El Instituto de Misioneras Inesianas Consagradas, es un Instituto Secular que forma parte de la Familia Inesiana fundada por la Beata Madre María Inés Teresa Arias. Está contituido por un grupo de mujeres que han sido llamadas por Dios a vivir su consagración en el mundo y que, junto con el llamado al Sacerdocio ministerial de los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal, de los sacerdotes del Grupo Madre Inés y el llamado a la vida religiosa de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, es una vocación para seguir a Jesucristo muy de cerca, teniendo sus mismos sentimientos, viviendo en su amistad y haciendo lo que él nos enseña y nos manda, para ser expresión de su misericordia en el mundo.
Todos los consagrados de la Familia Inesiana, incluidas por supuesto las Misioneras Inesianas, están llamados a seguir muy de cerca a Jesús, a imitarlo en la vivencia de los consejos evangélicos, y a dar testimonio de la grandeza del amor de Dios en el mundo. La vida consagrada es una entrega generosa a Dios cuyo amor es capaz de saciar las aspiraciones del corazón humano. Es un llamado a consagrarse en amor a Dios uno y Trino, y a confesarlo, es decir, proclamarlo como lo máximo a lo que puede aspirar el ser humano.
Esa entrega, esa unión amorosa, esa alegría de amar a Dios por sobre todas las cosas, es la base, la fuente, la motivación de la entrega de servicio y de testimonio de amor que todo consagrado está llamado a dar a sus hermanos; cada uno y cada una en su vocación de consagración y en la forma específica de vivirla. Sin esa base profundamente religiosa no hay vida consagrada que se sostenga. Así lo presenta San Juan Pablo II en su bellísima Exhortación Apostólica sobre la vida consagrada (VC 14.40). Proclamar a la Santísima Trinidad como el amor total intenso, puro generoso, permanente, fiel, a la humanidad sedienta de amor. Es una vida de entrega específicamente religiosa, es decir, teologal, que pone a Dios por encima de todas las cosas, que vive constantemente en unión con Él, que todo lo hace por Él y para Él, para su gloria y para que el mundo viva. Y con esa fuerza la persona se consagra totalmente a dar su vida al servicio de la humanidad.
Por eso la vida consagrada es tan grande y tan necesaria para nuestra Familia Inesiana, para la Iglesia y para todo nuestro pueblo. En medio de las tinieblas del mundo cargado de pecados, del odio, de la ambición, de la crueldad, del egoísmo y la maldad, la vida consagrada, muestra al mundo que es posible una vida mejor, alabando y glorificando a Dios al mostrar a los hermanos el camino de la felicidad. Por eso el valor de la vida consagrada para la Iglesia y la humanidad, es incalculable. La vida consagrada, además, es un servicio de caridad permanente a los hermanos.
Esto nos lleva a la consideración de la misericordia. Dios es misericordioso porque nos ama, porque nos tiene compasión, porque nos perdona y nos tolera, porque nos alimenta y nos sana. Y lo hace de mil maneras. Y llama de manera especial a los consagrados a practicar la misericordia. Recordemos el texto del juicio final en el cap. 25 de San Mateo: seremos juzgados por el amor que tengamos, por la misericordia que practiquemos con el pobre, con el enfermo, con el débil, con el hambriento, con el ignorante y el pecador, con el impertinente y el fastidioso, con el soberbio y el que cree equivocadamente que lo tiene todo… Cristo —nos dice el Papa Francisco— es el rostro de la misericordia de Dios. El Papa quiere que, en especial los consagrados, sean misericordiosos como nuestro Padre celestial. La vida consagrada, con su testimonio de disponibilidad total en la obediencia, en la pobreza evangélica y en la virginidad por el Reino de los Cielos, en su constante servicio de caridad, es una manifestación continua de la misericordia de Dios. Por supuesto: la religiosidad del consagrado, que debe ser intensa, que no debe admitir mundanidad, ni estilo seco en lo religioso, lo lleva a volcarse amorosamente a socorrer al prójimo. Esto es lo que nos enseña San Juan Pablo II en su Exhortación, cuando habla del servicio de caridad como una de las líneas de fuerza dela Vida consagrada.(VC 72-99)
La Misionera Inesiana, es una mujer enviada por la Iglesia a los ambientes de la vida ordinaria para hacerla extraordinaria, según el carisma específico que la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento ha impreso a esta obra. La Misionera Inesiana vive en el mundo sin ser del mundo, llevando una vida intensa de oración, de amor a María y de presencia de Dios en medio de las actividades que un laico vive cada día, pero, con una consagración especial de obediencia, pobreza y castidad. Su misión es muy peculiar, pues viviendo como cualquier otra persona del mundo, debe impregnar todas sus actividades de una gran caridad cristiana, imitando a Cristo en todo momento. El valor de lo ordinario vivido de manera extraordinaria, según el carisma inesiano, hace que la Misionera Inesiana se identifique con la sal (Mt 5,13-16) y el fermento, la levadura (Mt 13,33); elementos que apenas se ven, pero con una gran capacidad para diluirse en la masa y hacerla fermentar en Cristo para dar sabor a Evangelio.
La Misionera Inesiana es una mujer que sin separar fe y vida, vive en medio del mundo la total consagración a Dios y la secularidad a la vez. Para la Misionera Inesiana, la secularidad es consagrada y la consagración es secular. Asume, cada una por si sola y todas unidas a la vez como instituto, la diversidad al servicio de la misión como elemento de su identidad como consagrada. La secularidad consagrada la vive, cada una de las misioneras, en diferentes realidades sociales: familiares, institucionales, profesionales... con la finalidad de llegar a cualquier espacio vacío que necesite la luz del evangelio, la sal, la levadura. Pero su Vida Consagrada no despertará interés ni representará nada para el mundo, si no están todas y se sienten apoyadas y necesitadas unas de otras como comunidad.
La Misionera Inesiana es una mujer que, llamada por Dios, hace un esfuerzo por ayudar a la Iglesia en su misión de ser “luz para alumbrar a todas las naciones” (cfr. Lc. 2, 32). La luz de la Palabra hecha Carne en cada una de las misioneras, es la luz de Dios que recrea y da brillo a sus mismas vidas y a las de quienes les rodean; la única capaz de provocar en sus corazones el deseo de algo grande, de algo que constituye un preciado regalo para la humanidad dolorida: ¡Vivir la misericordia cada día! Creo que el papa Francisco, si viera el pequeño grupito de Misioneras Inesianas esparcidas en varios países del mundo, gozaría de ver unas mujeres consagradas fuertemente unidas por quien es la Luz del Mundo, dispuestas a salir por caminos insospechados para hacerse las encontradizas con los hermanos y hermanas más necesitados para decirles: "vengan hemos encontrado el tesoro de nuestra vida y deseamos compartirlo”.
Cuando José y María llevaban a Cristo «Luz del mundo» al templo, Simeón exclamó, “…mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel” (Lucas 2, 30–32). La luz ha venido y las tinieblas no pueden vencerla (Juan 1,5). Jesucristo, la verdadera Luz del mundo, ha llamado a las Misioneras Inesianas para compartir su misión de llevar la luz a quienes caminan en la oscuridad en medio del mundo. Además las llamó también a ser la luz. “Ustedes son la luz del mundo…que de igual manera brille esta luz ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos” (Mateo 5, 14–16).
Como laicas consagradas, las Misioneras Inesianas, tienen un papel muy importante en el trabajo de la Nueva Evangelización y tienen como Patrona Principal a Nuestra Señora de Guadalupe, misionera por excelencia y como Ella, deben llevar la luz de Cristo a los demás. El día de su bautismo fueron, de alguna manera, «presentadas en el templo» como nuestro Señor. Por medio de su bautismo recibieron el don de la vida nueva de Dios, fueron llenadas con su gracia y se convirtieron en el templo del Espíritu Santo. Es decir, se encendió «su luz». Ahora, por su responsabilidad como consagradas, están llamadas a llevar la luz a los demás. No pueden escapar a esa responsabilidad. Tienen que llevar la luz de la verdad y el amor de Dios a los que se encuentran en la oscuridad, incluso los que viven con miedo, en la pobreza, sin hogar, en la desesperación y los que sufren con conflictos familiares, problemas económicos, la adicción y muchas otras luchas de la condición humana. También se puede tratar de las personas que viven sin un propósito o significado en la vida, por ejemplo, las que todavía no saben por qué fueron creadas ni a dónde va su vida.
Jesús utilizó también la imagen de la sal de la tierra a la que ya he hecho referencia (Mateo 5, 13). Sal de la tierra. ¿Qué más puede significar para ustedes esta parte del Evangelio aparte de que deben «sazonar» al mundo con la presencia de Cristo? Tienen que penetrar el mundo con el sabor del Evangelio. Pero Cristo también nos avisa de la sal que se vuelve insípida y que ya no sirve. Que nunca pierdan su sabor, lo cual es, de hecho, la semejanza a Cristo. No pueden ser tibias en su testimonio del Evangelio. Tienen que crecer en fervor y celo por el amor y la verdad que se revela en la persona de Cristo. Jesús empleó también la imagen de la levadura para describir el Reino de Dios: “El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por fermentarse” (Mateo 13, 33). Es importante entender esta imagen. Se requiere solamente un poquito de levadura para hacer que una cantidad grande de harina se fermente... ¡Un poquito solamente! ¡nuestro poquito! Dice la beata María Inés: “Cuando la Misericordia y la miseria se encuentran y se comprenden y se funden, ya no queda mas que la Misericordia” (Lira del Corazón, Segunda Parte, Cap. III).
Así debe ser de por sí todo bautizado, pero más aún quien ha decidido consagrar su vida en plenitud al Señor. El Concilio Vaticano II utilizó la misma imagen para describir el papel de los laicos en la vida y la misión de la Iglesia (Lumen Gentium 31). Deben santificar el mundo desde su interior, como la levadura, para cumplir sus propios deberes y su única vocación. la vocación de Misioneras Inesianas, como consagradas, no las exime de una vida fraterna en comunidad pero les pide que vivan en el mundo y no en el claustro, en familia o fuera de ella, solas o en grupos de vida fraterna, de manera parecida a los que viven la vida religiosa, pero recalcando la necesidad de ser levadura en medio de la sociedad.
En Costa Rica, en México, en Italia... ¿cuántos católicos practicantes habrá entre la población entera? Parece ser poco en comparación con el resto de la población. Pero Jesús nos dice que es todo lo que se necesita: ¡un poquito! Las Misioneras Inesianas hacen su parte al tomar en serio su llamado bautismal según su vocación de consagradas en el mundo. ¡Dios hace el resto! Es responsabilidad de cada consagrado ser fiel a Cristo, al Evangelio y a la Iglesia. ¡Me emociono con todas las posibilidades que hay para cada una de las misioneras y para todas como instituto! Dice Nuestra Madre la beata María Inés: “Conquistar almas para el cielo, con nuestra acción misericordiosa, con nuestra palabra evangélica, con nuestra enseñanza catequística; es un sagrado deber que nosotros mismos hemos escogido”. (Carta colectiva del 22 de abril de 1978). La Misionera Inesiana no debe olvidar nunca que ha sido llamadas a ser la sal, la luz y la levadura. Tiene estas imágenes en cuenta mientras que sigue trabajando en la Nueva Evangelización en donde el Señor le tiene.
Hay unas palabras del Papa Francisco —que dirigió a Cáritasel 13 de mayo de 2015— que muy bien se pueden aplicar a las Misioneras Insesianas en su condición de consagradas en el mundo y con las que quiero terminar esta reflexión: “Salir a la calle puede producir un accidente. Quedarse encerrado, enfermo. Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. Ustedes son el motor de la Iglesia que organiza el amor —Cáritas— para que todos los fieles trabajen juntos, respondiendo con obras concretas de misericordia.Ustedes marcan el paso para que la Iglesia esté cada día en el mundo. Ustedes ayudan a los demás a cambiar el curso de la propia vida. Son la sal, la levadura y la luz. Ofrecen un faro de esperanza a los necesitados... Ustedes son las mismas manos de Jesús en el mundo. Su testimonio ayuda a cambiar el curso de la vida de muchas personas, de muchas familias y de muchas comunidades. Su testimonio les ayuda a cambiar el curso de su propio corazón”.
Alfredo Delgado Rangel, M.C.I.U.
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