santo Rosario, las costumbres piadosas han desaparecido de muchos hogares; el dulce nombre de María no se invoca, Y si no aman a ella, Jesús ¿Quien los enseñará a amarte?» Diario de 1932 a 1934.

Quiero volver ahora al inicio de esta mal hilvanada reflexión, que preparé en medio de mis inesperados días de enfermedad, quiero invitarlos a contemplar a María como la Madre que nos invita a mantenernos firmes en esperanza, que no defrauda (cf. Rm 5,5). María como discípula-misionera, Madre de Dios y Madre nuestra, es el prototipo de cómo vivir la esperanza cristiana de modo comprometido. En los textos marianos del Nuevo Testamento, como este tan sencillo que hoy da pie a nuestra reflexión, la actitud de esperanza de María se realiza por medio de un itinerario que comparte la misma vida de Cristo y sabe dejarse sorprender por él para acompañar después a sus hijos, los hermanos de Jesús. El testimonio de María, en medio de este grupo de oración que nos presenta el libro de los Hechos, se propone como figura o personificación de la Iglesia que vive en esperanza comprometida.

Es fácil encontrar en la vida de María los «lugares» de aprendizaje del ejercicio de la esperanza: la oración como escuela de la esperanza, el actuar y el sufrir, el juicio o examen de amor ya desde ahora y al final de la peregrinación terrena. En las diversas escenas evangélicas, como la anunciación, el Magnificat, Belén, la huida a Egipto, Nazareth, las Bodas de Caná, la vida pública de Jesús, su permanencia al pie de la Cruz... María se presenta con esta actitud de apertura a la Palabra personificada en el mismo Jesús. Por esta «contemplación», ella podía vislumbrar, llena de esperanza, un más allá. La cercanía de Jesús, desde el día de la Encarnación, se convierte en experiencia de una presencia que es más allá de la visibilidad humana y de los éxitos inmediatos que le hizo permanecer siempre a los pies de su Hijo Jesús siendo la primera en escuchar su Palabra y ponerla en práctica. María fue viviendo estas sorpresas gozosas y dolorosas, los momentos de luz y de gloria llena de esperanza. Por eso Ella, para aquellos primeros cristianos, impactados ciertamente por la resurrección de Cristo, pero experimentando a su vez su ausencia física, se convierte en «Estrella de esperanza» y «Madre de la esperanza» por ser reflejo de la luz personificada en Jesús. Y por ser Madre de Jesús, nuestro hermano mayor, es Madre de todos nosotros. 

Si al rezar el Rosario contemplamos a María, como Esperanza nuestra, entendemos que esperar, para todo hombre y mujer de fe, es caminar juntos, es salir de nuestras pequeñas covachas para dirigirnos, como Ella, hacia la inmensa fuerza del Misterio de Dios, que es su Reino que ya estamos viviendo. Con el ejemplo que ella nos da, nos queda más claro que esperar es aceptar el riesgo de la vida de Dios en nuestra vida y decirle «Sí»

Cuando estaba preparando en medio de la oración esta homilía que seguro los está arrullando y que parece no terminar nunca, me vino el pensar que nunca he preguntados por qué este hermoso templo está dedicado a Nuestra Señora del Rosario desde antes de haberse constituido como parroquia hace casi ya 25 años. No sé de quién o de quienes fue la iniciativa, pero sé que eso, ha venido de lo alto. Ella quiso quedarse aquí, en el corazón de tantos y tantos que hemos pasado por este bendito lugar, como yo, que aquí celebré mi primera misa y como muchos de ustedes que aquí se bautizaron, que aquí se casaron, que aquí han vivido momentos de gozo, de luz, de dolor y de gloria.

Queridos hermanos, estamos hablando de María pero, en cierto sentido, también estamos hablando de nosotros, de cada uno de nosotros, poerque también nosotros somos destinatarios del inmenso amor que Dios reservó —ciertamente, de una manera absolutamente única e irrepetible— a María. En esta solemnidad de Nuestra Señora del Rosario, sigamos contemplando a María. Pidámosle llenos de fe que ella nos abra a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseñe el camino para alcanzarlo. Que Ella nos ayude a acoger en la fe a su Hijo, a no perder nunca la amistad con él, a dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; a seguirlo cada día, incluso en los momentos en que sentimos que nuestras cruces resultan pesadas. María, el arca de la alianza que está en el santuario del cielo, nos indica con claridad luminosa que estamos en camino, en esta hermosa red que es nuestra parroquia, hacia nuestra verdadera Casa, la comunión de alegría y de paz con Dios. Amén.

Padre Alfredo, M.C.I.U.

lunes, 6 de octubre de 2025

LA CASA DE LOS FAMOSOS Y EL BUEN SAMARITANO... Un pequeño pensamiento para hoy

Luego de varios días de haber dejado de compartir con ustedes, mis 14 lectores, mi reflexión por cuestiones de salud, retomo con gusto este «hobbie espiritual» que tanto disfruto, no sin antes agradecer el tropel de oración que se aventaron por un servidor. Para alguien que desde que fue sacado artísticamente con fórceps del vientre materno y cuyos recuerdos de niño tiene que ver mucho con el hospital, los doctores, las enfermeras y Lucita, la señora que inyectaba, no deja de ser sorpresiva la visita inesperada de Dios en situaciones de cirugías por más pequeñas que sean. Hoy el Evangelio Lc 10,25-37) es maravilloso como siempre y me ha hecho pensar en un acontecimiento que más que nuestras fiestas patronales en torno a la Virgen del Rosario, conmocionó a todo México y paralizó miles de actividades en toda la nación; incluso, seguramente, más que el informe presidencial. Me refiero a «La Casa de los Famosos». Seguro quien lea en otros países no sabré de qué hablo. Se trata de un programa como aquel famoso «Big Brother» pero con influencers de moda y artistas que con pena digo, me son totalmente ajenos por mi ignorancia televisiva.

Las parábolas de Jesús eran menos inocuas de lo que a primera vista. Siempre llevaban mucho detrás. Este lunes, la del «Buen Samaritano» es sensacional para abrirnos los ojos a una realidad: «¡Hemos dejado de voltear a ver al hermano necesitado!». Jesús propone esta parábola para responder a la pregunta «quién es mi prójimo». Ayer, 43 millones 150 mil votos de gente que estaba pegada al televisor desde sus hogares, habla de una situación que es de pensar. Pasando de largo ante 8.5 millones de seres humanos en situación de miseria —según datos del INEGI—, miles y miles de enfermos sin posibilidad de comprar medicamento, cientos de ancianos descartados y 4.4 millones de personas analfabetas que difícilmente encontrarán un empleo digno... nos hemos convertido en «Buenos Samaritanos» de gente que en ese reality ganaba entre $630,000 y $70,000 pesos. La diferencia es que el buen samaritano de la parábola no se preguntó por la procedencia del apaleado, no le pidió papeles. Se dio cuenta de que allí había sufrimiento y era preciso intervenir de inmediato. Más tarde volvería y arreglaría los asuntos con el hospedero.

Por ser una persona hiperactiva, ha sido complicado, desde pequeño, tenerme sentado frente al televisor, así, que, por lo mismo, nunca he visto un reality de ningún tipo. Pero bien sé que están envueltos en un aire de superficialidad y falta de contenido de baja calidad. Algunos amigos psicólogos me dicen que se provoca la manipulación haciendo que el auditorio vibre con el odio hacia algunos participantes fomentando dinámicas perjudiciales. Leyendo al eminente sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman (1925-2017) uno alcanza a ver que en medio de la sociedad líquida en la que vivimos, este tipo de entretenimiento va moldeando la percepción de la realidad influyendo en los valores y comportamientos de la sociedad. La Casa de los Famosos batió nuevamente récords de métricas digitales como negocio exitoso. El ganador se llevó 4 millones de pesos más lo que ya ganaba cada semana... ¿Y quiénes perdieron? Tal vez entre ellos esté la multitud que con las bocinas de los carros que están pagando hasta el día del juicio final, a todo lo que da y acompañados de porras a todo pulmón, se lanzaron anoche a festejar en la Macroplaza de Monterrey porque el ganador fue alguien de aquí, mientras los necesitados de alguna ayuda económica, una caricia, un poco de comida, un abrazo, un rato de escucha, una llamada de consuelo, etc. Se quedaron tirados en el camino. Quizá para algunos hubiera sido conveniente que no me recuperara para volver a escribir, pero yo creo que ustedes, mis 14 lectores, me darán la razón. Que la Santísima Virgen, a quien mañana contemplaremos como Nuestra Señora del Rosario, la excelsa mujer que comparte con nosotros los misterios de la vida, nos abra los ojos y el corazón. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

sábado, 4 de octubre de 2025

ORACIÓN VOCACIONAL DEL JOVEN



Señor Jesús,
reconociéndome amado por Ti,
he visto cuánto te necesita
el mundo.

A pesar del miedo y la duda,
aquí estoy.
Envíame a ser,
lo que has soñado para mí,
desde la eternidad.

María, Madre de los jóvenes,
tú que dijiste «sí» con alegría,
enséñame a hacer,
todo lo que Él me diga.
Amén.